miércoles, 19 de noviembre de 2008

Bochornosa Breda. Crítica acompasada de El sol de Breda (Arturo Pérez Reverte, Editorial Alfaguara).


No dejaba de preguntarme por qué de esta saga se habían hecho varios superventas (o eso dicen, sin dar números); por qué se había adaptado a la gran pantalla (dicen que con bodriescos resultados); por qué se equiparaba al binomio Cervantes/Quijote con el Pérez/Alatriste; por qué, en fin, se le dedica tanta atención en los medios a un sujeto como Pérez Reverte. Por esto se me ocurrió acometer la crítica acompasada de uno de estos alatristes, como ya había hecho con el discurso de ingreso en la RAE de Javier Marías.

Capítulo primero.

Pág.11: Esta pretendida novela de aventuras comienza con un descubrimiento: «Voto a Dios que los canales holandeses son húmedos en los amaneceres de otoño», tratándose de unos canales, quizá esperaba encontrar unas chumberas.

Ibídem: Nos habla de un sol «hereje», presumo que el mismo que amanece por todo el planeta.

Pág.12: «Supongo que me habrán reconocido», dice el narrador y, a continuación, se identifica. Balboa –pues así se llama- nos cuenta ser perito en el arte de salir «bien acuchillado»: el soldado que se precia de esto sin duda es muy apreciado por sus compañeros.

Balboa y compañía se dirigen, disfrazados, a la toma de un fuerte holandés, degüellan a un par de pobres holandeses y suben a un puente levadizo (pág.14: «trepaba como una ardilla») para bloquear su mecanismo.

Pág.15: El grupo entra «degollando a mansalva» y Pérez se cree en la necesidad de hacer un alto (¿justo ahora que comienza la acción?): «Hoy, los libros de Historia...», ¿y cómo lo sabía Balboa entonces? Con él, Pérez pretende justificar los múltiples degüellos y farda de «furia española».

Ibídem: Sorprendentemente, la acción recién inaugurada se disuelve: «ahorro detalles. Únicamente diré que todo era un va y viene de arcabuzazos, gritos y estocadas, y que ningún varón holandés [...] quedó vivo para contarlo». Pues ¡vaya con la novela de aventuras! ¡Cinco páginas caminando y farfollando, y apenas una de degüellos!
Enseguida comienza el saqueo, al que se dedican más páginas que a la toma en sí del fuerte; Balboa y su compinche se agencian, entre otras cosas, dos jarras.

Pág.17: «el pueblo había sido tomado, dicho en plata, a puros huevos», ¡esa lengua, Pérez!

Prosigue una cháchara que extraña al lector anhelante de aventuras, se nos habla de lo duro que es ser soldado (pág.19): «Tiempos difíciles y crueles. Tiempos duros.» Se había entendido la primera vez.

Pág.20: De pronto, entre la cháchara soldadesca, se intercalan cuatro versos de Torres Naharro (me temo lo peor). Sigue el rollo carpetovetónico y patriótico-testicular con una nueva cita (pág.21), esta vez de una carta de Felipe II, que se zampa un tercio de la página. Continua (pág.22) con un chorro de triunfos y victorias españolas, y nuestro querido patriota testicular termina empalmándose: «Éramos la ira de Dios». Termina la página con una coplita y un cuarteto, la primera cervantina y la segunda no lo dice, ¡no se cansa de citar! La siguiente (pág.23) es un dibujo de una batalla que, de habernos sido descrita, podría habría sido emocionante. No es el caso, empero.


Pág.25: Balboa topa con dos hombres que sacan libros de una casa en llamas. Como se ha agenciado él ambas jarras saqueadas, ahora las utiliza para dar de beber a los rescatalibros: «al reparar en las jarras las despacharon de un solo trago», ¿sabrá Pérez lo que es un trago? A continuación deja un poco de saquear para ayudarlo en su labor (pág.26): «la mayor parte de los libros se habían convertido en ceniza, en polvo que no era enamorado como en aquel bellísimo y tan lejano soneto de don Francisco de Quevedo, sino en triste residuo que...», pues, si no lo era, ¿a qué demonios viene el mentar a Quevedo?

Pág.27: Tras el rescate libresco, el perillado desconocido le pregunta su nombre al mochilero Balboa y a éste no se le ocurre hacer lo propio a su vez, aunque sí le dice ser de la bandera de su amo Alatriste: «Aquello no era del todo exacto. Si esa bandera era, en efecto, la de Diego Alatriste y por tanto la mía, en los tercios un mochilero era poco más que sirviente o mula de carga; no un soldado. Pero al desconocido no pareció importarle la diferencia». Y ¿cómo le iba a importar, si no se la comunicas, Balboa?
El perillado desconocido sigue: «-Algún día –añadió- recordarás lo que hiciste hoy», (pág.28) «Curioso, a fe», se sorprende Balboa, admirado de que tamaña profecía se haya cumplido. ¡Maravilloso!, responde el lector.

Y ¿a qué ha venido el rescate? ¿Por qué no le ha preguntado su nombre al perillado? Pues muy sencillo lector, esta, como tantas otras estratagemas de Pérez, ha sido tan sólo una excusa para nombrar (pág.28) a «Pedro Calderón: don Pedro Calderón de la Barca», a quien años después encontró, «en circunstancias que no corresponden al hilo de la presente historia». ¡Pues cállate, ingenuo!

Resulta ridículo este culturalismo barato de recurrir a nombres de las letras españolas, a versos, a cartas... para rellenar un libro de aventuras.

Pág.29: Balboa encuentra a Alatriste: «sobre la tablazón del muelle, en los jardines y en las casas podían apreciarse las huellas de la reciente lucha», y no dice cuales son. Alatriste descansa: «el codo sobre una mesa y la pierna izquierda extendida», ¿un solo codo? Pérez confía que el dibujo (pág.31) nos saque de dudas.

Pág.32: «el pueblo era otra vez de religión católica». ¡Pérez confunde degüello con bautizo!

Pag.33: Pérez, para aclarar el mote de un tal Jiñalasoga, nos explica al fin un vocablo: «En lengua soldadesca de la época, jiñar equivalía –disimulen vuestras mercedes- a proveerse, o sea, cagar». Miles de cultos lectores se palmotean el muslo y carcajean ante esta gracia de Pérez. ¡Si es que Pérez tiene unas cosas!

Ibídem: A continuación se excusa, un poco arrepentido por su osadía: «pardiez, éramos soldados y no monjas de San Plácido».

Ibídem: Mención a un capítulo pasado de las aventuras de Alatriste, para mentar a su archienemigo Gualterio. ¡Cómo, lector!, ¿no te lo has comprado? ¡Corre, infiel, a tu tienda más próxima! Una última ilustración da fin al capítulo.

Capítulo segundo.

Pág.35: «se entró bien adentro el invierno», mira que si se llega a entrar afuera...
Ibídem: «Flandes se iba perdiendo, y nunca se acababa de perder, hasta que al cabo se perdió». No sé por qué, pero algo me dice que de esta página perezna es responsable una comida o una cena compartida con Javier Marías; si es que todo se pega.

Pérez aprovecha el inicio de capítulo para endilgarnos un poco de historia e introducir sus despotriques personales, que poco tienen que ver con esta novela, si es que esto va a ser finalmente una novela. Parece además haber poco nexo con el capítulo anterior.

