miércoles, 30 de septiembre de 2009

Juan Palomo: «un suculento premio que podría ganar una periodista de fuste».

Informa Juan Palomo desde su sección en El Cultural, suplemento de cultura de El Mundo, de «un suculento premio que podría ganar una periodista de fuste».

Ello hace pensar que, conocida la profesión y la importancia que la fémina ocupa en esta, conozca también el nombre de la ganadora.

La proximidad de octubre respecto a este anuncio hace pensar en el corrupto Premio Planeta. El fuste, el género y la profesión me evocan tres personajes mediáticos femeninos.

El año pasado Àngels Barceló –directora del programa Hora 25 en la Cadena SER– llegó a comentar los rumores de la adjudicación de esta podredumbre a su persona, rumores que apuntaban en realidad a Ángela Vallvey. Esperemos que la domadora de tertulianos no reciba este premio corrupto, puesto que su adjudicación a personajes mediáticos es una manera de silenciarlos para siempre en lo que a corrupción literaria se refiere.

¿Quizá José Manuel Lara quiera ya adjudicar a Ángela Vallvey la medalla de oro moruno en su Premio Planeta, tras haberle concedido la de plata papel de aluminio?

Cabe también la posibilidad de que lo reciba Almudena Grandes, ganadora del también corrupto Premio Lara, cuya corrupción fue denunciada por Luis María Anson. Trataríase de un paso lógico y consecuente en la escalada a la corrupción literaria (de los 150.000€ del Premio Lara a los 601.000€ del Premio Planeta), cuya cima se halla simbolizada en el corrupto Premio Planeta.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Desmentidos.

Incorrecto que Jorge Herralde haya afirmado que los libros en España no sean caros porque cuesten menos que un Porche. El editor de Anagrama se refirió en realidad a un Ferrari Testarossa.

Falso que la cena de celebración del Premio Planeta le quitara a Fernando Savater el sabor a suela y nalga de su boca.

Incorrecto que la primera edición del Premio Planeta savateriano se esté pudriendo en las estanterías. Por lo general, estos libros son situados sobre mesas.

Falso que Juan Manuel de Prada no sea un pariente lejano de la mosca del vinagre: toda la vida en la Tierra está emparentada.

Falso que leer una novela de Javier Marías sea tan emocionante como la contemplación de una ostra haciendo footing.

Falso que la primera edición de El Fuego, segunda parte de El Ocho, de la autora Katherine Neville, se esté pudriendo en las estanterías. Para esto se requiere una humedad superior a la de las librerías españolas.

Falso que Álvaro Pombo se dedicara a leer a todos el final del Premio Nadal Llámame Brookling, durante su presentación, debido a su honradez y su rechazo a los premios amañados.

Falso que el esperanto utilizado por Javier Marías en sus “novelas” sea una nueva versión de la neolengua de 1984 promocionada por el Grupo PRISA.

Falso que pretender llamar a un parque “Manolito Gafotas”, cual libro de Elvira Lindo, equivalga a llamarlo “Parque Coca-Cola” o “Parque Don Simón”. Esto último aún estaría justificado.

Falso que, durante el último carnaval, Javier Marías y Arturo Pérez Reverte se disfrazaran de la mula Francis. Falso que a Pérez le tocara el mulesco trasero.

Falso que Juan Manuel de Prada haya refutado la Teoría de la Evolución mediante un ensayo de Chesterton. Tan sólo se trató de un hartazgo de sangre de Cristo.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Autopista al infierno, crítica acompasada de Esperadme en el cielo, de Maruja Torres (Premio Nadal 2009, Ediciones Destino).

«¡Si acaso quieres lloraaaar, piensa en algo aterradoooor! ¡Como aquella Navidaaaad, que encontraste al despertaaaaar, un hediondo Premio Nadaaaal!».

Este libro es tristemente famoso por ser un Premio Nadal cuyo ganador (ganadora) fue anunciado antes de su fallo, como bien fue reseñado en El Cultural, en este otro blog y como ya he comentado previamente en Lector Iracundo.
Maruja Torres se ha distinguido en el pasado por involucrarse en la farsa mediática anual del Premio Planeta, siendo coronada con el correspondiente capirote. De la obra atufada por este mal llamado certamen, Mientras vivimos, existe una crítica acompasada en el libro La gran estafa. Alfaguara, Planeta y la novela basura (Manuel García Viñó, VOSA).

Incluso en la web Menéame la noticia fue enviada y publicada con el titular de «el pufo de siempre»:



Decano de los premio literarios, parece que el Premio Nadal no es hoy más que otra absurda campaña comercial protagonizada por un escritor mediático, sólo que más barata que el Premio Planeta. Un premio de todo a cien.

Capítulo 1.

Pág.9: Maruja escribe «Más Allá» por «más allá».
Ibídem: Expresión para agitar el faldón de dos fraques: «Sacudían el trasero».
Ibídem: «¿Es aire lo que respiran los muertos?»; cuestión sobre la cual se organizan congresos, no habiéndose llegado aún a una respuesta satisfactoria.
Ibídem: Nuevas mayúsculas arbitrarias: «Barrio» por «barrio».

Pág.10: «nuestra casa editora compartida»; ¡«compartida» está implícito en el «nuestra»!
Ibídem: «Difuntos, extintos, fallecidos los tres», ¿extintos?
Ibídem: «Temí que el Más Allá les hubiera vuelto mudos, amén de sinsustancias o algo peor, transustanciados en menos sustanciosos»; sin duda la autora creyó esto muy gracioso.
Ibídem: «El exabrupto me llegó directamente al cerebro, y no es una figura literaria»; afortunadamente.
Ibídem: «una concisa descarga telepática que se alojó en mi mente sin pasar por los conductos auditivos», le entraría por las napias. Maruja: no has de precisar que la «descarga» de telepatía evita los «conductos auditivos», la mera mención al suceso conlleva esta evitación.
Ibídem: Nuevo juego de palabras: «me desconcertó más por el continente que por el contenido»; y otro: «sincrónicos» y «estereofónicos». Maruja no sabe qué es estereofónico y lo relaciona, en lugar de con el espacio, con los bajos y los agudos. Además, ¿telepatía estereofónica?, ¿no le había llegado directamente al cerebro? Porque si oye de un lado y también del otro, lo que está es escuchando con su par de orejas, no con su cerebro.
Ibídem: Maruja nos anuncia que Manuel Vázquez Montalbán le afirmaba a menudo: «Mira que eres burra»; «la frase en su literalidad, que le pertenecía», ¿y cómo le iba a pertenecer si no «en su literalidad»? De haber sido en paráfrasis, ¡sería otra la frase que le habría pertenecido!
Ibídem: «mis aflicciones amorosas, teñidas de obcecación», ¿teñidas?
Ibídem: Mayúsculas de esta página: «Barrio», «Incierto Umbral», «Otro Allá». Según parece, Maruja comienza en mayúsculas toda palabra que designe algo a lo que concede importancia, en lugar de idear algún tipo de figura literaria que comunique al lector esta supuesta importancia.

Pág.11: Majestuosa expresión: «¿qué clase de fiambre era yo», probablemente chóped de El Pozo.
Ibídem: «Di una patada en el suelo y, al ser éste inexistente, es decir, al no ser», al no ser, no dio la patada.
Ibídem: «–Si no me organizo en forma de diálogo, me pierdo [...] La costumbre de escribir, supongo»; de escribir diálogos, será.

Pág.12: Se nos justifica que Maruja ha perdido su «sentido del humor» y su «ironía», de camino al cielo. Sus grandes amigos se proponen «vapulearla».
Ibídem: «iniciaron unos pasos de claqué», ¿iniciaron?, desde el momento en que se ejecuta un segundo paso, el primero no está precisamente iniciado; «bastante apañados», ¿apañados?
Ibídem: «¿Qué pintas son estas las que luzco?», sobra «las». «¿Satén blanco, yo?»; no, Maruja: «¿Satén blanco?, ¿yo?».
Ibídem: Maruja habla de «borrar» un cuadro en su mente.

Pág.13: Define el Nilo como un río «resultón».
Ibídem: Mayúsculas: «Parca».
Ibídem: Ante la acusación de llevar una vida aburrida: «Les sobraba razón, aunque no quisiera admitirlo ni muerta»; pues acabas de hacerlo, y viva.

Págs.13-14: «la deformación del sustantivo [...] me anudó la garganta»; ¡hermoso!, ¡original!

Pág.14: Me pregunto si Terenci Moix y Manuel Vázquez Montalbán se expresaban de aquesta guisa: «mujera», «el patatús», «Eso sí que es soñar tortillas».
Ibídem: «posiblemente en la primera traducción telepática literal al castellano de viejos giros catalanes arrojada al Mundo Superior»; como si antes no hubiera muerto ningún otro catalanohablante, ni se hubiera comunicado con ningún otro castellanohablante muerto.
Ibídem: «Donde Fuera».
Ibídem: «Dios nos da. Y Dios nos quita». A continuación, Maruja, recién llegada al cielo, clama que «Dios» es un «cabronazo».

Pág.15: «¿me quedaban adentros, gozaba de intimidad, con aquellos buitres acechándome?»; no, Maruja: «¿me quedaban adentros?, ¿gozaba de intimidad, con aquellos buitres acechándome?».
Ibídem: «Ay, lloré por los libros no escritos». Al lector le sucede a la inversa (las dos inversiones posibles).
Ibídem: «la iba a palmar antes que ellos».
Ibídem: Maruja llora por dentro y, casi, «por fuera».
Ibídem: «recordemos lo circunspecto para los derrames emocionales que era Manolo»; sin duda todo lector lo recuerda, sobre todo quienes lo desconocen en su faceta derramatoria.
Ibídem: «Cualquier arrepentimiento es por esencia tardío», generalización estúpida. Demostración: Maruja podría haberse arrepentido de escribir este libro antes de su conclusión, lo cual hubiera ahorrado al mundo el dolor de su lectura. Como, sin embargo, lo completó, aunque ahora se arrepintiese, sería tarde. Por otro lado, también es tarde para arrepentirse por haber aceptado el Premio Nadal; pero sin duda hubo unos días, previos a su concesión, en los que todavía no lo era. Ergo, hubo momentos en que el arrepentimiento no fue tardío, sino moralmente necesario.

Pág.16: «cinéfila de raza», «rata de filmoteca».
Ibídem: En este supuesto homenaje a Moix y Vázquez Montalbán, se nos informa de los amores y aficiones de Maruja Torres.
Ibídem: Se dicen algunas tonterías sobre cine.

Pág.17: «Diana de Gales» y «Dodi el-Fayed» ven la tele en el cielo.
Ibídem: Al leer: «Habladme [...] usando vuestra voz inconfundible», el lector advierte que también el tiene una voz confundible y otra inconfundible. Como siempre, que algo se entienda, no significa que esté bien expresado.
Ibídem: «va a reventarme el cerebro»; pues no estaría mal, piensa el lector.

Págs.16-17: «Barrio», «Eternidad», «Otro Mundo», Bocata de Chóped.

Pág.18: La suprema ironía de Maruja Torres: «¿Cómo podéis seguir pudiendo?».
Ibídem: «¡Qué alguien me decapite! ¿Para qué me sirve la testa?», pregunta Maruja; el lector lo desconoce.

Por lo leído hasta ahora –apenas diez páginas– y teniendo en cuenta que no puedo transcribirlas íntegramente (pues para ello está el libro), me advierto ante una prosa chabacana, simplona, falta de originalidad y que, procedente de alguien que no fuese un personaje mediático, habría sido considerada filfa. Esta evidencia resulta tan apabullante que no he podido resistirme a anotarla, teniendo en cuenta que este libraco viene auspiciado por el otrora excelso Premio Nadal. Pero continuemos.

Ibídem: «no observo en mí todavía el noble arte de la telepatía de comunicación de masas».
Ibídem: «bamboleándome en el éter».
Ibídem: «me duele acordarme de [...] mis músicas».
Ibídem: Maruja nos informa de que su bisutería oriental es «surtida».

Pág.19: «que me pese yo misma a mí misma».
Ibídem: Maruja pide una «silla-silla» y le ofrecen «un rústico ejemplar de la especie», trátase esta silla-silla común de una peligrosa especie depredadora a la cual Félix Rodríguez de la Fuente dedicó varios programas.
Ibídem: «depositar mi trasero».

Págs.18-19: «Valle de Lagrimas», «Paraíso».

Págs.19-20: Se nos cuenta el argumento de una película, y acaba Terenci Moix: «he estado muy entretenido tirándome a River Phoenix y Manolo intentando reconciliar a Trotski y Lenin...». Tras leer esta ocurrencia, el lector se viste de luto y acude a llorar a un rincón. Otrosí: Si yo fuese escritor o amigo de Maruja Torres, ponderaría seriamente el asesinarla para que, muerta ella antes, no me escribiese un homenaje como el presente.

Pág.20: «Me desplomé en el sillón y [...] éste no cedió al recibir la losa de mi infortunio», extraña figura literaria para un trasero.
Ibídem: «¿Qué botines, qué rodillas, qué jardín?», no, Maruja: «¿Qué botines?, ¿qué rodillas?, ¿qué jardín?». Por suerte, Ediciones Destino se ha ahorrado lo que costaba un corrector; ello me hace respirar aliviado cuando detecto estas incorrecciones.
Ibídem: Maruja llama a los sucesivos y mágicos cambios de vestimenta a que está siendo sometida «convencionalismos sociales».

