domingo, 31 de enero de 2010

La visión del lector.

“Tú, lector, tuviste esta visión: una enorme estatua, efigie de un escribidor, de gran relumbrón y terrible literatura, comenzó a levantarse ante ti. Tenía su cabeza (hueca) de oro espectáculo; el pecho peludo y los hombros vellosos, de plata mediática; la enorme panza y las fofas cachas, de bronce editorial; las pantorrillas varicosas, de hierro amiguista y mafioso; y sus olorosos pies con hongos, parte de hierro amiguista y mafioso y parte de arcilla literaria. Mientras gritabas, una piedra se desprendió de un monte, con intervención de mano anónima, vino a dar contra los pinreles del engendro, que eran de hierro amiguista y mafioso mezclado con arcilla literaria, y los hizo fosfatina. Todo se hizo puré: hierro amiguista y mafioso mezclado con arcilla literaria, hierro amiguista y mafioso, bronce editorial, plata mediática y oro espectáculo; todo quedó hecho papilla como el estiércol vacuno que en verano la canícula agosta al sol y la brisa reduce a una polvareda que arrastra sin dejar ni pizca. Pero la piedra que había chocado contra la estatua se convirtió en una gran montaña que llenó toda la tierra.”

¿Qué no sucederá con aquellos que ni arcilla ni hierro saben poner en sus obras, sino tan sólo una cacosa substancia de la cual podría decirse es inferior a una boñiga?

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