Pág.36: Nueva explicación: «aquella España en la que nunca se ponía el sol, pues cuando el astro se ocultaba en uno de sus confines ya los alumbraba por otro», ¿tan lerdo cree Pérez a su lectorado para explicarle esto?

Pág.37: Cháchara sobre Velázquez y ¡más versos! ¿no estaba yo leyendo una novela? Esto de los versos se está pareciendo un poco a los anuncios publicitarios.

Pág.38: «donde las dan, las toman», expresión original donde las haya.

Ibídem: ¡más versos! Aprovecho para ir al retrete.

Tras la lección de historia, Balboa (creo que era el narrador) nos está contando sus latrocinios de guerra, y en la pág.39, inserta una nueva cita, esta vez de Lope de Vega. ¡Qué vagancia esta de Pérez, que novela para citar!

Ibídem: «También perdí mi virginidad[...] Pero ésa es historia íntima y particular, que no tengo intención de referir aquí por lo menudo a vuestras mercedes». Aquí se mencionan muchas cosas que luego terminan por no contarse, pues podía habérselas ahorrado.

Pág.40: Es una ensalada de campañas y nombres.

Pág.41: «Bragado era de los que oyen cling y dicen mío», qué original este Pérez.

Prosigue la ensalada de batallitas, siempre referidas, nunca noveladas. Como en el capítulo anterior, una de las batallitas ilustra la página 43; debe de darle mucha pereza a Pérez describirlas, supongo que más que copiar citas, versos y los abundantes datos que ha leído en los libros de historia. Por cierto, que ambas ilustraciones tienen lugar fuera del hilo que sigue la historia, si es que hay hilo o historia, pues esto sólo es un rollo histórico, pedante y patriótico-testicular. Cuente y enumere por sí mismo los hechos acaecidos quien no lo crea.

Pérez cuenta que llueve: al fin algo de acción.

Pág.42: «diques que parecían trazados por la mano del diablo», ¿por qué?

Ibídem: «no había ni melocotones, ni higos, ni ciruelos, ni pimienta, ni azafrán, ni olivos, ni aceite, ni naranjos, ni romero, ni pinos, ni laureles, ni cipreses», así que de papel higiénico ni hablamos.

Ibídem: «Ni siquiera había sol, sino un disco tibio que se movía perezosamente tras el velo de nubes», un ovni, sin duda.

Ibídem: Según Pérez, los soldados «devolvían a las tierras del norte la visita recibida siglos atrás, a la caída del imperio romano», ¡vengativo Pérez!, ¡que no perdonas ni una!

Pág.43: Nueva cita, esta vez de Maquiavelo.

Ibídem: Nuevo empalme: «nos permitió ser amos de Europa durante un siglo y medio».

Ibídem: Cita a Diego de Acuña. ¡Redios que rollo tiene! Emocionante.

Pág.44: Pérez cuenta que sigue lloviendo. No puedo con la emoción.

Pág.45: Lo de que llovía parece que viene a cuento para que el oficial Bragado entre en una casa: «El olor [...] podía cortarse con cualquiera de las dagas», original.

Ibídem: «Oía a cuartel, a invierno y a miseria. Olía a soldados, y a Flandes». Esta estructura repetitiva creo que me suena.

Pág.46: Pérez llama la atención sobre que, al capitán Alatriste, su superior, Bragado, lo llama capitán Alatriste.

Pág.47: Mención a Pedro Pablo Rubens, para que no decaiga la acción.

Ibídem: Defensa de la heroica coyunda entre Alatriste y la mujer del dueño de la casa: «Por muy cornudo que fuese aquel villano, su mujer tenía que habérselas con uno y de buen grado, y no con varios y por la fuerza», y encima el fulano no da ni las gracias.

Pág.48: Bragado habla y lo hace igual que Pérez: «Cosa hecha a la sorda, sin ruido. Cosa discreta». Te repites, Pérez. Te repites como el ajo.

Págs.49-50: Cita a Gascoigne. Tengo una idea genial: voy a escribir un libro de citas, a rellenarlo con versos, lecciones de historia y un par de deguellos y a mandárselo a PRISA. Me voy a forrar.

Pág.50: Cita a Francisco de Valdez. Esto no puede ir en serio.

Ibídem: Los flamencos «que por no dar no dieran ni las horas», original.

Págs.51-52: Por fin algo de acción: los soldados no cobran.

Pág.53: Más versos. Si al menos fueran de Pérez...

Ibídem: No como suizos, italianos, ingleses y alemanes, los soldados españoles: «sólo se amotinaban después de sus victorias», no antes. Así se explica que no cobren.

Ibídem: «mano de santo», «De perro viejo a perro viejo», original.

Por cierto, que sobarse el mostacho forma parte del lenguaje Alatristero tanto como las citas, versos y lecciones del de Pérez.

Ibídem: Habla del soldado Copons: «fatalista como los moros a quienes pocos siglos antes aún degollaban sus antepasados almogávares», rebuscada comparación moruna.

Pág.56: Salen todos a secuestrar a un par de pobres holandeses (la misión asignada): «la humedad calaba hasta la médula de los huesos», expresión que sorprende por su novedad.

Ibídem: «-Mierda de vida –dijo alguien». Mierda de novela, responde el lector.

Las páginas 57 a 63 las ocupa una carta de Quevedo (no iba a ser de Juanito o Pepito) a Alatriste. Epístola que, imagino, Alatriste lee con comodidad aprovechando el diluvio antes citado. Perlas... ¿quevedianas?; no, pereznas: «todo sigue como siempre, pero peor», «sota, caballo y rey», y ¿a que no lo adivinas lector?, pues sí, dado que la carta es de Quevedo, resultaba mandatorio empotrar otro puñetero soneto, más otra estrofa al final.

Capítulo tercero.

El nombre de este capítulo, «el motín», sugiere que por fin va a comenzar una trama y van a disminuir los rollos macabeos.

Pág.65: «a toro pasado».

Pág.67: Cita a Lope de Vega.

El lector se da cuenta de que este capítulo no continua la acción anterior. ¿Y el secuestro?, ¿y la misión?, ¿tuvo éxito o no?

Pág.68: «había un poco de sol, aunque fuera holandés», prosigue Pérez con su particular sistema astronómico.

Pág.69: El narrador Balboa nos anuncia que está leyendo El Quijote, por lo que aprovecha para soltar un discurso.

Ibídem: Alude a un libro anterior de la saga. ¡Corre a tu tienda a comprarlo, lector! A mi me da pereza.

Ibídem: «hizo que Adán hincase el diente en la famosa manzana», que no era manzana, sino fruto, inculto Pérez.

Pág.70: Por fin pasa algo: «los soldados iban de un lado para otro», estupendo.

Ibídem: «de la noche a la mañana», original.

Se nos cuenta que se va a ahorcar a alguien y se ha mandado formar a los soldados.

Pág.72: «Formados por compañías, en un gran rectángulo de tres lados», el famoso rectángulo trilátero de Pérez.

Ibídem: Pérez renueva la novela española: «hubiera podido oírse volar un moscardón entre las filas».

Pág.73: Perez habla del «cuarto lado» del rectángulo trilátero de tres lados.

Pág.74: Se nos recita la hoja de servicios de Jiñalasoga.

Pág.75: Dibujo de Jiñalasoga, propio de un gran narrador.

