lunes, 28 de diciembre de 2009

El intrascendente Agustín Fernández Mallo.

Quienes hayan leído el número 147 de la revista Qué Leer, de octubre de este año, habrán contemplado la portada (“Nocilla y postpoesía”) dedicada a Agustín Fernández Mallo, con motivo del lanzamiento de su obra Nocilla Lab. Resulta llamativo el hecho de que a este autor cuasinovel de cuarenta y dos años, perteneciente a la escudería Alfaguara (Grupo PRISA) se le dediquen portadas que igualmente son dedicadas a personajes internacionales como Dan Brown. Aunque no es novedad que el Grupo PRISA nos quiera vender sus caballos como sublimes (recuérdese al soporífero Javier Marías o al matasiete Pérez Reverte).


En su interior, cuando el lector se topa con: «El arte [...] es el triunfo del hombre sobre la Naturaleza», comprende que hay que explicar al entrevistador que la palabra naturaleza se escribe con minúscula y se da cuenta que, para Mallo, el arte se inventó con la caza del mamut.


Todavía «profundiza»: «El agua caía por gravedad y un día un tío hizo que subiera e inventó la fuente. Aquí está el origen del arte». No, Mallo, ahí está el origen de la dinámica de fluidos. El origen del arte, como cualquier estudiante de instituto sabe, se encuentra en las pinturas rupestres y los monumentos megalíticos, no en el primer hombre que miccionó en parábola.


Pero sigue, el tío: «Busqué meter todo lo que fuera susceptible de ser introducido, sin escalas de importancia, que lo más banal y absurdo tuviera la misma importancia que lo supuestamente trascendente». Esto supone un claro aviso, para cualquier lector potencial, acerca de contra qué se va a estrellar si abre una obra de este autor.

Queda saber por qué lo trascendente es, para él, «supuestamente» trascendente, o dicho de otro modo, por qué El juego de los abalorios, de Hermann Hesse, tendría en su mente la misma importancia que un chiste de Lepe.


La respuesta es que porque el jamás podrá lograr una obra de semejante envergadura y trascendencia. Ergo, la trascendencia es supuesta o no existe.


Dice sobre sus críticos -que evidentemente, sentada la anterior burrada, son muchos- que «Hay que partir de la base de que a veces somos tan soberbios que, cuando no entendemos algo, creemos automáticamente que el error está en eso y no en nosotros».


Cualquier lector espabilado advertirá que es precisamente por esto que lo trascendente pasa de pronto a ser «supuestamente trascendente». Es un incomprendido el incomprendedor Mallo.


Más: «El súmmum de la creación humana es el plástico», claro, y las gominolas.


Cuando afirma: «El arte [...] casi es lo más superfluo que existe», el lector entiende que, consecuentemente, el Proyecto Nocilla forma asimismo parte de algo que «casi es lo más superfluo que existe».


Yerra: «Podríamos vivir sin novelas o poemas», ¡falso!, ¡incluso en culturas de tradición oral se transmiten creaciones literarias equivalentes! Incluso la televisión es una aberrante versión de aquellas.


Sobre «en la actualidad, leer, recrearse estéticamente con un texto, lo hacemos una serie de personas como el último lujo que queda de una civilización; está fuera de todas las coordenadas, es el acto más pijo que existe, ya que no conduce a nada, no genera nada», obtiene el lector las siguientes conclusiones:

-Leer NO es el último lujo que queda de ninguna civilización. También están las corridas de toros.

-Determinar la latitud y la longitud de la lectura resulta complejo.

-Mallo no sabe qué significa ‘pijo’, pero cree saberlo.

-Las lecturas de Mallo no han generado nada en su mente, ni le han conducido a nada. Ergo, o éstas son muy deficientes, o lo ha sido su cerebro al procesarlas.

-La obra de Mallo es pija, no conduce a nada y no genera nada, salvo quizá, ingresos procedentes de bolsillos incautos.


Culmina: «no me considero apocalíptico, no me preocupa si la literatura desaparece o no».


Está en su pleno derecho. Tampoco a la literatura le preocupará el que Agustín Fernández Mallo desaparezca o no.

domingo, 20 de diciembre de 2009

«Somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos». (Arturo Pérez Reverte).

El genio Arturo Pérez Reverte nos ha sorprendido con otra de sus ocurrencias, y es que, hablando de su infame saga alatristera (amenaza con un nuevo título), ha afirmado que su objetivo es que «el lector entienda España», lo que Pérez logra, sin duda, pero mediante una metalectura: «mirad cuánto vende este bodrio, ¿qué conclusiones sacáis? ¿A que ya entendéis España?».

