viernes, 12 de junio de 2009

Ojos azul billete, crítica acompasada de Ojos azules, de Arturo Pérez Reverte (Editorial Seix Barral).

Lo primero que se capta al tomar este pequeño libro es el contraste entre el grosor de sus tapas y aquel que ocupan sus páginas. Mida el lector: tres milímetros cada tapa y cinco milímetros el total de las páginas (unas sesenta, con diversos blancos y enumeraciones, como ya se evaluará más adelante), lo que nos obsequia con un libro cuyas tapas ocupan más que el propio libro. El lector agradece la economía que esto supone para su bolsillo.

Creo que el azul de la portada indica el tipo de billete a desembolsar para su compra: uno de veinte euros, puesto que el relato, de unas treinta y seis páginas, se vende al módico precio de catorce euros: el que podría tener una novela editada con corrección. Por mi parte, he de decir que lo encontré junto a un contenedor de reciclaje.

En cuanto a la portada, el tamaño de fuente para el título es el mismo que el tamaño de fuente para el nombre del autor, y éste último aparece en primer lugar, o, lo que es lo mismo, no se nos vende una obra, sino a un autor. A un escritor mediático, en este caso.

A las cuatro hojas u ocho páginas, pasada la información editorial y la dedicatoria, encuentra el lector un índice (!), descubriendo que la obra está prologada y epilogada, lo que supone un nuevo par de tapas para arramplar con el bolsillo del lector.

El prólogo, de seis páginas (XI a XVI), nos informa de nuestra próxima lectura, a la que califica de «Miniatura magistral», se llena la boca con Borges y Emerson (ese citar que tanto gusta a Pérez), e inciensa a Pérez: «numerosa, variada y rica trayectoria narrativa [...] cuyas virtudes compendia especularmente y espectacularmente en un admirable microcosmos» (págs. XII-XIII).

Nos habla del desinterés de Pérez por reproducir el habla de entonces, aunque no habla de vagancia ni de querer vender libros. Incluso estúpidamente sugiere que un lenguaje arcaico bien reproducido «ilusoriamente sugiriera la apariencia de lo antiguo», ilusoriamente será si lo hace mal, digo yo; «todo eso ya está en lo narrado», todo, menos el habla de entonces, claro; «no es preciso que redundantemente» se reproduzca el habla que realmente utilizaban en el siglo XVI (pág. XIII). Resulta chorruno y patético que un libro comience con un prologo en el que se pretende excusar al autor por una de sus carencias. En lugar del queso, nos está vendiendo los agujeros.

Pág. XIV: «Este soldado es casi el soldado de cualquier guerra [...] podría ser un romano», ¿y no se notaría el cambio? ¿tan bien caracterizado está?
Ibídem: «El coloquialismo de su dicción no se encamina a atenuar el tono épico de lo relatado»; esto, aparte de aventurar los tacos y vulgaridades que se aproximan, nos adelanta una nueva carencia del autor. Se trata de un prólogo escrito a la defensiva. Supongo que el editor debió de indicarle a Pere Gimferrer: «Lo siento chaval, ta tocao el marrón de prologar esto: ¡a ver qué se te ocurre!».
Ibídem: Lapsus del prologuista: «¿Qué nos cuenta, por cierto?».

Pág. XV: «Nada será para ningún lector lo mismo», orgasma Gimferrer.
Pág. XV-XVI: «Unas dotes de narrador verdaderamente extraordinarias [...] la pieza que el lector tiene entre sus manos las acredita [...] con creces».

Aquí acaba este prólogo, por cierto que en él se advierte la táctica, ya usada en los Alatristes publicados por Alfaguara, consistente en dedicar una mayor área a los márgenes que al texto. No lo mediré por haberlo hecho ya anteriormente, en Bochornosa Breda, crítica acompasada de El Sol de Breda, del mismo autor, publicada por Alfaguara.

Tras una hoja en blanco y otra con el título, pasamos a examinar las, según Pere Gimferrer, credenciales de Pérez, en las cuales notamos iguales y amplios márgenes, pero con un tamaño aún mayor de fuente.