Pág.77: Los soldados piden ser baleados pero, sorprendentemente, Jiñalasoga prefiere ahorcarlos.

Pág.78: El primer punto y coma debería ser una coma.

Ibídem: «a sangre y fuego», original.

Págs.78-79: Rollete histórico sobre Cambrai, Nieuport, Alost y Amberes. ¡Joder, Pérez! ¡Sigue de una vez con la puñetera novela!

Pág.80: Pérez afirma que la honra de una nación «no es sino la suma de las menudas honras de cada cual». Menuda, lo que es menuda, lo será la tuya, Pérez. Y tenerla pequeña no te autoriza a generalizar.

Pág.85: «a trancas y barrancas», original.

Ibídem: Después de «como dije» debería haber una coma.

Pág.88: A continuación de «maestre de campo» hay un punto donde debería haber una coma.

Pág.89: Después de haberse separado los amotinados y los leales, de que los segundos hayan apuntado a los primeros y de que se nos haya presentado un enfrentamiento, los leales tiran sus armas al suelo y aquí no ha pasado nada. En esta estafa de motín, el único tiro disparado ha sido al aire.

Capítulo cuarto.

Pág.91: ¡Abracadabra! Se nos presenta el motín ya resuelto.

Págs.91-92: «funcionó muy eficaz», no, Pérez: fue muy eficaz o funcionó muy eficazmente.

Pág.92: «hubo paz y después gloria», ten cuidado, Pérez, no vayas a inventar alguna nueva expresión.

Ibídem: El motín se ha autogestionado de un modo tan eficaz que, a un pobre hombre que pide ser baleado en lugar de perder sus orejas, se le concede la «merced» pero, al arrepentirse frente a las armas, se lo balea igualmente. Qué eficacia.

Ibídem: Comienza una oda perezna a don Ambrosio Spínola.

Ibídem: Balboa amenaza con hablar de La rendición de Breda, de Velázquez y se chulea con haber sido él quien se la ha contado. A juzgar por lo escrito hasta ahora, no sé cómo pudo Velázquez no suicidarse clavándose el pincel en un ojo.

Pág.93: Prosigue la oda a Spínola. Frustrante.

Pág.94: Pérez llama «gentuza parásita» a profesionales honrados y respetables como cantineras, prostitutas, mercaderes y vivanderos. Y, hablando de estos mercaderes que tan parásitos te parecen, Pérez, ¿cómo llamarías a quienes publican y venden tus novelas?

Ibídem: El motín se finiquita con la mitad de las pagas, que los soldados se ponen enseguida a dilapidar.

Pág.96: Spínola reconoce a Alatriste para que Pérez nos demuestre lo importante que es su personaje, a pesar de que en esta novela todavía no ha hecho nada que haya sido novelado, aparte de estar sentado y atusarse el mostacho.

Pág.97: Dibujo del encuentro. Muy literario (el dibujo, digo).

Pág.98: Diálogo entre Spínola y Alatriste, Alatriste fue degradado por un duelo:
«-¿Cosa grave?
-Un alférez.
-¿Muerto?
-Del todo.»
(Risas de telecomedia).
Por esta chorrada yo lo degradaba a mochilero.

Págs.98-99: Spínola la caga dos veces al tratar de recordar las hazañas alatristeras. ¡Pues si no se llega a acordar de él!

Pág.100: Más blablablá antinovelesco: que si gloria, que si magno lienzo, que si Velázquez, que si patria, que si Spínola, que si rey... ¡Pero bueno!, ¡menudo rollo!; no se si podré aguantarlo hasta el final.

Ibídem: «los españoles siempre pusimos una cruz tras la cara de las monedas», esto ya es gilipuertismo carpetovetónico.

Ibídem: «cosechaba victorias para un rey ingrato como todos los reyes que en el mundo han sido». Dudo, Pérez, que conozcas a todos los reyes que en el mundo han sido, y que puedas generalizar hasta tan alto grado. Y lo dice un republicano.

Ibídem: ¡Cita a Quevedo! Corro a tomar un café. ¡Qué aburrimiento! Aquí no pasa nada y lo que pasa se nos muestra ya solucionado y ha tenido lugar entre un capítulo y otro.

Pág.101: Cita a Spínola. Cita a Lope. ¿Por qué no habrá escrito un libro de citas y aforismos?

Pág.102: «pues no hay peña [coma] por dura que sea [coma] que no ablande el oportuno tintineo del oro, campeador de voluntades y zurcidor de honras». ¿Ni siquiera la tuya, Pérez? Curiosa ideología.

Ibídem: Menta a Calderón. Al menos no lo cita.

Ibídem: Balboa nos anuncia que se dispone a narrar una pendencia. ¿Será verdad?

Pág.103: Los soldados se dan a la bebida y al juego. Cierro el libro, compruebo la portada: Las aventuras del capitán Alatriste. Abro el libro, sigo leyendo.

Pág.104: Dice Pérez que los soldados españoles «clavan mejor una sota de espadas que la propia». La propia, a juzgar por lo leído, debía de ser la de copas.

Págs.104-105: Dos nuevas citas versificadas, de Hipócrates y de otro al que no menta.

Ibídem: Balboa se dispone a invertir su paga en una joven prostituta. Se ve que ya no le parecen «gentuza parásita». Por cierto, ¿no dijo que no nos lo iba a contar? En fin...

Pág.105: Comienza la pendencia con un soldado valenciano, a cuenta de un gesto de la joven prostituta.

Ibídem: Parodia citesca de Cervantes, que no pienso citar.

Pág.106: «el gesto fue muy de uno nacido en Oñate». Ya sé lo que quieres decir, Pérez, estuve allí el verano pasado. Yo y todos tus lectores.

Págs.106-108: Comienza la pendencia. El valenciano le tira a Balboa cuchilladas «de esas que no matan, pero te dejan bien aviado». Él no puede huir «por el qué dirán» y el otro le viene «con las del turco». Balboa se ve cabecirroto. Le acomete con «un lindo golpe de daga de derecha a izquierza y de abajo arriba», lo que se suele llamar en diagonal. El valenciano le tira «un piquete morcillero», que debe de ser algo muy peligroso o muy comestible, y, tras una nueva cita (¡otra!), Balboa es sujetado porque, como en los combates a dúo de Pressing Catch, hay un cambio e interviene su pareja Alatriste.

Págs.109-110: Alatriste continúa la pendencia mediante frasecitas, lo que Pérez aprovecha inteligentemente para endosarnos una parrafada sobre los diversos pronombres personales de segunda persona (págs.110-111), para que así no nos distraigamos de la acción.

Pág.111: «Y [coma] pronunciada en castellano, la palabra reputación era entonces mucha palabra». ¡Y tanto que pronunciada en castellano!, ¡como que en otros idiomas la palabra es otra palabra!

Págs.112-113: Aquí se produce el que sin duda será uno de los defectos más manifiestos y apabullantes de todo este folletín alatristero. Y es que, tras anunciarse la pendencia, tras iniciarse esta por Balboa, tras intervenir Alatriste y soltar frasecitas durante tres páginas, entre las páginas 112 y 113 el lector puede observar estupefacto como se le ha escamoteado vergonzosamente el duelo entre Alatriste y el valenciano que, en la página 113, ¡aparece ya muerto! ¡Para una cosa que hace Alatriste y no ha sido novelada sino miserablemente escatimada!

