martes, 16 de marzo de 2010

Hablar con el rabo, crítica acompasada de El habla de un bravo del siglo XVII, discurso de ingreso a la Real Academia Española de Arturo Pérez Reverte

El navegante podrá encontrar aquí el discurso criticado.

Primer párrafo: Afirma Pérez que el ingreso en la academia es codiciado pero que él no lo codicia.

Segundo párrafo: Pérez entona un mea culpa por ser él ingresado en la academia en lugar de otros admirados suyos. ¡Pobre Pérez!, ¡pues haber dicho que no! ¡Que no era obligatorio!

Tercer párrafo: Alaba Pérez a su predecesor como letra T y, por su alabanza («Doctor honoris causa de 25 universidades, adelantado en el estudio del español del sur de los Estados Unidos y en el análisis de la sociolingüística al estudiar el español de las Canarias, el hondo saber de aquel maestro indiscutible de la dialectología española abarcó historia de la lengua, sociolingüística, toponimia, literatura contemporánea, literatura medieval, cronistas de Indias, fonética, poesía popular, lengua y literatura sefardí, y culminó en la titánica obra de los atlas lingüísticos, donde trazó la casi totalidad de la geografía del español»), nos muestra el abismo que se abre entre ambos académicos.

Cuatro párrafo: Define su Alatriste como «serie de novelas históricas» y habla de «El trabajo de ambientación histórica y el necesario rigor del lenguaje», refiriéndose a su costumbre de embutir, en sus mal llamadas novelas, citas, sonetos y digresiones antinovelísticas, y su porfía en colar toda la terminología que sea posible, convenga o no al relato o a la narración.

Quinto párrafo: Primeros versos que cuela.



Sexto párrafo: «decidí que mi discurso de entrada en la Real Academia Española trataría del habla de un delincuente, de un bravo. Un valentón [...] un rufián, o jaque», aquí he de conceder, porque si un registro sabe utilizar Pérez, es el de embrutecido y rompesquinas, como muestra habitualmente en su columna semanal, Patente de Corzo.
Ibídem: Sobre la tal jerga: «es aseguro (o son mis lectores quienes lo hacen) que, debidamente contextualizada, todavía funciona», se refiere Pérez a que, escribiendo cual rompesquinas, vende libros a muchos lectores. A esto llama él que una novela funcione, es decir, que es éste su criterio literario, con el que distingue entre buena novela y mala novela. Con ello sitúa Pérez a Dan Brown y Carlos Ruiz Zafón por encima de sí mismo.
Ibídem: Leyendo: «he querido utilizar para este discurso de ingreso mi propia biblioteca: los libros con los que documento las novelas del capitán Alatriste», el lector pone en marcha su cafetera.
Ibídem: Se define Pérez «Como lector, insisto, que accidentalmente escribe novelas», es lo que tiene ir por ahí correteando con un bolígrafo en la mano: que te caes y ¡catapum!, ¡has escrito una novela! Ello explica que cada novela suya sea una catástrofe. ¡Podía habérselo clavado como todo el mundo!
Ibídem: «Como corsario ante un rico botín que saqueo sin escrúpulos, a fin de narrar con la mayor eficacia posible». No Pérez, lo que podemos leer en Bochornosa Breda, no es «narrar con la mayor eficacia posible», es juntar palabras de acuerdo a tu potencia mental.

Tras el título, comienza propiamente el discurso.

Párrafos que comienzan con «El bravo [...]», «Se viste [...]», «El caso es que se viste [...]»: Son la narración, más que de El hablar de un bravo, de El vestirse de un bravo; narración que Pérez aprovecha para epatarnos con sus copiosos conocimientos terminológicos (esto es, con su afición a los diccionarios), deleitándonos con palabros y expresiones como «piltra», «zorra» «a medio desollar», «cargar delantero», «bogavante en gurapas», etc... que, ufano, va explicándonos.
Ibídem: Como ya es mandatorio para Pérez, va clavando estrofas versificadas de otros autores tras cada párrafo, para suplir lo propio con lo ajeno en una proporción 50%-50%.
Ibídem: Es de reseñar que, acabados estos tres párrafos y rematados con sendas estrofas, el tal bravo aún anda en camiseta y calzoncillos. Presumo que aún va a tardar en vestirse esta académica versión de un Mariquito Pérez.