Pág.3: Inicio del cuento: «Llovía a cántaros», original.
Ibídem: «la puta que lo parió».
Ibídem: «capitanes [...] cubiertos de hierro», esta simpleza se refiere a sus armaduras.
Ibídem: «gotas de agua corriéndoles por los morriones y la cara y las cicatrices y las barbas», ¿dónde estarían esas cicatrices?

Pág.4: «los hizo degollar, ris, ras, visto y no visto», chorruna onomatopeya y tonta frase hecha para referirse a la matanza de «hombres, mujeres y niños». Original explicación del degüello: «al que madruga Dios lo ayuda».
Ibídem: «echarle la bronca», «por lo bajini».

Pág.5: Nueva onomatopeya: «Bum, bum, bum, bum».
Ibídem: «Bum, bum, bum, bum».
Ibídem: «todo se había ido al carajo».
Ibídem: «Bum, bum, bum, bum», tercera vez.

Pág. 6: «Bum, bum, bum».
Ibídem: «Bum, bum, bum, bum. Aquello sonaba adentro, precisamente en el corazón», nos aclara a la quinta un benévolo Pérez que, al parecer, no confía en la inteligencia de sus lectores.
Ibídem: «Bum, bum, bum».
Ibídem: Pérez informa al lector de la situación de Tenochtitlán respecto a «Cáceres y Tordesillas y Luarca y Sangonera, que están lejos de cojones».
Ibídem: «Bum, bum, bum»; juro al navegante que no estoy contando bumbumbums de más: encuéntranse todos ellos en el texto.

Pág.7: «Bum, bum, bum», ¡onomatopéyico Pérez!
Ibídem: «jodidos tambores de Tenochtitlán».
Ibídem: «Cortés, con cara de funeral, no se había ido por las ramas», doble frase hecha y doble muestra de impotencia narrativa. Pero sigue: «Dicho en claro [...] Santiago y Cierra España [...] y maricón el último».

Pág.9: Ilustración a toda página de unos soldados, extrañamente pulcros para estar en campaña.

Pág.10: Nuevo timo al lector: contiene, vergonzosamente, sólo el pie de imagen de la página anterior. Podrían haber reducido aquella, pero entonces no hubiera ocupado, cada imagen de este relato (lo anticipo), dos páginas completas.

Pág.11: «una huída [...] de piernas para qué os quiero», ¿son estas las credenciales de Pérez?
Ibídem: «noches toledanas».
Ibídem: «Bum, bum, bum», hay que reconocer que cada vez le salen mejor.

Pág.12: Notoria repetición de una estructura: «Eso, en teoría», y, en la última línea: «Eso, los que llegaran». Este es un fallo común, o credencial, de Pérez.

Pág.13: Descripción del movimiento de una columna según Pérez: «La columna se movía con ruido de pasos, oraciones, blasfemias, rumor metálico de armas y corazas». Esto no es una descripción, es una enumeración.

Pág.14: «tierra de caínes esquilmada por reyes, curas, señores, funcionarios, recaudadores de impuestos y alguaciles», piensa el soldado tras haber acopiado buena parte de un saqueo.

Pág.15: Fíjese el lector que toda ilustración se encuentra en una página impar, a la derecha, puesto que hubiera resultado ridículo cascar en la página izquierda la imagen y, en la página derecha, su pie de imagen, que se muestra, en cambio, en la página 16.

Pág.17: El lector admira la poesía pedestre de Pérez: «Sintió un hueco en el corazón», cuatro, en realidad: dos aurículas y dos ventrículos.
Ibídem: «Se la había tirado como lo que era: una perra pagana. Se la había tirado disfrutándola, con rudeza»; repetición de estructura y vulgaridad chorra.

Pág.18: «le cobró afición», «volvió un día tras otro», «él repetía hembra», «Qué le das, decían socarrones». Esto no puede ir en serio.
Ibídem: Dice Pérez: «no se reía nunca, como si viviera envuelta en un presentimiento», pero un presentimiento no tiene por qué ser negativo.
Ibídem: Al enterarse nuestro héroe univentricular de que su india está encinta: «se la calzó por última vez antes de echarla a patadas».