Págs.20-21: «un mar inmenso formado por mis lágrimas», ¡claro!, ¡las lágrimas son saladas! Y si se lloran muchas, puede uno utilizar la hipérbole «mar» para referirse a tamaña cantidad de agua salada. Imagino al jurado del Premio Nadal 2009 (Germán Gullón, Lorenzo Silva, Andrés Trapiello, Ángela Vallvey y el editor Emili Rosales) leyendo estas palabras y exclamando entre cañas y chopitos: «¡Qué genialidad! ¡Qué ocurrente es Maruja! Digo... ¡la autora!, ¡o autor!, ¡o lo que sea!».

Pág.21: ¿Qué lector no aprecia lo solemne de aquesta estampa?: «Cada uno de nosotros llevaba un bañador a rayas y un flotador amarillo y blanco, con cabeza de patito, ceñido a la cintura»; «¡qué emoción!», piensa el lector, «esto ni el Indiana Jones ese».
Ibídem: «Nadar me fastidia cuando no diviso la orilla», sí, nada tan fastidioso como echarse unos largos por el Triángulo de las Bermudas. Por eso yo siempre nado en la piscina, en el río o cerca de la playa.
Ibídem: Si «Terenci» y «Manolo» escriben como aquí hablan, temo leerlos.
Ibídem: «El llanto había aliviado mi dolor de cabeza, pero la pobre se había quedado hueca», eso le pasa por tirar de la cadena. Ya imagino al cerebro marujesco camino del «mar de lágrimas».
Ibídem: No es correcto denominar «salvavidas» a un flotador con cabeza de patito.
Ibídem: En un nuevo homenaje a sus dos amigos, Maruja nos informa de cómo su familia era pobre y nunca le compró un flotador con cabeza de patito. Poco antes sus amigos han hablado también de sus habilidades como decoradora.

Pág.22: «Barrio»,no: «barrio».
Ibídem: Dudo que en un flotador con cabeza de patito el aire se encuentre «comprimido».
Ibídem: Triple pedorreta celestial y fin de capítulo.

Capítulo 2.

Pág.23: Algo en esto no me gusta: «Pertenecíamos a las calles de aquella niñez».
Ibídem: Nos explica que quien no se criara donde ella, carece de «instrumentos para desentrañar» sus raíces, pero no aclara si ella los tiene. Habla de «disolver» «raíces». A continuación se nos explica lo terrible que es pagar un alquiler.

Pág.24: Una frase para la posteridad: «Veníamos de las aguas fecales, de la ropa perennemente húmeda». ¿Y qué hacían allí? ¿chapotear?

Págs.24-25: Están impregnadas de un rollo progre que indignaría a cualquier persona de izquierdas: «proletariado», «precariedad», «marginados», «revueltas», «rebeliones», etc... que finalmente alcanza su apoteosis: «la ira que estallaba como petardos de verano».

Pág.25: «Cada uno lo vivió a su manera. Yo entre las putas», por la palabra elegida, intuimos el respeto que siente por estas profesionales. También habla de «zapateros» que, por supuesto, son «remendones».

Págs.25-26: No cesa en su empeño de escribir barrio con mayúscula.

Capítulo 3.

Pág.27: Manolo: «acumulaste tanto tedio durante los últimos años que un buen día, sin más, te pegaste el piro»; pero, si tal cosa no ha sucedido en verdad, se pregunta el lector: ¿qué ha hecho Maruja con su tedio? Respuesta: presentarlo al Premio Nadal 2009.

Pág.28: Así se expresa una dama: «–Hostia, Terenci!

Pág.29: Según Manolo, en la guía «Michelín» hay restaurantes muy «estrellados». ¿Qué mejor manera de ensalzar la calidad de un restaurante que utilizar un verbo que es sinónimo de fracaso?

Pág.30: «Aquí Arriba», «Allá Abajo», «Eternidad», Al Fondo A La Derecha.

Pág.31: «qué lograremos transformar ahora. Nada desde la Nada», dicen desde el cielo. Y hablan de arreglar algo en nuestro mundo. Si querían arreglar algo, podrían haber empezado por no participar en corruptelas como el Premio Planeta o el Premio Nadal.
Ibídem: Manolo: «Me escribiste una fina necrológica, basada en la plenitud de mi relación con el bacalao», no aclara si el pez o la música.

Pág.32: Maruja echa en cara a los fenecidos el que no le organizaran algún que otro poltergeist. El lector piensa que ojalá lo hagan.

Pág.33: «¿A quién consultaré, con quién me reiré, con quién compartiré los recuerdos que son solo nuestros?», debería ser: «¿A quién consultaré?, ¿con quién me reiré?, ¿con quién compartiré los recuerdos que son solo nuestros?».
Ibídem: La posibilidad de que el dúo la haya asesinado para volver a verla, mejora la opinión que Maruja tiene sobre aquel. ¡Qué buenos tipos!
Ibídem: «Otro Mundo», «Más Allá».

Pág.34: Propaganda de Casa Leopoldo.

Pág.35: «Barrio», «Deseo»: sobreutilizado, un recurso puede ir perdiendo su fuerza y, si ésta ya era nula desde un principio, acaba restando cada vez más valor a una narración.
Ibídem: Al babear Terenci jugo de percebes, Maruja siente ganas de abrazarlo. ¿Quizá para enjugarlo a lametones?

Pág.36: Siendo «feliz», «amada» y «comprendida», afirma Maruja: «¿Qué importa haber tenido que morir para lograrlo?», me consta que varios fans de Maruja corrieron a suicidarse tras leer lo anterior. Ella misma lo está valorando.
Ibídem: «me dejaré caer con tanta fuerza que llegaré a misa de doce en Monserrat antes de que se persigne un abad loco», el lector se horroriza al pensar qué podría suceder si Maruja no se deja caer con suficiente fuerza y llega después de que se persigne el abad loco.
Ibídem: «Los contemplé de hito en hito, pero no supe distinguir ningún hito en ellos. Nunca he visto hito alguno, ni en Este Acá ni en Aquel Abajo». Hay quien afirma que, leído lo anterior, el jurado del Premio Nadal 2009 (Germán Gullón, Lorenzo Silva, Andrés Trapiello, Ángela Vallvey y el editor Emili Rosales) quedó en vilo, inmóvil, transido por la inteligencia de un comentario tal. El presidente del jurado se levantó entonces y propuso dejar de leer la obra y adjudicar el premio de inmediato; pero, como quiera que el resto de miembros no estuvo de acuerdo, sentóse de nuevo y lloró desconsolado.

Págs.36-37: Se habla de «Fallo», «Cagada», «Desilusión». Se refieren, claro, al Premio Nadal 2009.

Págs.37-38: Ante la sugerencia de montar en alfombra voladora para explicar el asunto a arreglar, Maruja orgasma: «–¡Oh sí! ¡Tiene glamour! ¡Tiene glamour-glamour-glamour!». El lector se sorprende al advertir los signos de exclamación bien colocados.

Pág.39: «el Gran Visir siempre es malo [...] una premonición de Dick Cheney codicioso y maquinador, pero con rímel»; ¿qué creerá Maruja que significa la palabra «premonición»? ¿Qué habrá pensado cada uno de los miembros del jurado del Premio Nadal 2009 al leer esta incorrección?

Pág.40: «¿Y tú, quién quieres ser?» por «¿Y tú?, ¿quién quieres ser?» o «Y tú, ¿quién quieres ser?».
Ibídem: Disfrazado Terenci de árabe, Maruja lo expresa diciendo que lo «habita» uno.
Ibídem: «Los ojos color de mar de Jean Simmons centellearon en mis cuencas», en sus cuencas, qué belleza expresiva. A mí, particularmente, me evoca una preciosa calavera.
Ibídem: «unos pechos que cortaban el espacio», dispararían rayos láser.

Pág.41: Terenci: «conduciré al volante de mi propia alfombra», también tendría ABS; sigue: «conozco mis fantasías como la palma de mi mano», original expresión.
Ibídem: innecesaria mención a las «nalgas» de Maruja, quien palpa la alfombra voladora con «un gesto muy doméstico» para ponderar su calidad. Lo que se dice alta literatura.

Pág.42: Maruja habla de ser «rematada» en el cielo.
Ibídem: A «soñar» y a «temer» lo llama «esfuerzos nocturnos».
Ibídem: «los párpados, platillos que raramente equilibramos», imagine el lector a Maruja tratando de equilibrar sus párpados. Recuerde que raramente lo consigue.
Ibídem: Tras afirmar que el sueño de volar es común a toda la humanidad, habla de «los elegidos para volar en sueños».
Ibídem: «esa corriente de conocimiento que abre el pecho, que irrumpe en el cerebro»; extraña vía de acceso.

Pág.43: Canta el trío una canción de Peter Pan pero, como Maruja no ha creado una atmósfera adecuada, porque sólo se ha dedicado a acumular chorradas como flotadores con cabeza de patito que pedorrean o pechos que cortan el espacio (quizá porque confía en que sus amigos mediáticos alaben cualquier excremento que ella expela, y no se equivoca al confiar en ello), como no ha creado esa atmósfera, no logra ese efecto que pretende en el lector, quien se advierte leyendo una cachupinada y jura contra Ediciones Destino y el Premio Nadal.
Ibídem: Habla de que no les importa que la sintaxis de la versión de Disney «se saltara unos semáforos». Remata diciendo que aquel himno «o era en su versión portorriqueña o no era».
Ibídem: Maruja sigue comenzando con mayúsculas todo aquello a lo que quiere revestir de una importancia que ella no ha sabido comunicarle.
Ibídem: Un chiste involuntario: Maruja pregunta si el «Deseo» «desgarra» como en el Menos Acá. El lector grita despavorido.

Pág.44: «su turbante se movió como un autobús de dos pisos al trotar sobre un enlosado primario»; ¿qué tipo de imagen pretendía Maruja crear en la mente del lector cuando escribió aquesto? Maruja piensa que novelar es ponerse a escribir una sarta de chorradas, una tras otra, sin reparar en la presencia o falta de valor estético (e incluso de sentido), como quien captura helicópteros con un cazamariposas pergeñado con la red de una portería futbolística terciaria.
Ibídem: Terenci: «nastic de plastic».
Ibídem: «¿Podemos viajar al pasado, al futuro?» por «¿Podemos viajar al pasado?, ¿al futuro?».
Ibídem: Se nos aclara que Dios no existe en este cielo de Maruja, pero no cómo puede existir un cielo tal, ni cómo mantenerse. Será con fondos de la Unión Europea.

Pág.45: Al enterarse de que no hay críticos en el cielo, Maruja se convence de hallarse en el «Paraíso». Lógico, dado como escribe; triste, dada la mediática posición que ocupa.

Pág.46: Teniendo en cuenta la cantidad de gandumbadas dichas hasta el momento, resulta contradictorio hablar de «silencio improductivo».
Ibídem: Semejante al recurso a las mayúsculas, Maruja utiliza otro recurso, consistente en duplicar las palabras mediando un guión: «¡Esto es el colmo-colmo!». Y no es la primera vez. Se trata de otro recurso pueril.

Págs.46-47: Maruja comienza a caer en barrena desde el cielo, «Embudo abajo».
Ibídem: «caspercillos valientes», sin duda Maruja se tronchó de risa al ocurrírsele este juego de palabras entre el sastrecillo valiente y el fantasma Cásper. Quizá, por un momento, se sintió como Cervantes.
Ibídem: Define su caída como «mi perforación del Paraíso».

Pág.47: Como homenaje a Terenci Moix y Manuel Vázquez Montalbán, Maruja recuerda aquella aciaga vez en que su madre la olvidó en una barca «a merced del barquero». No detalla la experiencia.
Ibídem: Nueva alusión a este libro: «El Fallo, la Cagada, la Desilusión».
Ibídem: «ataviada de Cáspera».
Ibídem: «emprendimos una suerte de regreso a no sé dónde», pues entonces, Maruja, ¿cómo sabías que era un regreso?, ¿eh?

Capítulo 5.

Pág.49: La niebla no permite a los personajes distinguir sus «propios volúmenes».
Ibídem: Nuevo alarde creativo de Maruja: «Escuché la voz de Manolo, amortiguada por aquella sopa de champiñones». Con estos escribidores, no sabe uno si prefiere que recurran a la frase hecha o a su propio inteleto.
Ibídem: «¡Uhhhhhhhhhhhhhhh!» equivale a «¡Uh!». Maruja pretendía reflejar esto: «¡Uuuuuuuuuuuuuuuuh!».
Ibídem: Nuevo «¡Hostia, Terenci», de nuestra damisela escribidora. Temo que pronto se tire un eructo a lo King-Kong.

Pág.50: El fundamento de este noveloide consiste en la convocación de Maruja para que ayude al dúo a reconstruir su «Barrio» en el cielo.