Párrafos «Completa nuestro bravo su indumento [...]», «Después mira por la ventana [...]», «Aunque en realidad su gusto [...]», «O lo de:»: Que si «jubón», que si «coleto», que si «sacocha de la goda» y «bachillera del abrocho», etc... Y como nuestro Mariquito Pérez no puede llevar, pongamos, diez jerséis, Pérez se las arregla para citar también palabros que designan lo que, por unos u otros motivos, el Mariquito no se pone.
Ibídem: Presumo que fue en este momento cuando el resto de académicos comenzó a amodorrarse o, ante tanto palabro, valorar si les estaban tomando el pelo o la calva.
Ibídem: ¡Ah!, y, a cada párrafo, Pérez interrumpe su discurso para encasquetar versos de Calderón de la Barca, Lope de Vega, etc...

Párrafos «En fin. [...]», «Y como en materia de precauciones [...]», : Mariquito comienza a armarse «Que, en el oficio de valentía, hombre precavido mata por dos, o por siete», o por diez mil, si el chiste es bueno.
Ibídem: El lector se alegra cuando Mariquito toma su sombrero y «Se lo arrisca a lo bravonel».
Ibídem: El que nuestro Mariquito Pérez se halle completamente vestido y armado le produce al lector una sensación sólo equiparable a la sentida cuando aprendió a atarse los cordones de los zapatos.
Ibídem: Bajo cada uno de los dos párrafos se ha fusilado la correspondiente cita en verso.

Párrafos «Cruza la plaza [...]», «Más allá, a la puerta de una bayuca [...]», «Muchas del centenar largo de variantes [...]»: Se nos cuentan los peligros de Mariquito: «daifas de medio manto, acechonas encubiertas».
Ibídem: Extático, nos informa Pérez de que, en cuanto a especialidades, «de puta habrá más de ochenta» y enumera las del oficio de ladrón.
Ibídem: El que a cada párrafo continúe siguiéndolo su cita en verso, lleva a pensar que quizá para los discursos de ingreso en la academia, ésta exija, como en los trabajos de diversas instituciones educativas, que se rellene una cierta extensión de páginas. Pérez, alumno avezado y carota, aprovecha para endosar decenas de versos de otras personas. Lo que en cualquier colegio conllevaría un cate como una casa, en la Real Academia Española se premia con un sillón letrado.

Párrafos «Llega así el bravo hasta una taberna [...]», «Lo que tampoco se resume mal [...]», «Pero volvamos al bravonel [...]»: Mariquito se retuerce los bigotes «poniendo el baldeo en gavia», expresión que Pérez nos explica, epatándonos. Cita a Lope de Vega y luego enumera barrios para colar unos versos que los citan.
Ibídem: Tres párrafos, tres estrofas. Pérez: estás cateado.

Párrafo «O de esos cuya biografía es honrada [...]»: La biografía no, Pérez, son «esos» los que son honrados. Metonimias horripilantes como ésta sólo cuentan como vagancia.
Ibídem: ¡A este párrafo de una línea le corresponden cuatro versos!

Párrafo «El caso es que entra nuestro matante [...]»: Mariquito posa, saluda y se le responde, todo ello en cuatro líneas.
Ibídem: La proporción mejora: tras cuatro líneas de discurso, ocho versos.

Párrafo «Y que don Francisco de Quevedo [...]»: Nuevo párrafo de una línea para embutir cuatro versos.

Párrafos «Se sienta nuestro rufo [...]», «Mientras azumbran [...]»: Mariquito se sienta a comer con dos «matachines» que «viven a lo de Dios es Cristo», es decir que «cargan sobre el hígado más hierro que las rejas de la cárcel de Sevilla». Debe de referirse a la armadura, pero con esta alusión a un hígado bien podrían ser proyectiles de bala no extraídos.

Párrafo «O aquella carta [...]»: Una línea de discurso propio, cuatro versos ajenos.

Párrafo «Y el caso es que [...]»: Dos líneas propias, cuatro versos ajenos. Ay, ay, Pérez.

Párrafos «Luego recuerdan a Perengano [...]», «Y de ese modo, el bravonel se comió tres ansias [...]»: Hablan del famoso Perengano, hijo de Fulano y descendiente de Mengano.
Ibídem: Un total de siete líneas y dos estrofas de cuatro versos tras cada párrafo.