Ecuador del relato: la ventaja de que éste sea breve es que el lector no sufre tanto como con las novelas de Pérez, puesto que la limitación espacial acota, al menos parcialmente, la cantidad de meteduras de pata que aquél puede perpetrar.

No se nos ha dicho, pero este cuento fue publicado en México durante el año 2000: no se trata de ninguna novedad. Una asustada y pelota «crítica» de Ángel Basanta justifica su publicación por «el peso que Arturo Pérez-Reverte [...] tiene en el sistema literario español», note el lector que habla de «sistema literario», no de mundo de la cultura, refiriéndose con ello al sistema que mantienen los medios de comunicación y sus editoriales asociadas o afines.
También habla esta crítica de «suma pericia», «aliento épico», «magno fresco», «integración del alcance panorámico de gran mural», «la agonía -en sentido etimológico», «pespunteado por motivos que anudan», «destacar la riqueza del vocabulario bélico», «afortunado empleo de registros lingöísticos de uso coloquial», etc...

¿Se da cuenta el lector de la gran cantidad de chorradas que puede llegar a inventar un crítico encargado de incensar al escritor mediático de turno? Por ejemplo, «afortunado empleo de registros lingöísticos de uso coloquial» se refiere a los tacos y frases hechas que Pérez gusta de usar cada vez que escribe una página.
Fíjese el lector que la crítica laudatoria, aunque hinchada y pedantuesca, ¡resulta más creativa que la obra criticada!

Finaliza esta crítica: «No quiero entrar en lo que hay de operación comercial en la publicación de este libro. Pedirle 14 euros al lector por un cuento es demasiado. Sí diré que la edición es muy bella, y el cuento muy bueno». ¿Por qué, Ángel Basanta, no quieres entrar en lo que hay de operación comercial en la publicación de este libro? ¿Por qué sí quieres, en cambio, entrar al juego del peloteus máximus? Y, si este cuento te parece «muy bueno», ¿qué calificativo merecería para ti la obra de, por ejemplo, Jorge Luis Borges?

Pág.19: Pérez le da juego a su poesía: «un hueco raro en el corazón»; obsérvese que ahora el hueco es raro.

Pág.20: Nueva enumeración que se pretende descriptiva: «de la noche surgían cientos y miles de guerreros», «la laguna y los canales se cubrían de canoas de indios», «pasos y puentes se taponaban de caballerías muertas».

Págs.21 y 22: Ilustración de cama y su pie de imagen, respectivamente.

Pág.23-24: Enumeración de diversos tipos de gritos.

Pág.25: «Bum, bum, bum, bum», décimo bumbumbum.

Pág.26: «Una piragua vomitó más guerreros», se ve que le habrían sentado mal.
Ibídem: «que cada perro se lama su badajo».
Ibídem: «tunc, y cling, y chas», descripción que pasará a la posteridad.
Ibídem: El protagonista se refiere a si mismo como «El hijo de mi madre».

Pág. 27 y 28: Ilustración de un soldado bastante pulcro y reluciente para estar en campaña (y que apenas tiene un desgarrón en la camisa), siendo asaltado por dos aborígenes, y su respecto pie de imagen, que estúpidamente consume la totalidad de la página siguiente. Por cierto, aproximadamente de cada seis páginas, dos son una imagen y su pie.

Pág.30: «Dios de los cojones [...] la mitad de este oro la emplearé [...] en lo que te salga de los huevos».
Ibídem: «Soy la retaguardia de Cortés y de su puta madre».

Pág.31: Tres oraciones sucesivas de esta página comienzan por «Igual».

Pág.32: Algo similar a la página anterior, pero con «gritó». A Pérez le encantan estas repeticiones, aunque sean previsibles, manidas y poco variadas.

Pág.33 y 34: Ilustración y su pie de imagen. El soldado, derribado y capturado, continua pulcro y reluciente.

Pág.35. «Bum, bum, bum».
Ibídem: «Tiene huevos acabar así».
Ibídem: «Bum, bum, bum».
Ibídem: «el altar [...] que olía [...] a vísceras abiertas», ¿cómo olerá una víscera cerrada?