Pág.51: «Nada alimenta tanto el ego de una mujer como reconocer las flaquezas de los hombres, por amigos que sean»; generalización chorruna que, más que del género femenino, nos habla del género torrezno.
Ibídem: «Una baranda sencilla, de las que a mi me gustaba chupar de pequeña»; al lector lo alivia el que Maruja no gustase de chupar barandas complejas.
Ibídem: Luengas preguntas, que no transcribiré, y que deberían ser convenientemente troceadas, como las anteriores.
Ibídem: «las malas putas del Auxilio Social»; más allá de que este Premio Nadal fuese amañado, como se intuye por su pésima calidad (¿qué hacía esta bazofia entre los finalistas?), resulta aún más triste el que haya sido concedido a una mujer de escritura tan vulgar y ordinaria como Maruja Torres.
Ibídem: «Hice una pausa efectista, que nunca he sabido distinguir de una pausa para respirar», ergo no sabes qué tipo de pausa hiciste, Maruja.
Ibídem: «tuvisteis la osadía de morir uno tras otro y en el mismo año», ¿se imagina el lector que el dúo se hubiera puesto de acuerdo para sincronizar sus muertes en lugar de «morir uno tras otro»? Ello habría quizá sido más delicado.

Pág.52: El lector se entera de que el sofá de Maruja no es un «Philip Starck», sino un «Chippendale», ¡faltaría más!
Ibídem: Manolo a Maruja: «el personaje en que te habías convertido», «le dabas al frasco».

Pág.53: Maruja, chupadora de barandas: «¿es que no podemos ser celestialmente superficiales?»; el ansia de todo escritor: ser lo más superficial posible.
Ibídem: «me puse en jarras», tópico.
Ibídem: Intuye el lector, pues está mal explicado y apenas se da a entender, que, para reconstruir el «Barrio», se requiere al ouroboros, serpiente que se muerde la cola, y del que Manolo será «un gran cabezón», Terenci será la «¡Colita retrechera!» y Maruja la «parte fecundadora« (no aclara si el pene o la cloaca).

Págs.53-54: «–Si estuviéramos muertos, os diría que somos carne de psiquiátrico». Hago notar al lector que Maruja se hallaba con vida en el momento de escribir esto.

Pág.54: Maruja claudica: «dentro de la sinrazón, tiene sentido. No sentido-sentido, pero sí sentido a secas», claro, dentro de lo gilipuertas, hasta es inteligente.
Ibídem: Maruja se rasca: «un truco que utilizo a menudo para ganar tiempo»; el lector se sorprende ante la astucia de Maruja, que se revela superdotada.
Ibídem: «ambas memorias son centrífugas y simultáneas», ¡como dos lavadoras encendidas al mismo tiempo!
Ibídem: «el uno es la Mente y el otro la alegre Colita»; y Maruja se define por fin: «la tripa, la bodega, el útero», aunque debería haber elegido uno de los tres.

Pág.55: «no creía en los hombres»; ¿qué querrá decir esto? «Era una trola», continúa.
Ibídem: Nueva alusión al Premio Nadal 2009: «Gran Fallo». Sepa el lector que no reseño todas las mayúsculas con las que Maruja muestra su indigencia narrativa.
Ibídem: Pobre expresión: «No podría demostrarlo», cuando quiere decir «No deseaba revelarlo». Miedo de «no dar la talla».
Ibídem: «penetraban en mis pensamientos», no, Maruja: penetrarían en tu mente, leyendo tus pensamientos. Eso, si te empeñas en que tu mente sea «penetrada».
Ibídem: «orden-orden», cutre-cutre.

Págs.55-56: «me sentí como una pescadilla recién enharinada, mordiéndose la cola y lista para pasar a la condición de frita», no sentiría mucho, pues.

Pág.56: «el asesinato por nostalgia no debería figurar como delito», ni tampoco el motivado por la lectura de este mojón.
Ibídem: Tras utilizar itálicas en la palabra «central»: «el subrayado casi se arrastró por los infiernos«, ¿el subrayado?, ¿no sería el énfasis que pretendías reflejar con ayuda de aquel? Estos escribidores acumulan tantas palabras que acaban olvidando lo que de verdad pretenden evocar; eso, cuando de verdad parten de algo que evocar y no escriben sólo palabras a lo tonto.

Págs.56-57: Maruja abronca al dúo homenajeado por no llevar zapatillas ni lavarse las manos.

Pág.57: «Manolo esbozó su sonrisa de chinito [...] La fue extendiendo como un biombo», lo que se dice un «chinito» hermosote.
Ibídem: Nunca es tarde para hacer propaganda de «jabón Lagarto».

Pág.58: Maruja gana «potestades ultrahumanas». Se refiere a «poderes sobrehumanos».

Capítulo 6.

Pág.59: Maruja se siente tentada a «concederles sabañones» a sus amigos.

Págs.59-60: Según la prehistoriadora Maruja Torres, la amistad de hombres y canes se debe a un antiguo «pacto» para con la raza lobuna, ¿quizá semejante a un contrato indefinido?

Pág.60: Sobre los perros: «Como escritor, Manolo sabía que ni siquiera los diccionarios les hacen justicia»; ¡ni siquiera los diccionarios!, esos sapientes volúmenes que son último y definitivo recurso para hallar lo justo y diferenciar el bien del mal. A continuación enumera una serie de vocablos –«pérfido, sinvergüenza, traidor, servil, innoble, astuto»– afirmando que son «sinónimos con que topamos en cualquier volumen cuyos autores se precian de conocer a humanos y animales». Primero: las citadas palabras no figuran en el diccionario de la RAE como sinónimos de perro. Segundo: Tal como pensaba, Maruja las ha copiado literalmente de la lista de sinónimos que muestra el Microsoft Word para esta palabra (saltándose el positivo «sagaz» y afirmando que ser «astuto» es peyorativo; vamos, que después de inventar su gilipuertez –a la que había cogido cariño– ha omitido o tergiversado los sinónimos que la desmentían). ¡Qué poco esfuerzo!, ¡si es que no ha abierto ni el diccionario! ¡Y eso que lo hay digital! Pero claro, aunque hubiese enviado un fajo de páginas con las cuales se hubiese higienizado el trasero, hubiese ganado igualmente este Premio Nadal porque, desde luego, por su calidad no lo ha ganado. Tercero: no existe noticia de que los autores de diccionarios se precien «de conocer a humanos y animales«, ¿qué gandumbas pensará Maruja que tiene que ver la lexicografía con «conocer a humanos y animales»? Tampoco los empleados de Microsoft han hecho declaración alguna al respecto.
Ibídem: «La mirada de sus perros solía seguir la de Manolo, en vida», es que si lo que hubiera seguido la mirada de Manolo hubiese sido la de un perro cadáver, habría sido para acojonarse.
Ibídem: «Plantados sobre sus patas»; por desgracia, Maruja no ha podido resistirse a esta aliteración.
Ibídem: «rastreaban la orientación de esa mirada suya», no se puede rastrear una orientación. Y esto es tan feo que ni como metonimia está justificado.
Ibídem: «los perros enderezaban el hocico»; hocico articulado, sería.
Ibídem: Vale que los perros guardaran los pensamientos de Manolo como a ovejas; pero, a la vuelta, ¿por qué las iban a traer de regreso «esquiladas y limpias»? Un perro no hace ninguna de estas cosas, aunque quizá sí un cívico hombre-lobo.

Pág.61: «un Barrio que nos iba a ser devuelto no sabía cómo ni por qué, ni para cuánto, ni que vendría después». Continúa: «Sólo por aquello habría valido la pena morir», con poco te contentas, Maruja.
Ibídem: «–Érase una vez –seguí»; no, no seguiste: repetiste, puesto que ya lo has dicho una vez y has vuelto a empezar.
Ibídem: Llama al dúo «aquella tropa».
Ibídem: «no quería salirme de quicio».
Ibídem: Ahora une las palabras de dos en dos: «Muy mal-muy mal».

Pág.62: Nuevo homenaje a Terenci y Manolo: «la mayor parte de los modelos de calzado me producían tumefacciones».
Ibídem: «seguí por Sant Pau hasta Sant Ramón, tantos santos y tantas putas, que decía mi madre», la vulgaridad hecha premio literario: enhorabuena, Ediciones Destino; enhorabuena Grupo Planeta.
Ibídem: «para las putas y para los santos», no soy religioso, pero esto produce vergüenza.
Ibídem: Uno bello recuerdo de Maruja, un dependiente: «la nena va a salir más fea que la mamá», «a ver, ¿tienes tetitas?». Es peor que lo del barquero.

Págs.63-64: Maruja continúa evocando su niñez, a la que ni siquiera trata de dotar de universalidad, con lo que le acaba importando un bledo al lector. El lector se pregunta qué pintan aquí Terenci Moix y Manuel Vázquez Montalbán, pues su papel queda relegado al de comparsas de esta autoobservación de un ombligo. El lector halla la respuesta: están aquí para poder utilizar sus nombres y para nada más.

Capítulo 7.

Pág.65: Esto no me convence: «Una granja de leche», también conocida como lechería.
Ibídem: «El aire olía [...] a manzanas tibias»; quítese el sombrero el lector: detectar lo frío, tibio o caliente de una manzana a partir de su olor es algo que no todo ser humano puede hacer.

Págs.65-66: «un borracho [...] dormido a medio vómito», ¿cómo sabe Maruja la cantidad de vómito restante en el interior del borracho?

Pág.66: «ese aire de cansancio crónico que transforma a las pasivas esposas en madres iracundas», ¿ese aire, Maruja?, ¿ese aire es lo que las transforma? ¿No serán sus maridos, sus hijos, tus novelas, el tedio o alguna otra cosa?
Ibídem: «adoquines irregulares, ribeteados de boñigas frescas»; fíjese el lector qué belleza: ribeteados... ¡de boñigas! Si Maruja tomara en sus manos de escribidora un ave del paraíso, se convertiría en una cagarruta de albatros.
Ibídem: «una cafetera y su quejido», ¿quejido?
Ibídem: «médicos especializados en venéreas», «trasiego de putas y clientes»; en verdad tira al monte esta cabra.

Pág.67: Igual que antes con el precioso ribete de hermosas boñigas, ahora se habla de «hombres ebrios de impotencia»; bre-bri, añado.
Ibídem: Maruja se ve obligada a «berrear».
Ibídem: «su súbito arrebato les había arrebatado», penoso juego de palabras y aún más patético recurso literario.

Pág.68: Posible justificación de este Premio Nadal: quédale a Maruja un pico de hipoteca por pagar. ¿En qué gandumbas se gastaría los sucios pingües del Premio Planeta?
Ibídem: Maruja llama a sus restos mortales «mis residuos serranos»; si quiere considerarlos un residuo, es cosa suya; en cuanto a lo de «serranos», cabe al lector tanto la discrepancia como el recuerdo de embutidos variados.

Pág.69: «artimañas olímpicas», ¿en un cielo ateo?
Ibídem: Para Maruja, ver «pasar a la gente por la Rambla» «siempre resultó un entretenimiento de primera»; el lector se muere de envidia: ¡cómo se lo pasa Maruja! Ella prosigue: «estar muerto es un chollo», muerta, Maruja, lo que tú estás es muerta, no muerto.
Ibídem: Manolo: «se me está atascando el repertorio»; ¿en verdad Manuel Vázquez Montalbán hablaba de aquesta guisa? ¿O es que pierde «un poco» al atravesar el torrezno tamiz de la limitación expresiva de Maruja?
Ibídem: «esos deliciosos productos de la chufa», pide Maruja al camarero, pero sólo está pidiendo –y sólo le traen–, un producto: horchata. Porque incluso aunque pidas tres vasitos, Maruja, sigue siendo un solo producto.
Ibídem: Poética torrezna: «les aclare los rumiares a este par de congéneres».

Pág.70: Dice: «Bebimos con sobrenatural avidez», pero no aclara en qué se diferencia una avidez sobrenatural de una terrena. El lector apuesta a que es una fatua y grandilocuente manera de decir «mucha».
Ibídem: Maruja, sobre la horchata: «Con un chorrito de ginebra sabe incluso mejor», ¡y con diez ni te cuento!
Ibídem: «Continuaron discutiendo, pero no les escuchaba, ni siquiera les oía»; si no les oías, Maruja, es de todo punto imposible que supieras que «Continuaron discutiendo».

Pág.71: «no se atrevían a enfrentar mi mirada»; decir las cosas de otra manera no siempre da buen resultado.
Ibídem: Tras conocer que no está fiambre ni residuo, sino en coma, Maruja se lleva un «chasco» al enterarse de que su par de amigos no la ha matado. Cabe, en este punto de la crítica, una invocación a lo sobrenatural, de modo que el frustrado deseo de Maruja se vea cumplido; pero, por un respeto a los muertos del que Maruja carece, no lo haré todavía.
Ibídem: «Allá Debajo» Entre El Oval Y El...

Pág.72: Comienza la intriga: una comatosa Maruja ha dejado en su testamento su deseo de ser desenchufada. El crucial documento se halla, no en la caja del Microsoft Word, sino en un «diccionario María Moliner», «entre la M de menopausia y la O de osteoporosis», esto es, en la N de nabo o en la ñ de ñeembukeño.
Ibídem: Terenci, aliviado: «En estos tiempos no hay quien se interese por consultar un diccionario y mucho menos de tomo y lomo. Lo más que miran es Internet.»; de hecho, es Maruja quien no lo ha consultado para buscar la palabra «perro», y quizá por ello generaliza erróneamente. Además, Maruja muestra a Terenci como un tontuelo que desconoce la existencia de diccionarios en Internet.