Párrafo «O aquel otro quevedesco que decía:»: y, tras esta línea, suelta cuatro versos quevedescos. Podrían haber sustituido este discurso por un recital de Quevedo, Lope de Vega y Calderón de la Barca pero, claro, entonces ¿a quién iban a hacer académico?

Párrafos «Amén que el son y el soniche [...]», «Bien remojada la palabra [...]»: Secuencia de términos carcelarios y cuatro versos para dos párrafos, pero con truco, puesto que el último párrafo es de una línea.

Párrafos «Eso, en cuanto al oficio y los camaradas [...]», «En fin. Que son malos tiempos [...]»:Mariquito y sus matasietescos amigos chacharean sobre el «broquel», el «guzpátaro», «un galán que ponía [...] aljófar en alcatara ajena». Es chorruno que Pérez, pretendido novelista, alardee en este discurso de su vocablofilia, pero, claro, ¡no iba a hablar de novela!
Ibídem: Tras cada párrafo, un par de versos.

Párrafos «Comentan también el caso de Tomás Mojarra [...]», «Con Ganzúa [...]», «Ése era el ambiente, recuerdan los tres bravos [...]», «Tratan luego [...]»: Resulta ridícula esta pretendida narración en la que se embuten sin parar vocablos a tutiplén; es, sin embargo, representativa del estilo de Pérez, consistente en embotar la mente del lector con arcaísmos -las más de las veces inútiles- y en buscar una especie de victoria por puntos, avasallando al lector con un maremagno de versos y palabros, en su ya típica pátina de entendido. Deberías saber, Pérez, que un buen novelista –y tú estás supuestamente en la academia por novelista, no por filólogo ni lexicógrafo- no sepulta a sus lectores con avalanchas de palabras, expresiones y versos ajenos, sino que elige aquellas MÁS necesarias, ¡no TODAS, Pérez!
Ibídem: A cada párrafo, clava más versos: Cervantes, Lope de Vega, etc... Únicamente, para los dos últimos (el último es de una línea), hay sólo un grupo de versos, circunstancia aprovechada por Pérez para aumentar el número de aquestos.

Párrafos «Y resulta, prosigue, que un profeta [...]»,«Así que una de estas noches [...]», «Se levanta nuestro jayán [...]»: Prosigue la apasionante cháchara de los matasietes, que si trabajaran tanto como hablan, serían millonarios cual Rockefeller.
Ibídem: Pérez, ya más pudoroso, repite la combinación párrafo, versos, párrafo, párrafo, versos. Se ve que hasta él se sonrojó leyendo su propio discurso. ¡Ah!, y el último párrafo es de una línea.

Párrafo «Pero los dos guiñaroles le dicen que se guarde el cumquibus, que hoy pechardinan de manga, o sea, que pagan tomando la penchicarda. Dicho y hecho. [...]»: Cristalino ejemplo de cómo Pérez describe el clásico irse sin pagar las copichuelas.
Ibídem: A continuación: versos, párrafo, párrafo, versos.

Párrafo «Todo lo contrario [...]»: Una línea en prosa de Pérez y ocho versos de Lope de Vega. Resulta sorprendente que a Pérez, teniendo un rostro de tal superficie, no sólo no se lo echen en cara, sino que le hagan académico.

Párrafos «Y exactamente así encuentra nuestro bravo [...]», «Sin embargo, el cliente no se decide a abrochar [...]»: Mariquito visita a su hetaira, «hembra» a la que encuentra con otro que «se acatalina y bate talones tomando calzas de Villadiego. O, dicho de otro modo, peñas de longares», lo cual, lector, es muy diferente a largarse, puesto que cada palabra sobrante infla el ego de Pérez.
Ibídem: A cada párrafo acompaña su estrofa versificada.

Párrafos «O tal vez aquello [...]», «O, finalmente, [...]»: A continuación, línea y tres versos, línea y cuatro versos; Pérez se asegura de que el lector u oyente se cosque de que cita a Juan Rana y a Cervantes.

Párrafos «El caso es que allí queda nuestro rufo [...]», «Pese a las excusas, al engibador le parece poco dinero [...]», «O eso otro [...]»: Mariquito el proxeneta, cobra su parte pero, insatisfecho, amenaza a la mujer con cortarle la cara y desorejarla. La mujer recita unas estrofas para que Pérez las cite.
Ibídem: Tres cuartetos de versos, uno tras cada párrafo.

