Hace unos días estaba dando una vuelta por entre las mesas de “novedades” y se me ocurrió abrir este libro al azar, sólo por curiosidad. Y hay que tener mala suerte.
Al comienzo del segundo capítulo se puede leer:
“A principios de mayo los huevos se rompían, liberando una larva que, después de 30 días de febril alimentación a base de hojas de morera, procedía a encerrarse nuevamente en un capullo, para luego salir definitivamente dos semanas más tarde, dejando tras de sí un patrimonio que en seda hacía mil metros de hilo crudo y en dinero una bonita cantidad de francos franceses: suponiendo, claro está, que todo esto acaeciera en el respeto de las reglas y, como en el caso de Hervé Joncour, en alguna región de la Francia meridional.”
Un breve vistazo a cualquier enciclopedia revela que cuando se permite al animal salir del capullo, el patrimonio capullesco queda bastante deteriorado por los ácidos segregados y el agujero que aquel hace al salir.
Hay que hervirlo para conservarlo intacto.