Pág.73: Maruja: «Llevaba una vida de mierda, no os falta razón»; y por eso escribiste este libro de rosas.
Ibídem: «Manolo se levantó, consultando la hora en su reloj biológico»; esto es, la hora en el sobaco izquierdo, los minutos en el esfínter y los segundos en las gandumbas.

Capítulo 8.

Pág.75: «Henos aquí [...] en pleno tránsito mortal. Yo, un poco menos», un poco menos en pleno tránsito mortal, «y lo lamento», estos lamentos empiezan a preocuparme.
Ibídem: Manolo: «–¡Mirad, tranvías!», no comprendo porque Manolo llama «tranvías» a Terenci y Maruja, ¿tan mantecosos los halla? ¿O quizá quería decir «–¡Mirad!, ¡tranvías!»?
Ibídem: Maruja vaticina el regreso del tranvía.

Pág.76: Manolo: «–¿Algún pervertido quiere gaseosa?»; según parece, Manuel Vázquez Montalbán consideraba que existía algún tipo de relación entre la gaseosa y la perversión. Yo no estoy muy seguro, pero me han comentado que el Dr. Hannibal Lecter bebía mucha gaseosa cuando era pequeñito.
Ibídem: «y tampoco me comía los calcetines», ¡con lo ricos que están en baguette!.
Ibídem: «Otra cosa no, pero los pobres pagan el entierro religiosamente desde que tienen uso de razón». Corolarios: primero, los pobres no pagan religiosamente otra cosa que no sea el entierro (los entierros de sus deudos, se entiende); segundo, los pobres sólo pagan los entierros de sus deudos desde que tienen uso de razón, y cabe preguntarse en qué año adquirieron la totalidad de los pobres mundiales uso de razón; tercero, los ricos no pagan los entierros de sus deudos, hayan adquirido uso de razón o no (lo cual desconocemos).
Ibídem: «–¡Òndia!», exclama Terenci, «rascándose los muslos a través de los pantalones», los dejaría como un queso gruyer.
Ibídem: Manolo se autocita.

Pág.78: Manolo: «echaremos toda la carne en el asador». ¿Hablaba así el literato o es Maruja quien lo entontece?
Ibídem: Manolo de nuevo, habla de una película: «Una de buenas piernas y otra de talento. ¿Quién da más?». Estos personajes, ya fueran de este modo o ya sea Maruja quien así los retrata, resultan de una abrumadora pobreza intelectual. Resultan, de hecho, catetos.
Ibídem: «La cerveza, el café, las castañas y la vida saben igual que huelen. No como allí abajo, en donde la realidad todo lo estropea»; y es que, aquí abajo, la cerveza, que huele a cerveza, sabe a zumo de pomelo; el café, que huele a café, sabe a bicarbonato sódico; y las castañas, que huelen a castañas, saben a boniato borriquero. La vida de Maruja no sé a qué huele ni a qué sabe.

Pág.79: Terenci el literato: «¡Tú no abras la boca hasta que meen las gallinas!». Manolo llama a esto «vocabulario» en lugar de manera de expresarse.
Ibídem: «os detendrán por delincuentes juveniles o rebeldes sin causa», ¡qué graciosa es Maruja!, como su «matrona» (una mujer cercana) ha citado el título de una película, le da igual que lo que ha dicho no tenga sentido.
Ibídem: «un marido resignadamente mineral».
Ibídem: Con «Por Acá», Maruja no pretende ser malhablada, sino que habla del más allá.
Ibídem: La ansiedad de Maruja por ser desenchufada sigue resultando preocupante. ¿Será una literaria llamada de socorro?

Pág.80: Manolo «Asintió con método, una cabezada tras otra», el lector se maravilla ante este nuevo y desconocido método de asentimiento, ya que habitualmente cada individuo pergeña las cabezadas en tandas simultáneas.
Ibídem: Terenci afirma que Maruja presumía de aventurera cuando la entrevistaban, quizá por eso ella se lanzó a la incierta aventura de presentarse al Premio Nadal o al Premio Planeta, superando incluso la intrepidez de Indiana Jones. Le achaca Terenci su traición, pero no por los motivos citados.
Ibídem: «Me alcé cuan alta era, que era poco, pues seguíamos en la infancia», así es como Maruja frustra sus propias construcciones: transformándolas en chiste malo. Típica estupidez de bestsellerado: no ser capaz de tomarse nada en serio, ni lo que uno escribe ni a sí mismo.
Ibídem: «Fui una cronista que creó estilo, fui una todo terreno [por todoterreno] del periodismo, una escritora potable, una mujer admirada y seguida... Fui, fui, fui, fui... ¡Tertuliana y conferenciante!». ¿Qué estilo habrá creado Maruja? ¿El del «¡Hostia!»? Después afirma que es una «escritora potable», ¡potable cual ciénaga! Resulta probable que tenga admiradores y temible que posea seguidores: una posible generación derivada de bazofias como la aquí analizada produciría pavor al cerebro menos despierto. ¿Se imagina el lector qué tipo de persona pondría esta obra en un pedestal para su adoración?

Pág.81: Manolo: «Al fantasma de la Navidad, o mejor dicho, al de la Nochevieja del ayer»; el fantasma se presentaba no sólo dadas las campanadas de medianoche, sino a la una de la madrugada, así que no está mejor dicho, sino incorrectamente dicho.
Ibídem: «Me contempló significativamente. Lo cual significa que me contempló–contempló. Con intención»; «significativamente» y «significa», y explicación que nada aclara: ¿cómo te iba, Maruja, a contemplar sin querer?
Ibídem: Terenci: «como dirían en la lengua de Corín Tellado, no te vayas por los cerros de Úbeda, o no salgas por peteneras»; por mucho que alguien se exprese en «en la lengua de Corín Tellado», embutir de relleno una obra a base de frases hechas no es literario, aunque sí populachero.

Capítulo 9.

Pág.83: «Créanme. Existe algo más humillante que morir», morir no tiene por qué ser humillante: ¿acaso el que un agente de policía muera en cumplimiento del deber torna su muerte en humillante?; ¿es humillante para un bombero morir tras haber rescatado de un incendio a un bebé y depositarlo en brazos de su madre?; ¿debe sentirse humillado el padre que abraza a su hijo para protegerlo de una explosión?
Ibídem: «Otro Mundo».
Ibídem: Habla de sus «dos amigos del alma» y de «su inteligencia superior», de la cual nada ha traslucido hasta el momento, aunque, claro, no dice a qué es superior: si es superior a la suya, pues vale.
Ibídem: «puto mundo real», impotable.
Ibídem: «yo no era una criatura de ficción. ¿Lo era?», nada hasta ahora justifica esta duda chorra.
Ibídem: «Ay, que les veo venir».

Pág.84: «entre un arrastrar de herrumbrosas cadenas y un crujir de monederos falsos», ¿monederos falsos?, ¿por qué falsos?, se pregunta el lector. De nuevo, comprende: Porque sí, para rellenar. Mucha motivación para ganar este Premio Nadal no creo que tuviera Maruja.
Ibídem: «escritores como eran, incluso muertos», dice, aunque no se sabe de ningún escritor que, muerto, pasara a ser considerado un bombero.
Ibídem: El dúo prepara algo para Maruja. Si a lo que más temía Winston Smith, funcionario de 1984, era a las ratas, lo que más «terrorífico» considera Maruja Torres, escribidora en España, es: «¡Un monólogo interior!». Esto, además de explicar muchas cosas, resulta aún más pavoroso para el lector.
Ibídem: «hasta el punto de querer dar la vida –o los tubos que me ataban al mundo–», ¿dar los tubos?, ¿atar con tubos?
Ibídem: «me reservaban un encontronazo con mi más temida criatura de las tinieblas. La introspección. Esa zorra»; ¡qué estilo!

Págs.84-85: «cribándome el cerebro a mechones», esto es propio de una película gore.

Pág.85: Hace tiempo que, «después de no poco descalabro», Maruja concluyó «que es inútil darle tanto al tarro».
Ibídem: «Cuando se aparenta lo que no se es, y eso es lo único que los otros creen que eres»; no, Maruja, yo no creo que seas lo que pretendes aparentar, creo que eres lo que muestra esta obra.
Ibídem: «envejecer sólo aporta dos malas noticias: o cascas tú o la palman los tuyos»; No, Maruja: también pueden quedarse catatónicos, o te puedes arruinar y vivir cual sintecho, o peor: recibir el Premio Nadal.
Ibídem: «se aprende a desaprender», «una mierda».

Págs.85-86: «la esperanza. Ese inmenso territorio todavía por arar», labriega y mentirosa figura.

Pág.86: «Tiempo» por «tiempo».
Ibídem: «un más como el universo entero».
Ibídem: Calificación para el dúo: «druidas espaciales».
Ibídem: «Tener» por «tener».
Ibídem: «no puedes pedir más. Seguridad económica, un piso, un perro, ingenieros electrónicos y cibernáuticos», ¿qué es un ingeniero cibernáutico? Pienso que Maruja podría ser considerara una chorrinauta, o navegante de lo chorra.
Ibídem: Maruja también tiene «la suerte de expresarte, de escribir», suerte que no aprovecha y que es desdicha para el resto de los españoles.
Ibídem: ¿Qué es la literatura para Maruja?: «(tocas nervio y eso rechina) pero luego publicas, sales de gira y te lo pasas bien, te tratan como a una rica heredera y el baño de ego te deja lo bastante atontada», a quien tal escribe lo califica el apelativo de tontonauta.

Pág.87: «Más y Más».
Ibídem: «no soy Faulkner usando los monólogos», ni los diálogos, ni las descripciones, ni los puntos, ni las comas, ¡ni nada!
Ibídem: «sé que existen preguntas que no hemos de pronunciar e ilusiones que han de permanecer bajo tierra», no sabes, Maruja: crees. Erróneamente.
Ibídem: Maruja se observa en «un espejo grande como la boca en un túnel» (comparación propia de un funcionario del MOPU) y sabe «que entre las dos íbamos a parir una palabra decisiva», ¡bellísimo! No dar a luz, no alumbrar: ¡parir! Ya puestos, podían haberla «excretado». El lector se acongoja, temiendo la palabra que de una mente tan fina pueda provenir. Lo alivia el pensamiento de que sea, en verdad, un retortijón.
Ibídem: «Las letras se deslizaron como riachuelos por el interior de mi cabeza, hasta cuajar en mi aparato reproductor de sonidos», ¡una flema! ¡Cuerpo a tierra, lector!

Pág.88: «tallar el verbo en modo subjuntivo», esta figura es muy del agro.
Ibídem: «El verbo se apretaba contra la barrera de lengua, dientes y labios cerrados», nada como enumerar órganos corporales para dotar de elevación a un discurso.
Ibídem: Los fonemas se retuercen en la boca cerrada de Maruja, el lector tiembla, pues esta palabra se anuncia como «una locomotora de la amplia sección que anticipaba», los fonemas «Daban tantas patadas» que Maruja grita «Aventurarme» por dos veces. Y el lector, que no es tonto, se da cuenta de que esto no es el subjuntivo anunciado, sino un infinitivo con un pronombre.
Ibídem: Como un viaje por el túnel del terror, finaliza por fin el terrorífico monólogo interior.

Pág.89: Terenci: «las mismas dotes de fisgonas que las adornaron previamente», «adornaron»; «e hicieron de ellas temibles portadoras de rayos X en las pupilas», no creo que un «rayo X» pueda guardarse en ningún lugar; aparte de ello, quede aquí transcrita la chorrada, que no es más que un recurso simplón y arbitrario para justificar cómo Terenci ha sido informado.

Págs.89-90: Alguien se ha llevado, precisamente, los diccionarios en los que Maruja había guardado su testamento y ello causa conmoción. ¿Se consultan diccionarios en el entorno torrezno? Maruja desembucha su «refranero editorial», el cual ahorro al lector de esta crítica. Lo que sigue es patético y pueril: la chica en cuestión se ha llevado las «palabras» de Maruja para cuidarlas (¿acunará los diccionarios y les dará el pecho?).
Ibídem: La reacción de Maruja no es la se produciría en una mente con la experiencia de unos sesenta y seis años. Se echa a reír por reconocer a su amiga y suelta: «¡Le encantan los diccionarios! Eso es quererme, llevarse mis palabras para protegerlas». ¿Puede una persona con esta mentalidad ocupar el puesto mediático que ocupa Maruja Torres en el mundo de la cultura? ¿También son así otros escritores mediáticos?
Una persona adulta se daría cuenta de que ya la han dado por fiambre y se están agenciando sus diccionarios.

Págs.90-91: Sigue una tontuela descripción de la chica, que incluye: «Se va por las selvas a montar dispensarios, lo cual no le impide salir de marcha cuando se lo pide el cuerpo, es culta»; ¿se imagina el lector una descripción como la antecedente en, por ejemplo, Madame Bovary, de Flaubert, o en La Cartuja de Parma, de Stendhal?

Pág.91: «Allá Abajo».