Este llenarse la bocaza de pendencias, asaltos, secuestros, motines y de repente comenzar a rellenar con citas, sonetos o discursos sobre pronombres personales para, al final, acabar escamoteando vilmente las escenas de acción, además de ser una prueba manifiesta de la impotencia e indigencia narrativa de Pérez en lo que a novela de aventuras se refiere, será sin duda también un efecto secundario de su afamado patriotismo testicular, que le incita a empalmarse terriblemente y a cantar sus virtudes carpetovetónicas para, tras un pequeño traspiés y un momento de duda durante el cual se llena la boca de palabras ajenas y discursos antinovelísticos, observar estupefacto cómo se le desparrama su escaso (casi nulo) ingenio narrativo en un patentísimo caso de eiaculatio praecox.

Pero, ¡¿qué es esto?! Pero ¡¿qué vergonzoso producto de la industria cultural es este?! ¿Qué opinan de semejante defecación narrativa los críticos? ¿Y los valientes que ensalzan a Pérez? Extraigo parte de algunos de la página correspondiente en la web alatristera.

Juan Manuel de Prada (El Semanal): «Arturo Pérez-Reverte ha vuelto a golpearnos en la víscera de la emoción, quizá con más tino que nunca». Se refiere a los testículos, por supuesto.

Luis Alberto de Cuenca (ABC): «Una de las pocas razones por las que puede ser divertido no morirse en los próximos años es porque Pérez-Reverte nos tiene prometidas otras tres entregas (al menos) de las memorias de Íñigo Balboa... ». Sí, yo ya he comprado el cianuro.

Santos Sanz Villanueva (El Mundo): «Es una buena novela de acción, bien escrita y construida, y con una carga de sentimiento e ideas que para sí quisieran muchos». Lo primero es mentira (las tres cosas); en cuanto a lo segundo, si Sanz Villanueva aspira a tener la carga de sentimiento e ideas de esta pseudonovela, puede transplantarse el cerebro de un babuino.

Santiago Aciaga (El Diario Vasco): «Aparte de otros valores indiscutibles y bien evidentes, es de sospechar que el acierto de Pérez-Reverte con estas entregas de las aventuras del capitán Alatriste, está en haber vuelto su mirada y su gran oficio de escritor a los mismos orígenes de la literatura». Como no se refiera a las pinturas rupestres...

José Perona (La Verdad de Murcia): «está narrada con una maestría, una tensión narrativa que combina los ritmos lentos y rápidos y una riqueza léxica espléndidas». Claro, con la maestría de un profesor parvulario y con la tensión propia de una siesta de verano.

Gonzalo Santonja (ABC): «Como en las buenas novelas de siempre, el lector y los personajes comparten la incertidumbre, el miedo y la sorpresa…». La incertidumbre de qué le va a caer, el miedo a seguir leyendo este truño y la sorpresa de cada nuevo boniato parido por Pérez.

Continúo.

Pág.113: Para acabar el malogrado capítulo, he aquí una carga de sentimiento e ideas que para sí quisieran muchos: «cada mochuelo fuese a su olivo».

Capítulo quinto.

Voy más o menos por la mitad del libro y las andanzas narradas de Alatriste consisten en estar sentado a una mesa, recibir una carta, atusarse el mostacho, etc... Tengo que decir que he conocido geriátricos en los que tenían lugar sucesos más emocionantes que en esta mal llamada novela de aventuras. Imagino las próximas entregas de las aventuras de Alatriste: Alatriste contra la cistitis, Alatriste se estriñe, Alatriste recibe un paquete certificado...

Pág.115: El enemigo ataca y «los puestos de centinela perdida se convirtieron en eso, en perdidos por completo», antes has dicho sólo perdida, Pérez; «acuchillados sin decir esta boca es mía», original expresión.

Ibídem: El enemigo avanza «haciendo gentil destrozo en nuestras avanzadas», o sea, pidiendo por favor, dando las gracias, cediendo el paso, etc...

Pág.116: «Y nadie que no haya vivido tales momentos puede imaginar la confusión y el desbarajuste». No valen excusas, Pérez; además, ¿por qué abres la boca si vas luego a describirlo? ¿Pretendes echarte flores?

Pág.117: Sorprendente y original idea de Pérez: «nunca ha habido mal que por bien no venga»; y, acto seguido, ¡venga unos versos!

Ibídem: «la perspectiva de reñir en campo abierto con numeroso enemigo». Antes has dicho que el paso era angosto; por cierto: ¿reñir?, ni que fueran a insultarse.

Pág.118: Falta una coma tras «estúpido».

Pág.119: «se agitan con muchos quien vive y quien va y otras voces militares al uso». O dices cuales, o te callas, Pérez. O ¿pretendes que las imagine el civil lector?

Pág.120: Balboa, presto al combate, se queja de arañarse en unas zarzas. Pues ¡si llega a romperse una uña! Habría que parar la batalla e irse a casa a hacerse la manicura.

Ibídem: «el relente de la noche (¡no iba a ser el del día, Pérez!) nos empapaba a todos muy a gusto de Belcebú». A Belcebú le gustan mojados, por lo que se ve; yo creía otra cosa.

Ibídem: Atacan «gentilmente» los holandeses; supongo que traerán cajas de Ferrero Rocher.

Pág.122: «sin otra conversación que un apunte dicho en voz baja [...] una mirada [...] una expresión [...] una oración [..], un retorcer de mostachos o una lengua pasada por los labios». Dice «sin otra» y suelta el rollo; por cierto: ni miradas, ni expresiones, ni oraciones, ni mostacheos, ni relametones cuentan como conversación.

Pág.124: Con el enemigo a la vista, se pone a citar a Tirso de Molina.

Pág.125: Más versos. Teniendo en cuenta la repetición de la estructura: rollo, citas, versos, ¿volverá a desparramarse Pérez en una eiaculatio praecox?

Pág.126: Las balas del enemigo son «balas herejes»; y, si te da una, te convierte, ¡no te jiba!

Ibídem: «ensordecido por el estruendo de mi propia sangre»; lo dudo, a menos que en su sangre haya varios grupos de rock y alguno de heavy metal.

Pág.127: Nuevo onanismo carpetovetónico, conocido efecto secundario de su patriotismo testicular: «el tercio de Cartagena entró en fuego», fin de párrafo, un hueco en blanco, comienzo de párrafo y, tras una frase: «el sol llevaba dos horas en el cielo»; ¡nuevo escamoteo y estafa al lector! El truco de Pérez: empalme, rollete carpetovetónico (sonetos, citas, lección de historia, etc...) y ¡eiaculatio praecox narrativa!

Ibídem: Al menos viene algún otro enemigo: «diríase que el diablo vomitara herejes», y tú gilipuerteces, Pérez.

Pág.128: «la escopetada levantaba un humo que ofendía a vista y olfato», como esta novela; «y me hacía llorar», también yo estoy a punto.

Pág.129: Dibujo de la acción anteriormente escamoteada al lector.

Págs.129-130: Alatriste mata a un pobre holandés de un tiro: una de las pocas cosas que ha hecho.