Avanzo un par de páginas antes de acabar: tras el fin, una nueva página en blanco da paso al apéndice epilogar, publicitando el currículum vítae de Sergio Sandoval y mostrándonos tres bocetos de imágenes, preparatorias de una cuarta que, además, estaba ya incluida en este librejo; pero, eso sí, hacen bulto.

Pág.36: Termina esta chorrada de cuento, con formato encarecedor, márgenes kilométricos, prólogo, ilustraciones, insultantemente situados pies de imagen y apéndice-epílogo que empotra más ilustraciones:

-Seis páginas de prólogo.
-Treinta y cuatro páginas de obra, veinticuatro de ellas de cuento y otras diez de ilustración más pie de imagen.
-Seis páginas de apéndice.
-El resto es relleno: páginas en blanco, títulos, etc...

Sume el lector: seis más diez más seis hacen veintidós páginas entre prólogo, ilustraciones y apéndice de ilustraciones. Veintidós páginas de relleno frente a veinticuatro de cuento, y ello sin contar las múltiples páginas en blanco que existen.

En resumen, decenas de páginas de relleno, superiores en número al total de páginas que ocupa el relato en cuestión; páginas que, entre todas, forman las hebras de paja que dan relleno a este nuevo espantajo de Pérez.

7 comentarios:

  1. Se te ha colado un José Luis Borges por ahí.

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  2. Anónimo 1: Muchas gracias, está corregido.

    Anónimo 2: Claro, el relato es magistral porque lo dice la contraportada, no por ninguna otra cosa. La obra de Pérez no es que suscite odio, es que induce a cachondeo.

    Anónimo 3, 4 y 5: Aunque a Pérez le hagan congresos, Pérez se queda.

    Anónimo 6: Por supuesto, así empieza la crítica.

    Anónimo 7: Se te devolverá el dinero.

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  3. Ah, por fín una crítica negativa, y te lo agradezco como no tienes idea. Lo único que veo últimamente acerca de este libro, -que para mi gusto es bastante malo- son críticas exageradas sobre lo glorioso y lo magnífico que es.
    Yo personalmente soy un gran fanático de la mayoría de las novelas de Pérez-Reverte, pero verdaderamente "Ojos Azules" es un insulto en todo sentido.

    No estoy de acuerdo con la idea de "cantidad es calidad", mas aun así agradezco haber encontrado a otro ser que no "endiosa" esta novela, ni a Pérez-Reverte.

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  4. Anónimo penúltimo: Muchas gracias, también yo estoy en desacuerdo con “cantidad es calidad”.

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  5. Alerta sanitaria: Se ha detectado en las inmediaciones de este blog la presencia de un sujeto deseable en un grado cuasinulo. Según se cuenta, trátase del fruto eclosionado de uno de los ovoides hace un tiempo depuestos por Arturo Pérez Reverte.

    El tal sujeto creció en soledad, con la única lectura de una recopilación de columnas de Pérez, la asimilación de cuyo contenido lo convirtió en un ser frívolo, maleducado y sin esperanza, dando como resultado el que su torturada mente se desarrollara en un entorno sin amigos e incluso sin enemigos.

    Perdiendo su inocencia durante una partida de futbolín, el monorquídico sujeto acostumbra a proyectar su impotencia espiritual sobre toda entidad que le patentice la inferioridad testicular que lo caracteriza.

    Sus tabernarias incursiones consisten en la comunicación de invenciones e incoherencias que son el producto natural de su mente afectada. Devenido en trol, responde al nombre de Timmy, el cual proyecta igualmente en sus adversarios (es decir, en las personas que se sitúan delante de él), tratando así erróneamente de derrotarse a sí mismo, pero incapaz de someter su “lado Pérez”, como sí hacen los seres humanos que superan su pubertad y su adolescencia.

    El Timmytrol no es peligroso, aunque está afectado por una potente halitosis.

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  6. Me ha encantado esta crítica. Corro a leer más en el sitio donde la encontré.

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