Pág.91-92: Publicidad del «doctor Andreu, el de las pastillas y el jarabe», «cuyo invento curaba la tos de los niños pobres [...] y de los pobres niños, aunque fueran ricos»; la progresista Maruja Torres desearía quizá un jarabe que enfermara a los niños ricos. Sí señor, esto es una mujer de izquierdas.
Ibídem: Maruja sugiere llegar «vestidos de pubillas catalanas»: «Sería un puntazo, de cara a las relaciones públicas para mejorar la convivencia entre autonomías». Maruja debería ser contratada ipso facto por El Club de la Comedia: necesitan una friegasuelos.
Ibídem: Terenci: «nadie nos verá. Nuestros cuerpos serán un enigma»; no, si nadie os verá, vuestros cuerpos no serán un enigma: serán invisibles. Sigue: «no podemos mover objetos, ni ocupar cuerpos, ni siquiera estimular el vuelo de una patata chip por entre las frondas del Retiro», esto quedaba implícito en lo primero, pero es una gilipuertez que rellena un poco. Responde Manolo: «Nos queda el cacumen»; el lector solloza.

Pág.93: Porque sí, porque les da la gana y para perder algo de tiempo antes de salvar a Maruja, los tres van a darse una vuelta por la Feria del Libro. ¡Qué requeteguay! De no hacerlo, el libro se quedaría corto; necesita, pues, todavía más relleno. Se nos prometen encuentros con otros escritores que seguro hablaran por boca de Maruja.
Ibídem: Terenci piensa que conservar «restos de fe en la humanidad» es «Cosa del marxismo residual»; gilipuertez subnormal donde las haya, el creer que para conservar la fe en la humanidad (o restos de ella) debe uno ser marxista o tener residuos de esta doctrina.

Leída la mitad de esta colección de tonterías, encuadernadas y consideradas «libro gozoso», según la reseña en la parte posterior del mismo (libro), urge cotejar lo analizado hasta ahora con lo propagandizado por la editorial y los medios de comunicación.

La fatua contraportada habla de «revisitar los escenarios de su educación sentimental», afirmación que es rotundamente falsa hasta el momento y que pronuncia en vano parte de un título de Flaubert. Se llena la boca con un conjunto de nombres altisonantes («Gran Visir», «Hollywood») que en la novela no han sido más que nombres altisonantes.
Con «Todo adquiere una atmósfera mágica» se refiere quizás a los «¡Hostia!», a clamar «cabronazo» contra Dios, a los «pechos que cortaban el espacio», a las birras que se pimpla el trío, etc... y de nada sirve mentar a «Wendy», «Peter Pan» o «Alicia en el país de las maravillas». Nombrar personajes y títulos, y equiparar los propios a ellos no es garantía de que tal parangón sea cierto, al contrario: suele ser un burdo rapiñar de la fama de otros. Ediciones Destino (Grupo Planeta) todavía tiene la insolencia de afirmar que «Maruja Torres consagra su talento de narradora»: ¿cómo escribiría cuando era una aspirante?

Tuve la impresión, al inicio de esta lectura, de que este libraco había sido escrito no para ser publicado, sino para ser compartido por tres o cuatro amigotes de parranda de Maruja, que quizá fueran a apreciar los chistes tontos y demás memeces de este engendro. Estaba equivocado: creo ahora que hasta esos amigos arrojarían si leyeran esta inmundicia en su integridad.

Por cierto, hago notar al lector que tanto Terenci Moix como Manuel Vázquez Montalbán fueron medalla de oro (adivine el lector de qué oro) en el infame Premio Planeta. ¡Menudo trío, éste de planetarios!

En el suplemento Bobelia, famoso por despedir a sus críticos cuando ejercen de críticos, Rosa Mora comienza con la cita: «Perdurar en la memoria de quienes nos aman es la mejor forma de paraíso que se nos puede conceder». Breve paraíso, apunto. Fue esta la oración con la que en la Cadena SER se llenaron la boca hablando de su «amiga» Maruja (otra «amiga» de los locutores es Almudena Grandes), lo cual es índice de su imparcialidad. Presumo que fue ésta la única oración de la novela que se leyeron, ya que, si no, la vergüenza de su cara habría pesado en exceso como para ensalzar semejante mondongo.
Sigue: «la narradora, mitad Wendy mitad Alicia, pero, sobre todo, Maruja», la tercera mitad, se entiende; y habla de «humor asilvestrado», ¿querrá decir «de pueblo»? Enumera a continuación tres situaciones de la novela, embutiendo muchos nombres de relleno. Enumera igualmente referencias a películas y escritores, como al escritor mediático del Grupo PRISA, Arturo Pérez Reverte (¿saldrá aquí también diciendo tacos?).
En cuanto a crítica, dice tan poco como que «no alcanza ni de lejos la intensidad que logró Torres en Un calor tan cercano (1997),» y afirma que se queda en «pinceladas».
Para que comprenda esto el lector navegante, cito un fragmento de la tal obra, analizada en el libro La gran estafa. Alfaguara, Planeta y la novela basura (Manuel García Viñó, VOSA), ya comentado en Lector Iracundo: Pág.461: «Pág.112.- Las páginas del prestigioso diario La Vanguardia, nos informa Torres, “convenientemente troceadas, servían para envolver toda clase de objetos y para que nos limpiáramos el culo”. Me hubiera dado pena salir a la calle sin enterarme de esto, que, entre otras cosas, me demuestra que Maruja Torres no es Henry Miller. Por otro lado, la confidencia me hace evocalla en el trance y no resulta favorecida. Algo que a ella, seguramente, no le importa. Lo que a ella le importa es que Rosa Mora, en una crítica científica donde las haya y se detectare, la llame “entrañablemente bestia”... por tan pequeña cosa a la postre.»
Continúa: «Las figuras de Manolo y de Terenci son más caricaturas que personas de carne y hueso», ni eso: son nombres, no personajes; nombres que no paran de emitir chorradas; y también: «la autocrítica, a veces tan salvaje como su humor», si esta mujer poseyese un ápice de autocrítica, habría quemado su manuscrito o renunciado al Premio Nadal.
Se citan luengos fragmentos para rellenar esta crítica acrítica; se nos anuncia un encuentro con el «Ángel Caído»; se insinúan «ciertas incoherencias», y define la novela «como una especie de catarsis que emocionará a sus lectores», no especifica el tipo de emoción.
En resumen, no es siquiera una crítica, sino una reseña mediática: un embutido de frases y citas de la obra, y circunstancias de la autora.

En La Vanguardia, J. A. Masoliver Ródenas (segundo enlace, no de pago) titula su crítica «La novela de los 1001 derroches»: habla de cómo «se acumulan las ocasiones perdidas» y remata con «esta novela sólo llega a ser divertida y entretenida en la medida en que es un disparate. De pies a cabeza y sin pies ni cabeza».

En El Cultural, Ricardo Senabre comienza: «la condición de buen periodista y reportero no lleva necesariamente encapsulada la de buen novelista, y ahí está, sin necesidad de recordar ejemplos coetáneos, el caso de Larra». Apunta una cita literal, estilo crítica acompasada («“el Incierto Umbral” ( pág. 10)»), comenta la «la tópica y antiquísima solución del sueño», y sigue: «bastante pobre, ramplón y falto de inventiva». De sus personajes «sólo asoman detalles superficiales y harto conocidos». Aquí las pinceladas (sobre el barrio) son «pinceladas epidérmicas», ¡como una calcomanía! Denuncia que los «abundantísimos diálogos son inconsistentes y sin vivacidad». Hace un deceso para citar a «Quevedo, Gracián o Torres Villarroel» y continúa con el justo trato a este engendro escrito: «el esquematismo y la pobreza imaginativa». «Muchas conversaciones de mercado de abastos ofrecerían más riqueza y mayor expresividad que estos diálogos».
Resulta adecuada esta crítica y, lo más importante, es un juicio de la obra, no se dedica a embutir relleno como en el Bobelia, donde presumo sintieron miedo y pudor de ensalzarla, lo cual es insuficiente para considerarlos profesionales.
Más: «El hondo y sincero afecto [...] es una cualidad loable, pero no basta sin más para componer una obra literaria», aplaudo aquí tres veces.
Finaliza con una admonición al Premio Nadal: «Si el jurado que otorgó el galardón decidió que éste era el mejor de los originales presentados –y es de suponer que así sería, a pesar de que quandoque bonus dormitat Homerus–, resulta inquietante imaginar la calidad media de los aspirantes al último Nadal, premio siempre codiciado, que ahora no suma nada a su trayectoria.» Diría yo que resta, incluso. Por cierto, que es ésta una fórmula de cortesía para insinuar el amaño: lo único que justificaría el premio a este sumo bodrio.

Capítulo 10.

Pág.95: Manolo: «haberle hincado ya el diente al María Moliner», se refiere al diccionario.
Ibídem: A Terenci «lo que más le gustaba [de Madrid] era alojarse en el Ritz durante la promoción de un libro».
Ibídem: Palabras como «Dueño» y «Tiempo» lucen mayúsculas en mitad de un diálogo. Es de suponer que Maruja reconoce por el tono de su interlocutor cuando una palabra se inicia con letra mayúscula.

Págs.96-97: Tontuela, vacua y frustrada alegoría que involucra al capitán Garfio.

Pág.97: Esto sí es el retrato de un escritor: Terenci se prueba «unas polainas sado-maso».

Pág.98: Maruja cuenta una fantasía que, afirma, «es el colmo de lo cutre-sensiblero-intelectual»; imagino al jurado del Premio Nadal deleitándose con fragmentos como aqueste.

Págs.98-99: De haber sabido Maruja que «iba a finiquitar en coma» no habría pedido «anestesia» para soportar las «torturas» de su dentista. «Claro», piensa el lector, «así habría disfrutado más de la vida». Acuña un nuevo y mayúsculo término: «Nostalgia de Dentista», quizá semejante al de envidia de pene.

Pág.99: Maruja fue entrevistada una vez con «los labios pintados como el Joker de Batman», no iba a ser como el Joker de Heidi. El lector se detiene y consulta la fotografía torrezna de la primera solapa del libro: existe cierto parecido físico entre Maruja y el Joker, sólo que el segundo es más simpático y gracioso. En cuanto a la tarea de supervillana elegida por Maruja, consistiría en escribir noveloides como el presente y publicarlos.
Ibídem: Nuevo destello literario: «las lentejas, mi plato preferido».
Ibídem: «Manolo y Terenci lucían más cal en los rostros que un pueblo andaluz del interior a la hora de la siesta«; sabido es que todo andaluz del interior se emplasta la cara de cal para sestear. En cuanto a los perros, han encanecido.

Pág.100: Terenci, sumergiendo al lector en una atmósfera mágica: «¡Hostia! ¿Qué bello paseo es éste?». He mostrado este libro a tres o cuatro cejijuntos y mastuerzos labriegos, todos los cuales se han sorprendido ante el mismo y me han preguntando que por qué es tan basta la señorita Maruja.
Ibídem: Maruja: «Siento [...] como si se me removieran necesidades físicas», ¿pipí o popó?

Pág.101: «Novio-novio» se contrapone a «apaño ocasional».

Págs.101-102: El cambio de página atenúa la atmósfera mágica creada por el verbo de Maruja: «ella liga muchísimo y le encanta fo-»; aunque ya es suficiente, resulta imprescindible continuar: «llar, lo cual hace cumplidamente y no me digáis que no es raro», no es raro, Maruja, ¿por qué iba a serlo?; «con las facilidades que se dan en la red para bajarse polvos cibernéticos que no exigen compromiso»; asumiendo que un polvo cibernético consista en algún tipo material pornográfico, ¿por qué considera Maruja que el acceso a la pornografía enrarece el contacto sexual con el prójimo? Hace ver que ella la prefiere, lo cual es respetable, pero no extrapolable al resto de seres humanos, que suelen preferir el acto carnal al «cibernético» acto de tocarse.

Pág.102: Nuevo clímax: «un argentino« «Dotado de un enorme miembro» que recuerda a Maruja sus «propias incursiones pamperas» a la caza de miembros, llama de continuo «mina» a la muchacha birladora de diccionarios, lo cual podría desembocar en la utilización de los mismos. El lector se siente como en aquella escena de Guerra y Paz en la que se lucha por un testamento, o como en aquella otra de 1984 en que el protagonista es torturado mediante descargas eléctricas; su emoción es tal que resulta equiparable a la sentida ante los finales de El juego de los abalorios o El Tambor de hojalata.

Capítulo 11.

Pág.103: Para Maruja, las personas que no saben lo que significa «mina», son unas taradas.
Ibídem: «Manolo se empujó las gafas invisibles» observa Maruja, detectando el invisible objeto con sus glándulas sudoríparas.
Ibídem: Un Terenci amarujado: «Si es una gran lectora, entregada a la elevada causa de la imprenta, Google será lo último que consultará», ¿qué tendrá que ver el ser una gran lectora con entregarse a «la elevada causa de la imprenta» o con la aversión de Terenci a Google?
Ibídem: «meterá el dedito en la puta M. M de mierda, M de muerte...», cuasichiste involuntario, complete el lector: M de... Por cierto, ¿no será esto una «pista» para el jurado (Germán Gullón, Lorenzo Silva, Andrés Trapiello, Ángela Vallvey y el editor Emili Rosales) de este Premio Nadal?