Pág.131: «vi [...] a Alatriste tirando tajos y cuchilladas entre las largas varas de fresno»; estoy pensando que ojalá el punto de vista fuera el de Alatriste, ¿no crees, lector? Sería quizá un poco emocionante. Aunque sin duda este punto de vista habría exigido de Pérez un trabajo que no necesita realizar para vender muchos libros y reírse de sus lectores.

Pág.132: Se enzarzan Balboa y otro pobre holandés: «se debatía sin resignarse a morir, el hideputa», si es que hay gente desaprensiva; pero bueno, algo de acción, pienso para mí y, en la página 133: «¡España!... ¡Se retiran!... ¡España!». Lo suponía. Se trata de una batalla descrita con un par de enemigos muertos, uno de ellos a distancia.

Ibídem: Un aragonés dice: «¡Cagüenlostia!».

Pág.135: «la guerra da una sed de mil diablos», pues esta «novela» es para deyectarse.

Ibídem: Cita al marqués de Pescara. El lector bosteza.

Pág.136: «Todo era infinidad de destellos de acero, fogonazos de mosquetería, humo de pólvora y banderas entre tupidos bosques de picas». ¿Es esta la descripción de una batalla? Imagino cómo describiría Pérez un restaurante: «todo eran tenedores, ruido de cubertería, bombillas halógenas, plantas en tiestos y platos de comida», ¿no, Pérez? Parece la descripción de un puesto de fruta.

Ibídem: «nuestro coronel parecía con buena salud». Es que si llega a pillar la viruela...

Pág.137: Un maestre venía «hecho un eccehomo». ¿Pretenderá Pérez impresionarnos con este sinónimo de «cristo»?

Pág.138: Los españoles disparan «dos al precio de uno» y matan tanto españoles como holandeses. ¡Viva España!

Ibídem: Descripción del choque de caballería: «fue tan brutal que las largas astas que quebraron en pedazos clavadas en los caballos, trabadas con las enemigas, en una madeja de lanzas, espadas, dagas, cuchilladas y culatazos». Esto no es novelar, es enumerar. Descripción de un choque de filas en la Segunda Guerra Mundial, según San Pérez: «las filas de soldados se quebraron en una madeja de bayonetas, cuchillos, escopetas, tiros y culatazos». Así cualquiera es novelista, basta con acumular palabros.

Pág.139: «Copons, cuyo vendaje en la cabeza reforzaba su aspecto aragonés»; se ve que es típico en Aragón llevar partida la crisma.

Ibídem: Dice cuando huyen: «no siempre Iberia parió leones», y que lo digas, Pérez, y que lo digas.

Ibídem: «invocando en portugués la Madre de Deus», no, Pérez: o invocando en portugués a la Madre de Dios, o clamando «Madre de Deus». Lo que está en portugués no se puede traducir al portugués nuevamente.

Ibídem: «chascaban más balas y caían más hombres», qué gran descripción, me siento como transportado a Flandes.

Pág.140: Balboa se pone de puntillas para ver la batalla, no sea que le de una bala. Cargan los caballos holandeses y fin de capítulo.

Capítulo sexto.

Pág.141: Para mantener la emoción, Pérez nos suelta un rollo pictórico-histórico sobre Breda, Velázquez, batallas, etc... que parece que es lo único que es capaz de escribir.

Pág.142: «ojos azules que el diablo le concedió», ¡fáustico!

Ibídem: «me toco los párpados que yo había tenido abiertos ante el horror», dicho así, sin coma detrás de párpados, nos hace pensar que tendría más en algún lugar recóndito de su cuerpo.

Ibídem: Sobra coma tras «horror».

Ibídem: Sobra coma tras «peligro».

Ibídem: «ahora que Angélica lleva muerta», ¿cuándo es este ahora? No se nos ha dicho.

Ibídem: Sobra coma tras «sobrevive».

Pág.143: Prosigue la batalla tras el intermedio publicitario: «Por todas partes se mataba mucho y bien», pues vaya descripción. A todo esto, ¿qué ha pasado con la carga de caballos? ¿Se perdieron trotando entre los anuncios?

Pág.144: «yo había escaramuzado un poco por todas partes, en Flandes;», o por todas partes o en Flandes, si no lo sabes tú...

Ibídem: Cita tres acciones y lo llama «biografía».

Ibídem: Afirma que se daban una serie de acciones: «acuchillándose», «tajábase», «punteado [...] por tiros de pistola», pero no novela situaciones y ¡bien de ellas que tendrán lugar en una batalla! Por cierto, ¿no ha sido Pérez corresponsal de guerra?

Ibídem: «al cabo de unos instantes o de un siglo», ojalá lo hubiera tenido más claro...

Ibídem: Por cierto, lector, te cuento que Balboa está atravesando la batalla berreando por su querido Alatriste y que lo hace cual hombre invisible, sin tener que dar un solo tajo. ¡Milagro! Es lo que tiene la inmunidad diplomática de ser el narrador de una historia, que no te pueden matar, y, si el autor es vago, no tienes tampoco ni que esforzarte.

Ibídem: Balboa encuentra a Alatriste; pero, Pérez, por mucho que cinco líneas más arriba nos digas que «parecían lobos», no deja de parecer cómico el que estos se hallaran «lanzando en torno golpes de espada tan peligrosos que parecían dentelladas», y es que, o lo pones más cerca, o nos dices que las dentelladas eran de lobo; si no, vamos a pensar que a ti lo que te gusta es hacer la guerra a mordiscos.

Pág.145: «Movía las armas [...] a impulsos mortales que parecían disparados por resortes ocultos de su cuerpo», ocultos, claro, como suelen estar este tipo de resortes, ¿se imagina el lector que se hallaran al descubierto?

Ibídem: «daba tajos,[sobra esta coma] y aprovechaba cada pausa para bajar las manos y descansar un poco [...] como avaro que administrase el caudal de su energía», sabido es que los avaros se mueven poco.

Ibídem: Sobra la coma tras «entumecida».

Ibídem: Balboa se cae justo cuando disparan, ¡qué suerte!

Pág.146: Descripción de una lucha: «cling, chas, ris-ras, clunc, chas», ¡plas, plas, Pérez!

Ibídem: Estoy pensando que, con tanta arma blanca que ostentan Alatriste y sus amigos, alguien podría volarles la cabeza de un pistoletazo. Será que la mayoría tienen también inmunidad diplomática.

Pág.147: Los holandeses salen «bien trasquilados tras venir por lana», a Pérez le gusta la frase hecha y prefabricada.

Ibídem: «con no poca honra, habíase hecho acuchillar el tercio valón», qué genios.

Ibídem: Holandeses y españoles dejan de «reñir».

Pág.148: Los muertos yacen «tan acuchillados que a veces la mayor tajada intacta era la oreja», lugar oculto y a salvo donde los haya. ¡Y qué poco apropiado ese «tajada» para señalar justo lo contrario de una tajo!

Ibídem: Balboa tiene una «contusión en la cabeza del tamaño de un huevo», ¿será un tumor? Me huele a cornúpeta.

Ibídem: Balboa recoge una espada alemana: «anduve dando mojadas de buena hojarasca alemana», pero sólo ha cogido una hoja.

Págs.148-149: Tras la huida y la matanza, comienza el saqueo y, con la emoción (y como Pérez está embalado), degüellan a unos pobres animales de granja. ¡Maltrato animal!

Pág.150: Se cansan: «reventaba de sed», ¿reventaba?