Párrafos «La iza es, con perdón, más puta que la Caba Rumía [...]», «El caso es que, asentada su autoridad [...]», «Se encamina nuestro bravo [...]»: El efecto que provoca este esperanto perezno es el de generar una grotesca sensación de completa irrealidad respecto a lo narrado.
Ibídem: A cada párrafo siguen sus versos: Quevedo, Cervantes y Quevedo. No resulta serio este discurso cuya mitad la ha clavado Pérez de otros autores, aunque sí es representativo de lo que Pérez perpetra con la ayuda de su narcótico Alatriste.

Párrafos «Seguro de eso, el bravonel escurre el barroso [...]», «Volviendo junto a nuestro bravo [...]»: Ya ha utilizado antes Pérez este volver al bravo, porque su discurso diverge más que un espectáculo de fuegos artificiales.
Ibídem: Sorprendentemente, a estos dos párrafos les corresponde sólo un grupo de cuatro versos.

Párrafos «El garito, todo hay que decirlo, no es coima de minoribus, [...]», «Sólo que en este caso, como es costumbre en los garitos [...]»: Pérez sabe decir dados de siete maneras distintas, deberían darle el Premio Nobel de la Paz como a Obama.
Ibídem: ¡No falla! Cuatro versos para el primer párrafo y ocho para el segundo.

Párrafos «En ese ambiente de tipos gariteros [...]», «Se juega nuestro bravo el cumquibus de su daifa [...]», «Prueba primero nuestro bravote con los dados [...]»: Relea el lector estos tres comienzos de párrafo: bastarían para narrar lo acontecido, como basta con el comienzo de los anteriores, pero no son suficiente para Pérez, quien, para entretenimiento nuestro, desea mostrarnos las ocho palabras adicionales con que puede referirse uno a un garitero. Yo me lo pasé muy bien entre la sexta y la séptima.
Ibídem: párrafo, versos, párrafo, versos, párrafo, versos.

Párrafo «Viendo su dinero más perdido que el alma de Juda [...]»: Leída esta primera línea, no haría lo que se dice mucha falta continuar, pero resulta cómica y autorreferencial la bravata de Mariquito, que termina tal que así «no hay bastantes hombres aquí para quien, como yo, ha reñido cien veces y matado a quinientos, y eso en ayunas», y se va el bravo, cagando leches.
Ibídem: Igualmente son autorreferenciales, y representativos de la labor novelística de Pérez, los versos con los que fina este párrafo (van cincuenta y cuatro citas) y también su talcualillo discurso, que no son suyos, por supuesto, sino de Cervantes:

«... Y luego, encontinente,caló el chapeo, requirió la espada,miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.»

¡Pues haber empezado por ahí!

4 comentarios:

  1. Qué alivio. Ya creía yo que nunca vería a nadie criticar al rompesquinas.
    Me hace gracia ver el artículo junto a otro sobre Marías porque precisamente él daba una definición del vicio común de nuestros escritores actuales que me parece le viene a Pérez como anillo al dedo: 50% de zafio, 50% de cursi. No me digan que no le viene a su colega académico como anillo al dedo. Cuando pienso que se permitió decir de Bolaño que era "un fracasado con muy mal perder": ¡pobre payaso!

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  2. Me recuerda a los trabajos que hacía para una asignatura de la carrera. Claro que incluía diagramas de fase, reacciones químicas y gráficos inexcusables para el entendimiento del texto.

    El premio Ig Nobel del literatura del año 1993, por cierto, fue dado a los 972 coautores de un texto con cien veces más autores que páginas.
    El de 2006 fue para el informe "Consecuencias del empleo de lenguaje erudito independientemente de la necesidad: Problemas con el uso innecesario de palabras largas".

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  3. Esto demuestra que, en adelante, convendría que hubiese una unidad del Samur en la puerta de la Real Academia, por si hubiera que evacuar a alguen victima de narcolepsia, o al propio exponente aquejado de una fiebre cerebral.

    El bravonel escurre el barroso, el cumquibus de su daifa... Hombre, alguno de estos palabras, empleado de vez en cuando, puede quedar curioso y pintoresco, pero uno detrás de otro y dichos en apenas diez minutos...

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  4. Confieso que no había leído a Reverte. Hoy lo he hecho: "El sol de Breda". O mejor dicho lo he intentado. No he podido aguantar más de diez páginas.

    En otro orden de cosas, ¿de verdad que dijo eso de Bolaños? Eso sí que da una medida exacta de su estulticia.

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