Pág.104: Maruja considera que, estando en coma «Algún pariente sería capaz de maquillarme y llevarme a un programa de tele realidad».
Ibídem: Descripción del cerebro de Manolo: «Aterciopelado, fluorescente, repleto de casillas y cajoncitos y compartimentos, pasadizos y esquinas», tal cerebro aseméjase tan pronto a un Juego de la Oca como al Laberinto del Chinotauro.
Ibídem: «Recé para que nadie nunca iluminara el mío, no fuera a hacer el ridículo», Maruja: sonríe a la cámara y a los focos.

Pág.106: Definición de arrogancia: «el que disfruta de dos pasaportes y presume ante un inmigrantes sin papeles».
Ibídem: Chiste involuntario: «¿Os ofendo si os pido que os larguéis [...]».

Capítulo 12.

Pág.109: «Aquellos casi veinte años, del 81 al 98 (del siglo XX)», ¡no iba a ser del XXI, Maruja!
Ibídem: «Así fue conformándose –mientras me conformaba–».

Pág.110: Los árboles del Retiro poseen «amenas variedades», «serranos tamaños», «floraciones diversas» y tronco y ramas y hojas y, a diferencia de otros árboles, hasta crecen desde el suelo.

Pág.111: «manifestación vocal» es una figura literaria digna de un fonólogo.
Ibídem: «cosas más raras había visto y no visto en los últimos ¿días?», doble frase hecha, más juego de palabras, más pregunta absurda: las acciones narradas apenas requerirían cuatro horas para su desarrollo.
Ibídem: «Mi descontrol del horario», del horario no, Maruja, del transcurso del tiempo, que es otra cosa.
Ibídem: Dice la «manifestación vocal»: «Para ser atea y estar medio muerta [no, está en coma], conservas tu capacidad de fabulación en forma». Dada esta afirmación en cuanto al ser ateo y conservar capacidad de fabulación, sepa el lector eran ateos, por ejemplo, Albert Camus o Simone de Beauvoir.

Ibídem: De cómo Maruja invita a la «manifestación vocal» a darle una respuesta: «dime quién eres. Si te apetece, porque a mi me toman por el pito del sereno».
Ibídem: «noté que mi banco se despoblaba».
Ibídem: «¡Soy el traficante de almas!
–¿De armas?
–¡De almas, tonta!».
¡Qué gracioso! A la lectura de este diálogo se atribuyen tres suicidios.
Ibídem: «Me puse en jarras».
Ibídem: «Lucifer» es designado como «Él», suponemos que Dios será «Aquel»
Ibídem: «quebrantando mi retiro en el Retiro», un chiste propio de Javier Marías.
Ibídem: ¿Cómo yergue Maruja la cabeza?: «Alcé la testa».

Pág.112: Sobre la estatua del ángel caído en el Retiro: «el único monumento construido en su honor que existe en el Mundo Libre»; pero tal monumento no fue construido en su honor, pues muestra al ángel en plena caída, protegiéndose del manotazo divino. Honra pues el poder de Dios, no siendo tampoco el único monumento en que Satán figura, sino, al parecer, el único erigido en una capital. Eche el navegante un vistazo a este blog o compruebe esta pareja de estatuas.
Ibídem: «Mal» por «mal».
Ibídem: El ángel caído acusa a Maruja de haber interrumpido sus «ejercicios zen» (los del ángel caído); Maruja: «¿Practicas el budismo?». Se trata éste de un cielo ateo budista con ángel caído incluido que no se nos cuenta cómo ha caído. Quizá de un tropezón.
Ibídem: «Camino Intermedio».

Págs.112-113:
«–Llámame Lucy –ordenó.
–¿Por Lucifer?
–Va a ser por Lucille Ball, tonta.»
Cuéntase que, leído este diálogo, cierto miembro no presidencial del jurado del Premio Nadal 2009 quedó extasiado por la emoción, con ojos vidriosos, levantóse de la silla y, tras un momento de erecta solemnidad, salió pitando en dirección al cuarto de baño, donde proyectó su desayuno hacia el interior del inodoro acompañándolo de una «manifestación vocal». Siguiólo un segundo miembro que, hallando la taza ocupada, debió ejecutar sobre el bidé una corpulenta y estruendosa manifestación anal. El tercero y cuarto miembros no presidenciales en requerir las instalaciones sanitarias viéronse, por tanto, obligados a utilizar el lavabo y la tina de la bañera, aunque, por recato, no diremos para qué.

Pág.113: «del Bien y del Mal».
Ibídem: Lucifer habla a través del torrezno tamiz: «Llevo un montón de tiempo con esta puta serpiente cubriéndome las partes para que no se escandalice el pueblo llano, y ya no me las noto», palabrotas aparte, no es el «pueblo llano» quien ante este tipo de exhibiciones suele escandalizarse.
Ibídem: Después de haber puesto en mayúscula cada chorrada que se le ha ocurrido, se refiere al Papa como «El papa». Y lo dice un protestante.
Ibídem: «El papa tendría que repartir sierpes entre sus milicianos para que se conserven castos», sabido es que un buen ñasco de serpiente ha evitado más de una lujuria.
Ibídem: Define el Vaticano como «merienda de cobras», que debe de ser algo parecido a una «merienda de negros», pero más progre y políticamente correcto, porque no se mete con los negros, sino con la Iglesia Católica, lo cual es igual de chorra, aunque Maruja no lo sepa.
Ibídem: Maruja desea saber si el diablo es «pro o anti-gay», ¿y por qué habría de ser alguna de estas dos cosas, Maruja? ¿No puede ser normal como casi todo el mundo? También desea saber Maruja su postura respecto al «feminismo, la poligamia, la violencia doméstica» aunque, para fortuna del lector, el ángel caído no le hace mucho caso.
Ibídem: Fíjese el lector que esta página ha versado sobre el sexo de los ángeles.

Pág.114: «[la] Wikipedia acabó hace tiempo con su aspiración [de Manuel Puig] de que las personas no sean identificadas por sus actos sexuales»; lo que es una falsedad, pues entre los objetivos de la Wikipedia no está tal chorrez. Se ve que en la Wikipedia alguien ha recopilado datos objetivos sobre Maruja Torres y ésta anda cabreada por aquello de que sus actos sean recordados. Por ejemplo: Maruja Torres ha llamado «hijos de puta» a los votantes del Partido Popular, Maruja Torres ha equiparado el miedo que le producen las palabras del PP con el que le producen las de ETA, y Maruja Torres ha afirmado que se debería sedar a Esperanza Aguirre en cierto hospital donde se da este tratamiento a pacientes terminales. ¡Pues no haberlo hecho, Maruja! O discúlpate, si ahora te da vergüenza. ¡O cállate!
Ibídem: «aquella mañana, parecía una acertada decisión para salir del atolladero: venderme, a cambio de vivir», no, lector, no se refiere al Premio Nadal ni al Premio Planeta.

Pág.115: «Lucy» deja a la sierpe y se le ve su «pudenda y bien dotada zona».
Ibídem: «Lucy» el pichagorda «se puso bien las alas», serían de cartón piedra.
Ibídem: Para Maruja, el que «Lucy» cruce las piernas es un signo de «estilo».
Ibídem: «estaba al cabo de la calle», original expresión.
Ibídem: «su mente ardía a toda candela», dice Maruja de «Lucy», porque «fruncía y desfruncía las cejas a gran velocidad y sus pupilas de esmeralda lanzaban rayitos a juego con la graciosa cornamenta», el lector se imagina a «Lucy» como la mezcla entre un rostro en pleno ataque epiléptico y un platillo volante disparando rayos láser.
Ibídem: «Hecha un océano de dudas», fíjese el lector que original: Maruja compara la abundancia de sus dudas con la del océano y, ojo, lector, porque se trata de un «océano de dudas» no de un más pequeño «mar de dudas» ni de un «pantano de dudas», cuya abundancia sería insuficiente para la carga dudística del noveloide en cuestión.

Pág.116: «Lucy» califica su conversación factual con Maruja como «improbable».
Ibídem: Ante la expresión «Help yourself!» de «Lucy» Maruja se siente impresionada: «Un hombre de mundo». ¿Cómo considerará Maruja a un «hombre» («Lucy» no es tal) que conozca medio vocabulario de la lengua inglesa? ¿Un hombre galáctico?

Pág.117: «Con una mano se masajeaba [...] Con la otra se abanicaba. Tardé en verificar que [...] utilizaba una de sus alas».

Pág.118: Para abanicarse, «Lucy» se ha quitado sus alas: «portátiles», según él; postizas, según el lector. Ello hace temer que a continuación vaya a despegarse una nalga a fin de pasarle el plumero o a desenroscarse el mingano para hurgarse la oreja.
Ibídem: «el Otro», ¿no era esto un cielo ateo?
Ibídem: «Lucy» enciende un cigarrillo con las pestañas. Quizá se lo apague a Maruja en un ojo.

Págs.116-119: Maruja se insinúa faústicamente a «Lucy», que no desea comprar la mercancía, quizá porque ya es suya desde la presentación de Maruja al Premio Planeta 2000 (propiedad redoblada tras este Premio Nadal 2009).

Pág.119: Maruja babea ante el «atlético cuerpo» de «Lucy».
Ibídem: Las alas de «Lucy» tan pronto son auténticas alas de ángel caído como prótesis de cartón piedra para abanicarse.

Pág.120: Habla «Lucy» de chupar cupones de supermercado y piensa Maruja: «Comprendí que había chocado con un Lucifer excepcional, enterado hasta de las ofertas del súper de la esquina». Pero señores Germán Gullón, Lorenzo Silva, Andrés Trapiello, Ángela Vallvey y editor Emili Rosales, ¿es esto lo que ustedes consideran dignos de «agraciar» con el Premio Nadal de Ediciones Destino? ¿Han leído ustedes El proceso (Kafka), Narciso y Goldmundo (Hesse) o Rojo y negro (Stendhal)? ¿Qué premio hubieran dado a estas tres obras? ¿El segundo, quizás? ¿O las hubieran descalificado, por vergüenza a ser descubiertos?

Pág.121: Maruja nos cuenta ser alérgica al plumaje de ave, más no al plumaje de ángel caído, acerca del cual, siendo postizo, me preguntó a qué bicho emplumado pertenece. Probablemente un pulpo.
Ibídem: «le agarré de un ala», pero el postizo de pulpo no cae.
Ibídem: «palpé la oquedad entre mis brazos», el famoso hueco llamado aire.

Pág.122: «he conocido a un hombre de los de antes» dice Maruja de Lucifer, criatura que ni es ni fue nunca un hombre.

Capítulo 13.

Pág.123: «¿Os habéis divertido, sin mi?», no: «¿Os habéis divertido?, ¿sin mi?» o bien «¿Os habéis divertido sin mi?».
Ibídem: Soberbio retrato narrativo de Manuel Vázquez Montalbán a través de un diálogo: «Eres como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer».

Pág.124: Nueva clase de anatomía cerebral: «tu lóbulo de las determinaciones».
Ibídem: «tan fácil como soplar botellas».

Pág.125: «Osaré osar».

Pág.126: «Terenci manoteó para despejar la nostalgia», ni que fuera un cuesco.
Ibídem: Manolo: «Me limito a introducir un pequeño resumen de lo acontecido, para que los lectores no se extravíen»; resulta difícil que se produzca un extravío lector en una novela tan de andar por casa. El lector, como mucho, puede extraviar su paciencia.

Pág.127: Terenci, sobre Adonis: «Las diosas se daban de hostias por sus favores». Reseño esta frase porque me ha emocionado su profunda sensibilidad.

Pág.128: Terencia habla de la guerra de los «Tres Días». Maruja le corrige el número de días.

Pág.129: «¿Alfombra, o volamos por nuestros propios medios?», Maruja: o sitúas el número correcto de signos de interrogación o suprimes la coma.
Ibídem: «nos quedamos en bolas. No hay como la desnudez astral para sobrevolar el Mare Nostrum. Los perros volarían a doble pelo [antes de nada, un perro «a doble pelo» va doblemente abrigado. Para el efecto requerido, Maruja, deberías haber afeitado a los cánidos]», y volando, comienza el sexteto a vociferar una canción de Peter Pan: «¡Si acaso quieres volaaaar, piensa en algo encantadoooor! ¡Como aquella Navidaaaad, que encontraste al despertaaaaar, juguetes de cristaaaal!».
Imagine el lector –piense en algo encantador– la bellísima escena de tres ancianos de sesenta años sobrevolando el Mediterráneo en porretas, a lo «chan cha-cha-cha chaaan... Su-peeer-maan» con sus moteados pellejos tremolando cual banderas, sus trémulos nalgatorios ondulantes cual pleamares, sus felpudos genitales aerodinámicos contra el viento, sus dos pirulos y cuatro gandumbas venteados por la brisa marina. Imagine el lector, ¡sí!, las marujiles protuberancias mamarias, en toda su anciana firmeza, sufriendo la potencia de la velocidad.
Como Rosa Mora afirma en Babelia, es este un libro que «emocionará a sus lectores». Recuerdo aquella escena de El Padrino en la que un hombre se despierta y encuentra en su cama la cortada y sangrienta cabeza de su caballo favorito, emocionándose por ello. Tal sentimiento es quizá una pequeña fracción de que lo que siente el lector llegado a este punto.