Ibídem: Nueva acción de Alatriste: roncar.

Pág.151: «horrorizado, triste, amargo y feliz por estar vivo [qué horror eso de estar vivo]; y juro a vuestras mercedes que todas esas sensaciones y sentimientos, y muchos más, pueden albergarse a la vez tras una batalla», ¿triste y feliz?

Pág.152: Alatriste asiente.

Ibídem: Descansando en una casa dice que: «fue hogar donde sin duda habría dormido un niño», ¿por qué?

Ibídem: Sobra la coma tras «ternura».

Pág.153: Tras unos momentos de empatía y de nostalgia por el hogar paterno, Balboa micciona contra una pared interior de la casa.

Pág.154: «ojo avizor».

Ibídem: Compara a un holandés semiquemado con el bifronte Jano.

Pág.155: Balboa especula haber peleado cerca de él, ¡como si hubiera peleado tanto!

Ibídem: «La guerra, razoné, tenía extrañas idas y venidas, curiosos vaivenes de la fortuna», ¡Platón Pérez!

Ibídem: Sobra la coma tras indefenso.

Pág.156: Alatriste se extraña de que Balboa diga que piensa.

Pág.158: «sin decir esta boca es mía».

Pág.159: Renuncio a seguir anotando las comas sobrantes y faltantes.

Pág.160: «Quien mata de lejos lo ignora todo sobre el acto de matar. Quien mata de lejos ninguna lección extrae de la vida ni de la muerte», generalización estúpida.

Ibídem: «Quien mata de lejos no [...] ni crea fantasmas que luego acudirán de noche», nueva y falsa generalización.

Pág.161: «Quien mata de lejos es un bellaco que encomienda...», parece, Pérez, que te refieres a quien ORDENA matar, no a quien mata de lejos (por ejemplo, con un tirachinas). ¡Qué mal te expresas!

Ibídem: Tras tanto matar de lejos, un dibujito de un pintor pintando pone fin al capítulo.

Capítulo séptimo.

Un detalle que llama la atención de este libro son sus amplios márgenes. Saco la regla, mido y hago un sencillo cálculo: la página, de 17x24, tiene un área de 408 centímetros cuadrados; el texto, en un área de 11’5x16, dispone tan sólo de 184 centímetros cuadrados, lo que deja 224 centímetros cuadrados para los márgenes. Esta novela dispone de mayor superficie para los márgenes (55%) que para el texto (45%), lo que significa que hay más hueco en blanco que texto. ¿Quizá para facilitar su crítica acompasada?

Pág.163: Ha comenzado el sitio de Breda. Epístola de Balboa a Quevedo, en la línea descriptiva anterior (pág.164): «todo es zapa y contrazapa, mina y contramina, trinchera y contratrinchera».

Pág.164: Por no dejar de colar nombres, Balboa anuncia estar leyendo la segunda parte del Quijote.

Pág.165: Gran noticia: «la simiente de nabos está por las nubes», con frase hecha incluida.

Pág.168: Finalizada la epístola: «los piojos salían a hacer la rúa con mucha flema», pues qué piojos más prostitutos.

Pág.169: «Tenía la barba crecida y la ropa hecha jirones y sucia de tierra, como cuantos estaban allí, incluido el propio Alatriste». No iba a ser Alatriste inmune a la suciedad.

Ibídem: El tal Garrote, a la vista de un holandés: «acariciaba el gatillo como si fuera el pezón de una daifa de a medio ducado», no dice si pioja o no.

Ibídem: Matan a un pobre holandés.

Pág.171: «Aquel simple chusco era un festín de Baltasar».

Pág.172: Versos, ya tocaba.

Págs.172-173: Hoja de servicio juvenil de Alatriste, recuerdos incluidos.

Pág.173: «recién cumplida Alatriste la edad de Cristo», la edad de Cristo cuando tenía ¿cuántos años? ¿Treinta? ¿Treinta y tres? ¿Doce? Calcularlo no arregla la penosa expresión.

Págs.173-174: «Una mujer trigueña, medio italiana y medio española, [...] y acabó, como suelen, por calzarse el último maravedí», ¿como suelen quiénes? ¿las mujeres? ¿las mujeres trigueñas? ¿las mestizas? ¿todas? Uy, uy, uy, Pérez...

Ibídem: La mujer engaña a Alatriste con otro hombre y encima le toma el pelo: «lo apellidaba de primo; aunque más que primo a secas diríase primo carnal», mal chiste.

Ibídem: «Alatriste no tenía edad para caerse del guindo», que prosa más original.

Ibídem: «Diego Alatriste viose tomando las de Villadiego», seguro que Pérez se cree que está hecho todo un humorista. Pronto lo veremos en el Club de la Comedia.

Pág.173: «ziiiang, ziiiang».

Pág.175: Emocionante dibujo de una batalla naval.

Pág.176: «-...Aunque entre españoles –ironizó- tener sólo dos malas noticias siempre es buena noticia». Faltan las risas de telecomedia.

Pág.178: «en un revoltijo de puñaladas y pistoletazos a quemarropa, y también golpes de pala». ¿Te suena, lector? Pérez todo lo arregla con revoltijos de sustantivos.

Ibídem: «que hablaba un pésimo castellano con fuerte acento del Finisterre», qué precisión, y uno que sólo llega a reconocer el acento gallego...

Pág.179: El equipo Alatriste entra a las caponeras (túneles estrechos).

Pág.180: Describiendo a un alemán: «un barbirrojo de brazos como jamones de las Alpujarras», ojo: de las Alpujarras, no del Bierzo.

Págs.180-181: Dentro de las caponeras, vuelan parte de un cementerio y llueven huesos que son consecuentemente enumerados.

Ibídem: «Alatriste sentía el torso empapársele de sudor», al preguntarse cómo sabe esto el narrador Balboa, el lector se apercibe del fraude. Y es que Balboa, siempre distante de Alatriste, no podría haber descrito esta escena de las caponeras, al ser tan estrechas, y, por eso, Pérez, muy calladito, nos ha escamoteado a Balboa y ha ocupado su lugar sin decir ni una palabra, no sea que se note. ¡Las novelas se piensan un poco antes de acometerlas, Pérez! Te habrías ahorrado esta chapuza si hubieras narrado desde el punto de vista del Capitoste Alatriste; aunque, claro, habrías tenido que trabajarte un poco más otras escenas, ¿verdad?

Pág.182: «Ése era el lugar que el Destino [¿a qué esa mayúscula?] le asignaba sobre la tierra –o[coma] para ser más exactos[coma] bajo ella-», estas cosas suelen tacharse y rescribirse, o eso hacen los novelistas.

Ibídem: «su rey y su patria, fuera cual fuese...», España, Pérez, España; que, de tanto repetirte y exaltarte, te cansas.

Pág.183: «-Ik geef mij over!», aúlla alguien, pero no le hacen caso.

Pág.184: «era cosa de un padrenuestro que», ¿un padrenuestro rezado por un tartaja o por el mostachos que anuncia los cochecitos Micro Machines?

Pág.185: «momentos que le parecieron años», expresiones que le sonaron manidas... esto es literatura prefabricada.

Hay que reconocer que ha habido algo de acción, aunque escasa y a oscuras.

Pág.186: Salen de la caponera y el de Finisterre declara: «ay, carallo». Parece un (mal) chiste.