El pobre Pérez, arropado su ego por múltiples periodistas arrodillados y profesores de universidad deseosos de chupar alguna de las cámaras que al héroe persiguen (Alberto Montaner, Francisco Rico), «está seguro de que el obituario en el diario de turno, el día que muera, será: “Ha muerto el padre de Alatriste”». Lo que no se imagina es que, una vez agotada esta última campaña promocional, sus tostones de aventuras dejarán libre el hueco mediático para el siguiente escribidor aupado.

Su académico inteleto destelló entonces una nueva apoteosis: «somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos».

Centenares de eruditos se han congratulado de la ocurrencia perezna, preguntándose sorprendidos cómo es que no se les ocurrió a ellos antes; y es que, claro, la avanzada mente de Pérez va decenios por delante de la nuestra. Tantos, que se comenta que tras el breve pero intenso chorro de sabiduría con que salpicó a los presentes, Pérez continuó declamando nuevos manguerazos de sapiencia:

«Seremos lo que seremos porque somos lo que somos».
«Fuimos lo que fuimos porque habíamos sido lo que habíamos sido».
«Ergo: seremos lo que seremos porque habíamos sido lo que habíamos sido».
«Soy lo que soy porque fui lo que fui».
«Si no hubiéramos sido lo que fuimos no seríamos lo que somos».
«Si no somos lo que somos, no seremos lo que seremos».
«Habiendo sido lo que fuimos, hemos llegado a ser lo que somos».
«Lo que seremos dependerá de lo que somos».
«Siendo lo que fuimos hemos llegado a ser lo que somos».

El Premio Planeta Fernando Savater ya está preparando cuatro volúmenes sobre este volquete de erudición que Pérez volcó sin la ayuda de una hormigonera. Varios ciudadanos permanecen todavía en coma, debido a la sobredosis de conocimiento.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Epigrama al corrupto Premio Nadal.

Antaño fue el Premio Nadal
un gran premio literario:
Laforet, Delibes, Umbral
no fueron un mal muestrario.

Mas Destino Editorial
por Lara, el mandatario,
fue englutida, ¡qué mal!,
en su grupo planetario.

“No entiendo el Premio Nadal”,
exclamó el muy perdulario,
“¡que lo elija un comercial!”,
dictó, ya, totalitario.

“¡Así venderá un quintal!”,
pensó, incauto y nefario,
“¡venga, en marcha, personal!”,
y corrió el personal, gregario.

Y así hoy el Premio Nadal
reúne a un corrupto bestiario:
Etxebarría, Torres, ¡letal
fauna de veterinario!

Y es que este Premio Nadal
es un premio agropecuario.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Neoprada el rompematrices.

Juan Manuel de Prada fue en su momento aupado mediáticamente por Arturo Pérez Reverte, gracias a uno de los tropezones que integraban la rencorosa vomitona semanal de Pérez, en la que también se tildaba a Francisco Umbral de «gilipollas».

La puerta se abre, entran dos policías: un hombre de espaldas teclea. El hombre se vuelve, patea su silla y noquea a uno de ellos. Después se eleva posando en el aire, cuya gruya flotante, marcando su traje de cuero ajustado. La cámara gira en torno a él, captando su pose, justo antes de que patee al otro policía. Entretanto, un espontáneo le birla el portátil.

Neoprada nos habla, oteando en derredor:
-El Matrix progre nos rodea, nos envuelve, es el aire que respiramos, la pitanza que nos jalamos, el cuesco que nos tiramos...
De pronto se gira y, ¡BLAM!, dispara su escopeta reventando un gato que pasaba por allí.
-A veces son ellos –explica.

Neoprada pímplase un lingotazo de sangre de Cristo. «Padecemos una plaga bíblica fruto de la idolatría del dinero», continúa. Neoprada predicó ya contra esta idolatría del dinero con su propio ejemplo, al recibir el Premio Planeta, arrimando en pompa su nalgatorio hacia José Manuel Lara, quien le inoculó su semilla de corrupción.

«Es el castigo no que inflinge Dios a los hombres, sino que los hombres se infligen a sí mismos cuando deciden instaurar falsos paraísos terrenales», dice restregando manojos de billetes de cien euros contra su cuerpo sudoroso, con afán penitente.

El profeta Neoprada alumbra así nuestro camino, para que podamos dar media vuelta y echar a correr en dirección contraria.

(Neoprada coge el teléfono de una cabina y marca con decisión).
-Progretilla, voy a correrte a cipotazos.
-Telefónica le informa que el número marcado no existe.
(Neoprada cuelga).
(Música de Marilyn Manson. Vista cenital: Neoprada emprende el vuelo y se parte la crisma contra la cámara).