Capítulo 14.

Pág.132: Leyendo «palabras tan arraigadas en nosotros como el sabor de la leche materna» recuerda el lector el sabor de la leche materna con que su madre lo amamantaba. ¿Cómo, lector? ¿ya te has olvidado?
Ibídem: «dispuesta a poner a parir a los hados», ¡hermoso!
Ibídem: «decantaros por la puesta de sol como huso horario», puesto que el huso horario es un fragmento de la superficie terrestre, asume el lector que Maruja se refiere al «momento» de la puesta de sol.

Pág.133: «soy urbano, urbano y urbano», ¿sólo triplemente urbano? ¡Con la de gente que se precia de ser cuádruplemente urbana!
Ibídem: «los perros [...] meaban alegremente».

Pág.134: «Los hombres, siempre tan pusilánimes, pensé», sí, la verdad es que a lo largo de siglos de historia los hombres siempre se han caracterizado por su pusilanimidad, algunos ejemplos son Sócrates, Jesús de Nazaret, Friedrich Nietzsche, Joseph Stalin o Adolf Hitler.
Ibídem: Manolo: «Olé los ovarios del barrio chino».
Ibídem: La última expresión exclamativa de esta página debería ser fragmentada en dos exclamaciones tras el vocativo.

Pág.135: Manolo: «Coño».
Ibídem: «¡Recula, oh Astro «, ¿se imagina alguien a Moisés ante el Mar Rojo elevando los brazos y diciendo «recula, oh Mar Rojo»?
Ibídem: «el olor de la tierra [...] mezcla de hojas tiernas quebradas y humo de leña, de pólvora de petardos de verbena y sobacos juveniles»; esta expresión recuerda a quien, recitando un poema, o lo que cree un poema, decide rematarlo tirándose un sonoro cuesco.
Ibídem: «la edad en que ya conocemos el lenguaje de los finales», si tanto lo conoces, Maruja, ¡haberlo explicado a tus lectores!

Págs.136-138: Enumeratoria aglutinación de situaciones entre las que destaca: «escupimos en los edificios Núñez y Navarro», «Éramos los de antes, en su versión mejor», se nos cuenta que esto sucede «Por el milagro del amor, ni más ni menos», lo que el lector no entiende. Sigue: «mercancías amontonadas [...] nos revolcamos entre los productos de la tierra y del mar», por ejemplo entre patatas y arenques. Los protagonistas se ciñen coronas de «saltamonetes», galopan «montados en auténticos jamones de pata negra» y emulan a Alatriste «blandiendo pencas de bacalao»; se arrojan azafrán y pimienta, empujan ruedas de arenques y, provocado este poltergeist tremebundo, Maruja afirma que los trabajadores no se enteran de nada. «Nos rebozamos en canela», continúa, y todo este revolcarse entre nabos y sardinas lo resume en «Fuimos felices», ¡he aquí el secreto de la felicidad!: ¡zambullirse en un contenedor de anchoas y fumigarle a tus amigos la cara con especias! El lector piensa en acudir a alguna autoridad sanitaria cuando lee «Los perros nos imitaron».

Capítulo 15.

Pág.140: Escribe «nuestra ciudad innata» por «nuestra ciudad natal».
Ibídem: «El mar, sucio de petróleo y precioso de color –hay inmundicias muy resultonas–». Leído esto, la plataforma «Nunca mais» decidió cambiar su nombre a «Outra vez».

Pág.141: «una mujer de armas tomar».
Ibídem: «no podemos entregarnos a divagaciones autobiográficas. ¡Hemos de cuidar de que mi propia biografía termine bien!», tu biografía no, Maruja; ni tu vida tampoco, porque lo que quieres es salvarla, no que «termine» (bien o mal); te refieres a tu noveloide.
Ibídem: «Olía [...] a meadas de gatos».
Ibídem: Antes ya utilizado el «mar de lágrimas», poetiza ahora Maruja: «vertía toneles de lágrimas». No sé que es peor en pluma (Word) de Maruja: si la frase hecha o la de cuño propio.

Pág.142: «no siempre llueve en mi ciudad a finales de septiembre. Aunque quizá sí», pues ¿para qué hablas?
Ibídem: Maruja define «Alejandría» como «la ciudad más literaria del Mediterráneo», cabe preguntarse por qué; Maruja no lo explica, y el lector se teme que sea únicamente por su famosa y desaparecida biblioteca, ahora reconstruida.

Pág.143: Manolo «había escrito en vida contra quienes escriben [escrito-escriben] [...] al dictado de los mandamases, reproduciendo sus sinónimos, metáforas y otras argucias textuales con las que tratan de ocultar la verdad», no como la heroica Maruja, que llamó «hijos de puta» a los votantes del PP, que dijo sentirse tan amenazada por las palabras del PP como por las de ETA, que escribió un artículo («Neocona») en el que afirmaba que a Esperanza Aguirre «Deberían sedarla en el hospital de Leganés»; y es que Maruja no se pliega a estos mandamases... sino a los otros.
¡Y tampoco trata de ocultar la verdad! Sólo se presenta a chanchullos como el Premio Planeta y el Premio Nadal.
Ibídem: Maruja aletea.
Ibídem: «sentí la brisa [...] en la placidez de mis ingles», la verdad es que, llegados a este punto, podría haber escrito «chocho» y quedarse tan pancha.
Ibídem: «Sentía en la lengua la untuosidad de la brea, mezclada con la calcárea fetidez de las cagadas de palomas»; ¡es lo que le faltaba a esta novela!: ¡coprofagia!

Leído aquesto, deseo felicitar al jurado de este Premio Nadal 2009: Germán Gullón, Lorenzo Silva, Andrés Trapiello, Ángela Vallvey y el editor Emili Rosales. A todos ellos mi más sincera enhorabuena, sois lo que os propusisteis en la vida y estáis en el lugar que os corresponde: entre Jesús Gil y Gil y José Manuel Lara.

Pág.145: Maruja identifica la materia prima de su vestido como «piel de tiburón»; el lector se sorprende y se admira, puesto que resulta muy complejo diferenciar entre la piel de tiburón y el prepucio de cachalote. «No se le da un Premio Nadal a cualquiera», piensa.

Pág.146: «el Mediterráneo amasaba en su fondo más corrupción [...] que en cualquier otro punto», el fondo del Mar Mediterráneo no es un «punto», a lo sumo, será un nivel o varios niveles de profundidad. De corrupción ya estamos todos servidos.
Ibídem: «orientación orientalista».
Ibídem: «Joder».
Ibídem: «Una mujer siempre es más mayor, haga lo que haga». Esto carece de sentido.

Pág.147: Maruja y su discurso sufren los efectos del opio: «buenorra», «calientapollas», «a calzón quitado», «alquilar carne fresca». En palabras de Rosa Mora: «mitad Wendy mitad Alicia», eso sí, drogadas en un prostíbulo cubano.

Pág.148: «El libre folleteo a los doce años está mal visto», ¡si es que ya no hay justicia ni nada!
Ibídem: «se nos caen las tetas», «Qué injusticia, la Viagra», «Toda la noche con el trasto de un burro»; pues sí que va a tener trabajo mi confesor.

Pág.149: Nueva percepción visual de unas «invisibles gafas».
Ibídem: Al leer «–¡El sexo no es tan trascendental como solemos entender! [...] Aunque uno sólo lo comprende cuando ya ha follado mucho» el lector se acompleja, advirtiendo el superior kilometraje de la autora, para quien la trascendencia del acto sexual equivale quizá a la de consumir cacahuetes.
Ibídem: Maruja afirma que su «ternura» «¡ha vuelto!». «Sí», se dice el lector, «llevo casi ciento cincuenta páginas leyendo los síntomas de esta ternura».

Capítulo 16.

Pág.151: «dirección inversa» por «sentido inverso».

Pág.152: Nueva manifestación de ternura, sobre Adonis bebé: «Yo también le habría descuartizado, por rubicundo y cursi».
Ibídem: Sobre Poseidón: «Lo suyo sí que era un físico viril, y eso que le falta el tridente», como un tridente no forma parte del físico de ninguna criatura, Maruja efectúa un chiste involuntario en el que «tridente» es figura literaria para algo que sí forma parte del físico viril.

Pág.153: «conspiradores judíos, conspiradores coptos, conspiradores armenios, conspiradores musulmanes, conspiradores soviéticos, conspiradores británicos, conspiradores rumanos y conspiradores vieneses», con actos rellenatorios como aqueste, lógrase duplicar el espacio ocupado por ciertos fragmentos, en este caso una enumeración que por sí sola era ya innecesaria.
Ibídem: Nuevo relleno, fabricado a partir de escenas cinematográficas.

Pág.154: «Inhalé para exhalar a continuación», ¡deslumbrante!

Págs.154-155: Nuevo y manolesco relleno, fabricado a partir de eventos bélicos y políticos.

Págs.156-157: «con mi coma en puntos suspensivos», es tan gracioso como caminar por la calle y golpearse con un bolardo en los testículos.

Pág.156: «el ensamblamiento de mi cuerpo mortal con mi ser astral» lleva a pensar que Maruja tiene otro cuerpo no mortal y otro ser no astral, y también lleva a pensar que una vez embutida el alma de Maruja en su cuerpo, vayan estas dos piezas a ser encoladas, remachadas y atornilladas cual estantería de Ikea.

Pág.157: «El moderno edificio [...] A nosotros nos parecía muy grande, porque lo contemplábamos desde el suelo». Temo que, desde su azotea, pareciese igualmente grande.

Pág.158: «el aire salado por las lágrimas nos erizó el pelaje», Terenci «se lamió la pata derecha y lanzó un maullido»; y es que ahora el trío de protas ha mutado en trío de gatos. «Alf», piensa el lector.

Capítulo 17.

Pág.159: «Allí estábamos, gozando con el perfume de los orines». Imagine el lector, de Maruja, el tocador.
Ibídem: «pero para meadas, Alejandría», remata la miccionóloga.
Ibídem: «esa tarde congelada en mi recuerdo», entre el currusco de pan y la pizza del Caprabo.

Pág.160: «los taxis [...] circulaban [...] escupiendo bocinazos».
Ibídem: «como bestias [...] que éramos», un gato es toda una bestia.
Ibídem: «se me pasó por el cerebro», no por la mente, lector, sino por el órgano físico, cual piojo zapador.

Pág.161: Desafortunada expresión: «también los canes, ahora que me tenían a cuatro patas».
Ibídem: Maruja: «le di un cariñoso lametón en la mano» al cónsul.

Pág.163: «Doris Lessing dijo –susurré– que aquellos que estamos dotados para lo imposible tenemos la obligación de, como mínimo, reconocerlo». Sí, pronto concederán a Maruja el Premio Nobel, pues hállase megadotada para lo imposible.
Ibídem: «esta prenda va a agarrarse una cogorza [...] Y que le den por culo a Adonis».

Pág.164: Nos habla Maruja sobre pueblos en los que «Cualquier momento de su historia engendra el que vendrá y es fruto del anterior». Maravíllase el lector ante la sapiencia de esta Pre-premio Nobel y sueña con, en algún momento de su vida, llegar a conocer uno de estos ínclitos pueblos cualquiera de cuyos presentes está determinado por su pasado y determinará a su vez su futuro.

Pág.165: «Terenci y Manolo se frotaron las manos y produjeron almendras garrapiñadas», eso les pasa por no lavárselas.
Ibídem: Otra desafortunada expresión, esta vez para referirse a un regaliz: «de inmediato sentí en la boca el volumen y la textura de una barrita churretosa».
Ibídem: Pilotar una «moto acuática« es, para Maruja, propio de un «imbécil» y, además, de mal gusto. ¡Ay, envidiosilla!
Ibídem: «el paseo [...] se desplegaba como un cinturón desabrochado», metáfora propia de un probador del Zara.
Ibídem: «Las palmeras [...] parejas de esfinges jirafoides», doble cacofonía en j y f.

Pág.166: «Nos convertimos en jóvenes pero no demasiado». Quiere Maruja decir que se transformaron en personas no demasiado jóvenes, y, sin embargo, dice que no se transformaron demasiado en personas jóvenes, con lo cual debieron conservar atributos tales como una piel flácida o una dentadura postiza.
Ibídem: «Mi Beirut era otra [...] la de antes de Caín [...] la de la foto [...] con sus cafés, sus tranvías, sus coches de último modelo»; se imagina el lector a los precursores de Caín, viajando en tranvía de café a café y fotografiando los coches último modelo.

Págs.167-168: Relleno político-histórico.

Pág.169: Saluda Maruja a un joven: «pero pronto comprendí lo inútil de mi esfuerzo, porque era un retoño de mi fantasía al que inventé en un futuro que todavía no existía en aquella etapa de nuestro viaje». Tal galimatías malamente habría justificado la ausencia del joven, pero no el que no conteste al saludo.
Ibídem: ¿Qué es poesía?: «¡Qué tablón voy a agarrar! ¡Qué tablonazo!».

Capítulo 18.

Pág.171: Aún otra expresión desafortunada: «–¡Tú tira de su pie derecho que yo tiraré del izquierdo! –ordenó Manolo». Acongojado el lector, pronto comprende que no se trata de una apertura de piernas, sino del arrastre del beodo cuerpo marujil, que desemboca tan sólo en su descalzado.