Pág.187: «Los ojos azules le lloraban tierra», más bien las lágrimas limpiarían la tierra.

Ibídem: Alatriste habla para sus adentros; nada sabemos de Balboa; Pérez mira para otro lado y silba: «que nadie se dé cuenta...», parece pensar, «que nadie se dé cuenta...».

Capítulo octavo.

Pág.189: Prosigue el sitio.

Pág.191: Versos.

Pág.193: Breve lección de historia sobre desafíos.

Págs.194-195: «perros de la misma traílla».

Pág.196: «sin decir esta boca es mía», ¡es la tercera vez que usa esta expresión!

Pág.197: Le endilgan a Alatriste un duelo entre quintetos, ¿lo veremos? Alatriste piensa en cargarse a sus jefes.

Ibídem: Un recuerdo: «pasaron a cuchillo hasta al último de los ochocientos franceses [...] a cambio de las vidas de setenta camaradas. Lo que no era mal balance de cuenta, pardiez, once por barba y me llevo treinta de barato, si no fallaba la aritmética». No es la Aritmética lo que podría fallar en este caso, Pérez.

Pág.198: Debí haberlo supuesto: Alatriste rehúsa participar en el duelo.

Pág.199: Alatriste sale «deteniéndose junto a las alabardas de los centinelas tudescos que podían estar en ese momento llevándolo muy lindamente camino de la horca», «podían estar», no: «podrían haber estado».

Pág.200: «la vida da muchas vueltas», y también es como una caja de bombones, ¿no? Hay que jorobarse.

Ibídem: Pérez afirma que un sotalférez tiene «buenas piernas»; no nos dice si era guapetón, pero sí que nos aclara «y mejor mano», lo que se dice un desliz freudiano.

Ibídem: Balboa afirma haber retornado de forrajear el día anterior, pero sí que se ha notado lo oportuno de su desaparición, por mucho que Pérez se empeñe en lo contrario.

Pág.201: «vueltas y revueltas de la fortuna», Pérez está sembrado de originalidad.

Ibídem: «estaban [...] los cinco ante los cinco», ¿alguien dijo Javier Marías?

Pág.203: «resolvió, como Antígono, no huir», Pérez pretende epatarnos. Fin del duelo.

Pág.204: Con un motivo de una, breve informe sobre encamisadas.

Pág.205: Balboa nos informa de que su camisa tiene «más agujeros que una flauta».

Ibídem: «La noche y el aire brumoso me permitían ver menos de lo que vería un lenguado frito», o unas croquetas, pero es que sigue: «: dos o tres difusas manchas blancas delante y dos o tres semejantes detrás». Se ve que los lenguados, aunque muertos y fritos, conservan una cierta capacidad visual. Lo que se dice un animal prodigioso.

Pág.208: «una sucesión de camisas blancas fue pasando por mi lado, adelantándose a derecha e izquierda», esto es, por ambos lados.

Ibídem: ¿Qué lector no podrá comprender el tiempo que Balboa pasa esperando si le dicen: «Transcurrió el tiempo de un par de rosarios»? Empiezo a pensar que el reloj de pulsera de Pérez marca rosarios y padrenuestros en lugar de horas y minutos.

Pág.210: Balboa se ha quedado atrás, aguardando: «intentábamos penetrar [con la vista] las tinieblas». En un capítulo titulado «La encamisada», tras habernos explicado lo que es una encamisada y describirnos toda una procesión de soldados dirigiéndose a ella, qué menos que fijar el punto de vista en Balboa y su mochilero compinche, que no participan en ella y se quedan oyendo los tiros de lejos. Lo que se dice una novela de aventuras.

Pág.212: Finaliza la escamoteada encamisada y, Balboa, que primero corre y luego se detiene, duda durante un momento hacia qué lado huir. Tras un ingente esfuerzo mental, corre de vuelta por donde ha venido. Es una pena que no corra hacia el enemigo y también que yerre el tiro que por error le disparan sus compatriotas.

Capítulo noveno.

En este capítulo, el equipo Alatriste y un contingente de soldados están de ronda. Es ya el último, si no cuento el epílogo, y me doy cuenta de que cada capítulo es prácticamente independiente de los demás; de que el único nexo son varios sucesos relativos a unos hechos históricos, sin que exista una trama real; de que todos estos capítulos podrían perfectamente haber sido una serie de malos cuentos; y de que esto, en suma, no es una novela.

Pág.215: «le salió el tiro por el mocho del arcabuz», menos mal que no fue por la culata.

Ibídem: «no a todo el que madruga Dios lo ayuda», ¡qué pobreza!, ¡qué indigencia!

Pág.216: Debido al sitio de Breda «estaba el mundo en suspenso», y, si no, que se lo pregunten a los japoneses.

Ibídem: «avizor» debería ser «avizores» como dicta la concordancia.

Ibídem: «llevaban sin cobrar una paga desde que el Cid Campeador era cabo», si este es el producto natural de la mente de Pérez, ahora comprendo el continuo recurrir a frases hechas y prefabricadas.

Pág.219: «procesionar donde nadie les daba cirio», ¡una frase hecha camuflada!

Págs.219-220: De cómo Alatriste ascendió a soldado.

Pág.222: Adelanto publicitario de futuros lances de Balboa.

Pág.224: No sé si el chiste es voluntario o involuntario: «dar con nuestros huevos fritos en la ceniza», mucho me temo que lo primero.

Pág.226: Durante una ronda, los españoles son sorprendidos por el enemigo mientras duermen.

Ibídem: «oíanse con gran confusión voces en lenguas de todas las naciones», entre ellas, el swahili.

Pág.227: Nueva y comprensible frase hecha: «echaron la soga tras el caldero».

Ibídem: Versos de Tirso de Molina. Advierte, lector, que Pérez prepara una escena de acción y ya empieza con los versos de relleno.

Pág.229: Dice Pérez que «Rivas era del Finisterre, que es como decir donde Cristo dio las siete voces», pero el diccionario certifica que fueron tres las voces de esta frase hecha.

Ibídem: «vendiendo cara la piel».

Pág.232: Carlos «era hombre de los que se visten por los pies», fíjate, lector, que la frase hecha «vestirse por los pies» quiere decir que alguien pertenece al sexo masculino; por lo tanto, Pérez nos esta explicando que Carlos «era hombre del sexo masculino»; es de suponer que Pérez conoce hombres del sexo femenino.

Pág.234: «se me erizaba la piel de los brazos», se te erizaba el vello de la piel de los brazos; si se te llega a erizar la piel, te hubiera dolido mucho.

Ibídem: Se ha preparado una buena, el enemigo está ganando y la bandera en el suelo. Quedan pocos hombres y todo parece estar perdido. Garrote exclama: «¡Mis cojones!... ¡Cierran mis cojones!». ¡Es la escena cumbre del libro! ¡Unos pocos hombres lucharan contra muchos! ¡El fervor patriótico me posee! Pero... ¿qué es este huequecito en blanco al final de la página? ¿No será que...?

