lunes, 30 de marzo de 2009

La gran estafa. Alfaguara, Planeta y la novela basura (Manuel García Viñó, VOSA).


Este libro es un fabuloso compendio de críticas acompasadas pergeñadas por Manuel García Viñó, la cara visible de La Fiera Literaria. De la crítica acompasada ya hablé en su momento (aquí puedes encontrar algo más sobre ella) y no puedo sino reafirmarme en mi elogio: es, sin duda alguna, el método ideal para revelar la paupérrima calidad de los productos pseudoliterarios con cuya publicidad (explícita o implícita) nos bombardean los medios de comunicación.

El libro contiene críticas acompasadas de Las edades de Lulú (Almudena Grandes), La pasión turca (Antonio Gala), El invierno en Lisboa (Antonio Muñoz Molina), Mañana en la batalla piensa en mí (Javier Marías), Mientras vivimos (Maruja Torres), parte de La hija del caníbal y de El corazón del tártaro (Rosa Montero), Una palabra tuya (Elvira Lindo), Todas las almas (Javier Marías), Malena es nombre de tango (Almudena Grandes) y Un calor tan cercano (Maruja Torres).

«Después de algunos años alejado de los estudios literarios, cuando leí algunas obras de Javier Marías, tan ponderadas por críticos, académicos y profesores, comprendí que me encontraba en el camino adecuado para alcanzar el tipo de situación en que más disfruto de la vida: la de enfrentarme, desde la total independencia y provisto de ideas personales, al adocenamiento de lo oficioso y al conformismo de lo establecido. Aquellas no sólo eran las peores novelas –en rigor, ni siquiera eran novelas- de todos los tiempos, sino también unos libros ridículos, irrisorios. En ellos dominaba la incompetencia, la pobreza de ideas y una falta total de valores estéticos. Luego, al proseguir mis lecturas y comprobar que al mismo bajo nivel se situaban las obras de quienes eran ofrecidos al público como los renovadores de la novela española de fines del siglo XX y comienzos del XXI –Almudena Grandes, Muñoz Molina, Maruja Torres, Rosa Montero, J.J. Millás, etc.-, comprendí que me encontraba ante un colosal engaño; un engaño en el que participaban todas las instancias por las que discurre la “vida” del libro, desde las agencias a las bibliotecas, pasando por las editoriales, las librerías, la crítica, los medios de comunicación, los jurados de premios, la publicidad...»

Algunos ejemplos:

domingo, 22 de marzo de 2009

Christiane Rochefort vs. Almudena Grandes.

He aquí una nueva comparación agraviativa, esta vez conformada por fragmentos de las escritoras Christiane Rochefort y Almudena Grandes (la primera, consagrada; la segunda, sedicente).


El reposo del guerrero (Christiane Rochefort). Página 38:

«Inclinado sobre mí, sigue sonriendo: por lo que él sabe, y yo ignoro. Sus ojos me desnudan más que sus manos, descubren la verdad: yo no conozco el placer. Recuerdo mis pobres y escasas aventuras, en las que me creía feliz, en las que nadie disipaba la ilusión; Pierre, la suave tranquilidad dos veces por semana, que yo denominaba ternura. Mi mezquindad; su delicadeza. Renaud no tiene ninguna.

–¿No gozas?

Me sonrojo espantosamente, avergonzada por la tara revelada; vuelvo la cabeza. Se desliza a los pies de la cama, a mis pies. Me resisto, siento vergüenza. No quiero. Firmemente, me fuerza. Las lágrimas de la derrota brotan de mis ojos, y oigo mis gemidos. Cedo. Apenas me ha abandonado, comienzo a sufrir. Le atraigo hacía mí. Le necesito. Estoy perdida. Hará de mí lo que quiera.»