Pág.172: Obsérvese el cómico resultado debido a la elección del verbo: «Atravesé ruinas [...] retratos de asesinos [...] fotografías de responsables [...] emblemas [...] y armas».

Pág.173: «transversal malestar de una historia sin solventar».
Ibídem: Terenci y su poesía a la orilla del mar: «Es la alondra, hostias».
Ibídem: «la cueva de la que mana la sangre de Adonis, según ancestrales chismes». ¿Creerá Maruja que estas cosas se leían en el Hola o el Pronto?

Pág.174: Al leer «el sol se aprestaba a rajar los últimos bancos de niebla» percibe el lector lo apropiado del verbo «rajar», que enaltece al astro hasta situarlo al nivel de un yonki.
Ibídem: «salpicaban las llescas de piedra», ¿qué será una llesca? Ni siquiera yesca correspondería aquí.

Pág.175: «extendían [...] granos de maíz y de especias para que el sol hiciera su trabajo de sequía»; de sequía, no: de secado.
Ibídem: «Beirut, esa mala pécora», vulgar.

Pág.176: Un insecto –no, lector, no es Pepito Grillo: observa, si no, las napias de Maruja durante la entrega del Premio Nadal– acosa a Maruja: «Le di un manotazo, y se alejó». Un insecto duro de pelar, piensa el lector, y que resulta ser una pluma.
Ibídem: Terenci: «¡Hostias!».
Ibídem: «¿Lucifer, en apuros?»; Maruja: o fragmentas la pregunta, o eliminas la coma.

Capítulo 19.

Pág.177: «mi Malvado preferido».
Ibídem: «me olvidé reseñar hace un par de capítulos que mi atuendo». Es el colmo, es probable que este noveloide haya sido escrito de corrido por la autora y, una vez terminado, no haya sido vuelto a leer.
Ibídem: «ningún interés en que Lucy me contemplara en tal tesitura»; primero: falta aquí un verbo; segundo: «tesitura», Maruja, es un actitud o disposición del ánimo, no la ropa que llevas puesta.

Pág.178: «mujer-mujer-mujer».
Ibídem: «las brujas que fuimos, asadas al fuego de leña», ¡como los perros chow-chow en China! (Que, por cierto, están de rechupete).

Pág.179: «te lo leí en las meninges», telepatía meningítica.
Ibídem: «Allá Abajo».

Págs.179-180: «cuerda interminable de lectores y lecturas, escritores y escrituras, de libros y casetas, de hojas de libros y hojas de hierba, se desenrollaba la Feria del Libro». Así que las hojas de los libros andan sueltas por la Feria del Libro, que, además, se «desenrollaba» cual cilindro de papel higiénico.

Pág.180: «la Exposición Más Íntima –que eso es la venta de un libro fermentado en las entrañas–». ¡Atención lector! ¡Pregunta relámpago! Un libro fermentado en las entrañas, ¿por dónde eclosiona?
Ibídem: Dice Maruja sobre sus libros: «lo hice lo mejor que pude, no castiguéis a mis hijos por mis mediocridades, mis carencias, mis limitaciones», pero es que precisamente sus libros no son más que la manifestación de sus mediocridades, sus carencias y sus limitaciones. No es a ti a quien juzgamos Maruja, es que esto es obra tuya.
Ibídem: Terenci: «no todos construimos catedrales, algunos fabricamos mesas. Preocúpate de que la mesa sea sólida, firme y armónica, y de que sirva para su uso». Esto, que no es ni una banqueta, resulta un engendro de contrachapado el cual se parte al mínimo contacto de un trasero y dispara sus astillas. Su único uso fue la presentación a un corrupto Premio Nadal y su venta como producto del que sólo importa un nombre «que suena». Se trata de una pseudobanqueta que se premia, se pone a la venta y –dicen– se compra, pero que no sirve para sentarse, sino para colocar en un rincón, ocupando espacio, hasta que alguien se canse de verla y la arroje por la ventana.
Ibídem: «Y en cuanto a cómo ha de ser una novela, desde que nació el género se han dado suficientes variantes como para no animarnos a incurrir en semejante pedantería. Tu tira p’alante». Claro, si es que ahora lo que se lleva es recolectar zurullos de cánido y espachurrarlos entre hojas de papel en blanco, esgarrarles algún que otro flemón verdeciente, vomitarles los Corn Flakes con vodka del desayuno y miccionarlas al grito de ¡Jerónimooooo!
Es esta una variante que el lector pedante no sabrá apreciar en su justa medida. Quizá pueda deleitarse con Flaubert, Dickens, Tolstoi o Hemingway, pero no con Maruja Torres: ello evidencia que su espíritu no se halla a la altura adecuada.

Pág.181: «la pluma pataleó».
Ibídem: «Ni hablar del peluquín».
Ibídem: Terenci: «Collons».
Ibídem: «computadoras de generación Alfa que te quiero Alfa» no significa nada.
Ibídem: «Era Cibernáutica» debería ser «era cibernauta» o bien «era de la cibernáutica».
Ibídem: «centelleantes pantallas», lle-lla, afirmo.
Ibídem: Ahora la pluma conmina con «impacientes ademanes».

Pág.182: Maruja «con dos dedos de frente» y habiéndose afirmado que el trío no puede interactuar con el mundo de los vivos (pues, de poder, habrían tomado y roto el testamento marujil ya hace tiempo) se sienta frente a un ordenador para consultar Google, provocando un nuevo poltergeist que tampoco nadie advierte. No, lector, no se trata de un error: es una nueva variante de novela en la cual la literatura es pedantería y las deyecciones literatura.
Ibídem: La pluma se rasca «la barbilla»; patas, ademanes y barbillas hacen pensar que no es una pluma esto a lo que Maruja llama tal.
Ibídem: «Ser Supremo Caído»; «Contrario» por contrario; «apuesto Jefe».
Ibídem: «di a parar con mis huesos en el suelo».
Ibídem: «el puto dios Adonis».
Ibídem: Nuevo e inadvertido poltergeist: las carcajadas de Terenci hacen temblar la carpa. Los presentes quizá piensen que se trate de un cuesco.

Pág.183: «Allá, centelleando con estrellitas», cacofonía lle-lli.
Ibídem: El trío admira en Internet el anuncio de una sauna que «ofrece mancebos bien dotados». Ejercicio comparativo: ¿se imagina el lector a Julien Sorel, a David Copperfield, a Josef K. maravillándose ante la oferta de jóvenes pichagordas? Pregúntese ahora: ¿Ha escrito Maruja una mesa? No, no lo ha hecho. No ha escrito siquiera ni un cagadero de pájaros.

Capítulo 20.

Pág.185: «murió a lo grande, en accidente de Concorde», qué envidia, piensa el lector.
Ibídem: «siempre produce pena el final de un romance», pues yo hace poco tuve la oportunidad de advertir la celebración de un divorcio y ni a mí ni al divorciado nos produjo tanta pena como se generaliza aquí.

Pág.186: «me afeité, me masajée [masajeé] con aftershave, desayuné, cagué», «el pobre puto andaba furioso».
Ibídem: Según Maruja, los argentinos hablan «demasiado entre polvo y polvo«.
Ibídem: Maruja: «mi sexo ya no es de este mundo», Lucas, 2, 23.

Pág.187: «en la feria del libro nos encarnamos en humanos», ¿y qué erais hasta ahora Maruja? ¿Bigfoots? ¡Ni te acuerdas de lo que has escrito ni lo relees!
Ibídem: Los perros se «mean» «en las casetas de los fachas y los homófobos». Imagínese el lector al trío paseando a los cánidos, que miccionan todas y cada una de las casetas de los «fachas», a la par que berrean: ¡Arriiiba, parias de la Tieeerra! ¡En pieee, famélica legióoon! Es como para ponerse en pie y depositar la palma derecha sobre el corazón. Se cuenta que, durante esta manifestación de la izquierda progrespañola, se escuchó un gemido procedente de la urna en que Lenin reposa. Creo que Zapatero, en cambio, profundamente impresionado por aqueste pasaje, piensa en conceder a Maruja Torres la Medalla de Sufrimientos por la Patria.
Ibídem: Con «nos dirigimos a los puestos de signo contrario y compramos de todo» nos descubre Maruja que sólo compra y consume cultura progre. Maruja: aunque muchos de nosotros tengamos ideas de un signo o de otro, no en todos constituyen una religión que excluya cualquier otro pensamiento.
Ibídem: «dejamos al personal contento y con la caja rebosante de –ya puestos– doblones de oro», «ya puestos» a escribir gilipuerteces, ¿verdad, Maruja? ¿Qué importa que no puedas interactuar con el mundo de los vivos? ¿Qué importa que el doblón no se acepte en la Unión Europea? Si, total, ¡te van a dar el premio igual!
Ibídem: Sigue: «doblones de oro como los que usan los personajes de Pérez Reverte» es la mención que Rosa Mora, en su crítica de Babelia, utiliza para afirmar que hay en este libro «escritores [...] como [...] Arturo Pérez-Reverte». Se trata de una burda mención gratuita para llenarse la boca con el nombre de otro. Fíjese el lector que, para afirmar tal cosa y aglutinar enumeraciones, a Rosa Mora le hubiera bastado con hojear las páginas de este libro atendiendo a sus palabras en letras mayúsculas.

Págs.187-188: Antonio Machado es «otro poeta abducido por nuestros glóbulos rojos».

Pág.188: «Tantas travesuras invisibles nos agotaron». Sí que cansa sí, que tu perro se «mee» en una caseta y, encima, comprar unos cuantos libros.
Ibídem: «los perros [...] desparramados a nuestros pies», triste verbo, si se tiene en cuenta que el trío perruno (me refiero a los miembros de la raza canina) apenas ha hecho otra cosa que orinar por doquier.
Ibídem: Maruja, sobre sus muertos compañeros: «la separación llamaba a nuestra puerta. No vernos, no tocarnos, no volar, no jugar, no abrazarnos. Nunca jamás». Maruja, diré esto con delicadeza pero, ¿eres consciente de lo que has dicho? Se ve que Maruja no piensa volver a este «cielo», ¿por qué? El lector lo sabe: en el momento en que este libro fue terminado y presentado al Premio Nadal 2009, acabó Maruja con toda oportunidad de redención y vuelta al cielo. Su destino es otro.
Ibídem: «Cito de memoria, y de memoria muerta, como es natural», sí, como es natural, porque lo natural es que las memorias estén muertas y que estas memorias muertas citen y reciten.

Pág.189: «Perdurar en la memoria de quienes nos aman es la mejor forma de paraíso que se puede concebir», paraíso breve, afirmo.
Ibídem: Maruja a Terenci: «seguiré poniéndote en el DVD películas de faraones». Maruja a Manolo: «continuaré comprando bacalao en la Boquería». Al lector se le saltan las lágrimas.
Ibídem: «– [...] Nos dejas con el Barrio [...]
–¿Cómo París en Casablanca?
–[...] Manido recurso para una despedida, pues ha sido utilizado por numerosos imbéciles y algún que otro sabio». Se transparenta aquí el proceso mental: primero, desliz freudiano de Maruja; a continuación, ésta advierte estarse calificando de «imbécil»; por último, añade la coletilla en la que se refiere a «algún que otro sabio». No obstante, repare el lector en que Maruja no se ha presentado a sí misma en ningún momento como sabia.
Ibídem: «Mas como colofón, resulta insuperable», por algún motivo, me viene a la mente el final de 2001: Una odisea del espacio, superado quizá por el de esta novela.

Pág.190: «A Manolo se le alumbró la mente [...] rivalizando con el mediodía madrileño»; esto, tras haber leído el infinito número de chorradas que lo preceden, es una hipérbole en tan alto grado que resulta ganadora de una medalla de oro a la gilipuertez.

Págs.190-192: El final va in crescendo: el trío se pega una merendola en mitad de la Feria del Libro de Madrid. Verdad es que ello supone una inolvidable imagen, símbolo de la corrupción hodierna: un trío de catetos corruptos –pues como catetos se les ha retratado y el trío al completo sucumbió al Premio Planeta–, pegándose una comilona en lo que debiera ser reunión del mundo cultural. Echo de menos algún que otro regüeldo oloroso o que se oculten tras los arbustos para evacuar con estruendo, higienizándose con alguna piña caída. El garrulesco trío remata la faena, como no, echándose la siesta.
Despiértase Maruja en su caseta de la feria, de un siestorro del que ni su acompañante de la editorial ni sus respetuosos lectores han querido arrancarla, prefiriendo quedarse como pasmarotes admirando sus rutilantes babeos y potentes ronquidos, que para algo están haciendo cola.
Uno de sus encolados lectores confunde las incoherencias de Maruja con una deferencia hacia ellos (¡que se ha quedado grogui pasando de vosotros!), pues cree que la escribidora pregunta «si quiere que le escriba la dedicatoria con comas» y añade: «Qué considerara es ella, no como otros», siendo así que el citado lector de Maruja Torres es retratado cual inmenso gilipuertas.

Según una última anotación, el excremento aquí analizado tardó cuatro años en ser expelido en su totalidad, lo cual, dados su cuerpo y longitud, resulta explicable.