Pág.235: «Ignoro como ocurrió, pero sobrevivimos. Mis recuerdos de la ladera del reducto de Terheyden son confusos, igual que lo fue aquella acometida sin esperanza». Pues entonces ¡¿por qué demonios pretendes novelar sobre ello, gilipuertas?! Pero ¿cómo es posible que la crítica no denuncie estos escamoteos de la acción en una novela de aventuras? Pero ¿cómo es posible que a esto pueda llamársele, no ya novela, sino, encima, novela de aventuras?
Pérez, experto en preparar situaciones que enseguida desbarata por no ser capaz de solucionarlas, pretende salvarse con una rápida enumeración de acciones: «degollándolos a mansalva», «iban tajando», «empezaron a flaquear», «echaron a correr». Es muy triste que estos experimentos fracasados se tengan por novela de aventuras, muy triste también que se vendan tanto (si es que realmente se venden) y todavía más triste que la gente no advierta la impotencia literaria que manifiestan.

Epílogo.

Al tiempo que he ido escribiendo estas líneas parece ser que se ha celebrado en Murcia una conferencia o serie de conferencias (no he tenido la desgracia de asistir, aunque sí la de leer a este mediático escribidor) con motivo de la chorruna comparación del binomio Cervantes/Quijote con el Pérez/Alatriste que ha realizado un tal profesor Belmonte, sahumador del héroe pedestre Pérez.
La verdad es que, si puede extraerse algo de este doble pareado, es, en todo caso, lo sanchopancesco de la expresión de Pérez. Lo demás supongo que es pura crueldad del profesor Belmonte, que se chotea del minúsculo Pérez al colocarlo junto al ciclópeo Cervantes y de paso se embolsa unos euros.

Pág.237: «El resto es un cuadro, y es Historia», pero no una novela.

Pág.238: Imprescindible informe del horario, las costumbres y la dieta de Diego Velázquez.

Págs.238-239: Nuevo gag de telecomedia:
«-¿Cómo va lo del palacio? –pregunté.
-Despacio.
Reímos un poco ambos con la vieja broma».

Prosigo, tras haber reído a carcajadas durante horas mientras me revolcaba por el suelo.

Pág.239: El capitán ha ido con Francisco de Quevedo a visitar a Lope de Vega. ¡Qué importante es el capitán, que tiene que arrimarse a estos dos!

Pág.240: Digresión sobre Las Meninas.

Ibídem: «a lo largo y ancho de mi vida», su vida tiene superficie, como un campo de fútbol. Imagino que se medirá en hectáreas en lugar de años.

Pág.244: Balboa echa de menos en el cuadro lo mismo que el lector en la novela

Págs.245-246: ¡Versos!

Pág.246: Hay un breve rollete histórico y, antes de pasar al resto de páginas, donde se nos explica que para encontrar al capitoste Alatriste en La rendición de Breda hay que sacarle una radiografía y echarle imaginación, donde se nos cuenta que el Balboa real escribió unas memorias a las que Pérez tiene excesiva afición (o, por lo menos, más que a novelar) y donde se nos cuelan un par de sonetos y un romance para rellenar; antes de pasar a estas páginas finales se nos cuenta, de los españoles, «que todo lo sufrían en cualquier asalto, pero que no sufrían que les hablaran alto», con una innecesaria repetición del verbo sufrir y una completa cacofonía en «alto». Ambas son como una pequeña guinda de cabra sobre esta inmensa plasta vacuna.

10 comentarios:

  1. Lo desasosegante de ser blogger es que escribes hasta borrarte las huellas digitales (nunca mejor dicho) y no cobras.

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  2. ¡Qué bueno! Me ha encantado la crítica, macho. Sobre todo como, después de las críticas a la estafa que supone que en una novela de aventuras, te birlen la acción en saltos temporales convenientes, conscientes y cobardes, escribes:
    "Nueva acción de Alatriste: roncar". Me he partido el ojete.
    En mi blog recomendaste esta crítica acompasada y entré más que nada por sana curiosidad y educación, pero la verdad es que después de leer la crítica de este comentario estoy deseando leer todas las que hayas escrito.
    Un abrazo y muchas gracias.

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  3. Gracias por el buen rato. En los aviones solía leer a Reverte de reojo (ahora ya menos) y nunca comprendía cómo podían defenderle como buen escritor. Supongo que ha de ser un buen forjador de tramas, sino me resulta incomprensible que haya vendido tantos libros. Ahora, eso sí, defender encima que escribe bien... ¡Cuánto me he reído con esa sucesión interminable de muletillas y chascarrillos! Y con Cervantes nada menos que le comparan... Cuánta ignorancia. Una sola página del Quijote (todo medido, tanta vida y conocimiento en sus palabras) vale más que... En fin, solo el escribirlo ya me da un poco de vergüenza. Gracias, de nuevo, por el buen rato.

    Ángel Vallecillo

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  4. Muchas gracias a vosotros por vuestros comentarios.

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  5. Aunque no creo que todo lo pones en tu crítica sea correcto porque no concedes ninguna licencia al autor, me ha gustado mucho tu ironía y he disfrutado leyendo. Enhorabuena por el trabajo.
    Un saludo.

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  6. Me gusta tu humor.Yo también tengo humor, en mi blog conté mi encuentro con Pérez Reverte y dije que era un caballero. Es un gran chiste.Cuando lo hice, fue involuntario.
    Te invito a mi blog, ojalá aceptés la invitación. http://creesquesoysexy.blogspot.com
    Por lo menos, entrá para leer el test de Nabokov, que está al final de mi último post. besos de Buenos Aires.

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  7. He seguido lyendo y adentrándome en tu crítica acompasada. Tengo que decirte lo que pienso: si ese talento para el escarnio de los otros lo pusieras en desarrollar una obra propia sería genial, porque está clarísimo que tienes los resortes de la novela bien aprendidos, una obra propia que quieras firmar con tu nombre y que disfrutaríamos todos, sería mucho mejor. Porque gastás mucha energía en destruir la obra ajena, y sólo apelando a debilidades retóricas sacadas del contexto original , examen que no resistiría ni Moliere, no cuestionando la sustancia de las obras o los desaciertos narrativos.Ezra Pound decía de Byron que en cada poema , tenía al menos siete defectos de composición. Con esos defectos y todo, Byron escribió algunos de los mejores poemas narrativos en lengua inglesa. Así que vuelvo a recomensarte a Nabokov y sus lecciones de literatura.¿Sabés por qué? Porque a la larga, la crítica acompasada puede ser más aburrida que las novelas mal hechas.

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  8. Anónimos:

    Si quereis defender alguno de los errores que he señalado en mi crítica, podeis hacerlo.

    En cuanto a expresar la propia opinión sobre una determinada obra solamente cuando se esté cobrando dinero por ello, me parece vergonzosa: así que ¿sólo quien cobra, por ejemplo de un suplemento (que, a su vez, cobra de varias editoriales), puede expresar su opinión? ¡Pues qué imparcial será!


    Paulette:

    Aunque podamos encontrar algún fallo en las obras de Moliere o de Byron, seguramente no encontraremos tantos como en las de Pérez.

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  9. Lo de "reñir" como sinónimo de combatir o luchar es un poco arcaico, pero aceptable. Por lo demás bien.

    No conocía el término de "crítica acompasada", pero más o menos es lo que yo hago a veces, aunque por vaguería desde luego no apunto todas las burradas, sino las más graves.

    http://larealidadestupefaciente.blogspot.com/2009/05/libro-la-carta-esferica-de-arturo-perez.html

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  10. Más del sorete: http://es.wikiquote.org/wiki/Arturo_P%C3%A9rez-Reverte

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