Las edades de Lulú (Almudena Grandes). Página 47 (de 114):

«Pablo se apoderaba de mí, su sexo se convertía en una parte de mi cuerpo, la parte más importante, la única que era capaz de apreciar, entrando en mí, cada vez un poco más adentro, abriéndome y cerrándome en torno suyo al mismo tiempo, taladrándome, notaba su presión contra la nuca, como si mis vísceras se deshicieran a su paso, y todo lo demás se borraba mi cuerpo, y el suyo, y todo lo demás, por eso tardé tanto en identificar el origen de aquellas caricias húmedas que de tanto en tanto me rozaban los muslos como por descuido, contactos breves y levísimos que tras segundos de duda y un instante de estupor me indicaron que Ely seguía allí abajo, clavado de rodillas en el suelo, lamiendo lo que yo no aprovechaba, meneándose aquella pequeña picha suya, tan blanca y tan blanda, mientras yo follaba como una descosida, indiferente a aquel pintoresco animal callejero que, de espaldas a mí, se cebaba en las sobras de mi banquete particular, hasta el punto de que había llegado a olvidar por completo su existencia.»

jueves, 12 de marzo de 2009

Fragmentos de Soldados de Salamina (Javier Cercas, Tusquets).

En ciertas páginas de Soldados de Salamina, de Javier Cercas, obra que, según dicen, no es nada parecida a Estrella Distante de Roberto Bolaño, se encuentran estas oraciones, fragmentos de diálogos, de cuya pertinencia en la narración estoy seguro que el lector podrá darse cuenta cabal:


Página 32 (de 98):

«—Tiene miga —comentó en efecto Conchi, con un ric­tus de asco—. ¡Mira que ponerse a escribir sobre un facha, con la cantidad de buenísimos escritores rojos que debe de haber por ahí! García Lorca, por ejemplo. Era rojo, ¿no? Uyyyy —dijo sin esperar respuesta, metiendo la mano por debajo de la mesa: alarmado, levanté el mantel y miré—. Chico, qué manera de picarme el chocho.

—Conchi —le recriminé en un susurro, incorporándo­me rápidamente y esforzándome en sonreír mientras espiaba de reojo las mesas de al lado—, te agradecería que por lo menos cuando salgas conmigo te pongas bragas.

—¡Menudo carrozón estás hecho! —dijo con su sonri­sa más cariñosa, pero sin sacar a flote la mano sumergida: en ese momento noté los dedos de sus pies subiéndome por la pantorrilla—. ¿No ves que así es más sexy? Bueno, ¿cuándo empezamos?

—Te he dicho mil veces que no me gusta hacerlo en los lavabos públicos.

—No me refiero a eso, capullo. Me refiero a cuándo empezamos el libro.»


Página 78 (de 98):

«—¡Que nos va a salir un libro que te cagas!

Hicimos chocar los vasos, y por un momento sentí la tentación de alargar el pie y comprobar si se había pues­to bragas; por un momento pensé que estaba enamorado de Conchi.»


Se trata, sin duda, de pequeños destellos literarios, intervenciones reveladoras que aportan a esta obra un matiz de elegancia y distinción.

martes, 3 de marzo de 2009

El secreto talento de Pérez Reverte.

Vuelvo sobre esta entrevista, porque abundaba en mayor cantidad de material del que había creído en un principio:


«Me descojono cuando leo una novela en la que se dice que el escritor ha hecho un alarde estructural... Digo, pero, vamos a ver, ¿está diciendo lo listo que es? No hay que enseñar la carpintería. Yo una vez que he hecho la casa quito el andamio, retiro la estructura.»


Cabe preguntarse de qué carpinterías está hablando Pérez, ¿sabrá lo que está diciendo? Una vez terminada una novela suya, ¿Pérez comienza a retirar tablones y a extraer clavos?, ¿a desmontar las barras de hierro que forman su estructura?, ¿a echarse al hombro los metros de cableado sobrante? ¿Sabría Pérez explicarnos qué es exactamente lo que retira?


¡Pero si no desecha ni una cita, ni un soneto, ni un solo elemento histórico! Y, en el temible caso de que haya desechado bastantes, ¡ay de aquel que se tope con tal montaña!


Sin embargo, lo mejor se encuentra justo en la respuesta a la pregunta siguiente:


«Una vez hecha la estructura me pongo a escribir... Una estructura no es rígida, la rompes, la modificas... Son mecanos, hasta lingüísticos. El novelista, si tiene talento, ha de ocultarlo. Y justamente el error del novelista es cuando no lo oculta.»


¡He aquí el truco de Pérez! ¡El porqué de que sus novelas sean como son! ¡Pérez está ocultando su talento! ¡Menudo pillastre! Pérez se hace el tontuelo, ha calado la cultura española a la perfección: nos hallamos ante un Profesor Moriarty con piel de Gump.


Finalmente, sus múltiples hitos de la tontuna se nos desvelan como actos de la más suprema y elevada de las inteligencias.